La necesidad de desenmascarar a Lucifer y sus engaños (Parte 3)

En las meditaciones anteriores, partiendo de un texto de Ezequiel (28,1-19), había hablado sobre el actuar del ángel caído, del cual hemos de tomar consciencia para no dejarnos enceguecer. Lamentablemente, Lucifer actúa también en nuestra Iglesia, y ha adquirido una gran influencia. Es muy doloroso percibir esto, particularmente cuando vemos que su actuar llega hasta las mismas autoridades de la Iglesia. ¡Pero esto no puede pasarse por alto!

En la crisis actual, no hay un llamado a la conversión por parte de las cabezas de la Iglesia. Se habla de conversión más bien en lo referente a la solidaridad con los pobres, de quienes deberíamos dejarnos evangelizar. La amenaza del cambio climático pasa al primer plano y el gran tema es el problema de la migración.

Sin duda es correcto ocuparse de los pobres, y ver y responder a sus diversas necesidades. También está bien preocuparse del medio ambiente, y podemos acoger e integrar estos temas como un impulso del actual Pontificado.

Pero lo que vemos es un notable cambio de énfasis. Las cosas secundarias y terciarias pasan al primer plano: el hombre y sus necesidades terrenales. En cambio, su dimensión trascendente pasa a segundo plano.

¡Aquí ya han surtido efecto los intentos de engaño de Lucifer! Cuando la mirada ya no se dirige principalmente a Dios, y cultivar la relación con Él deja de ser el primer tema, entonces la luz del Espíritu Santo se opaca, y el hombre y la Creación se convierten en el tema más importante.

Cuanto más suceda esto, tanto más Lucifer podrá ejercer su influencia, presentándose como benefactor de la humanidad. La pérdida de trascendencia en la religión y su adaptación al espíritu del mundo, es un signo claro de que el ángel caído está actuando ocultamente, pues él siempre quiere oscurecer la luz de Dios. No puede extinguirla, pero sí interponerse como una nube oscura que cubre la luz del sol.

Por tanto, no es de sorprender que la directiva de la Iglesia no tenga la clave para afrontar esta crisis. Su voz se mezcla con el coro de los políticos, y nos recomienda escucharles a ellos. Pero ésta es una indicación engañosa, si se tiene en cuanta que la mayoría de gobiernos y organizaciones tienen una política alejada de Dios y hostil a la vida, en cuestiones que son cruciales para los católicos. Así, puede incluso suceder que la autoridad moral que la Iglesia tiene en el mundo, sea abusada para otros intereses.

Aunque sea doloroso, no es de extrañar que sean sólo pocos pastores de la Iglesia los que ofrecen orientación y directrices en estos tiempos de crisis. La mayoría de pastores han seguido un rumbo emprendido en este Pontificado que debió haberse corregido tiempo atrás. Pero todas las intervenciones que pretendían clarificar lo dudoso, como por ejemplo pasajes dudosos de la Exhortación Amoris Laetitia, para ponerlo en consonancia con el camino precedente de la Iglesia, fueron ignoradas. Así, pudo propagarse la ceguera, porque cuando el error no se corrige, se difunde y oscurece la luz.

Mientras que, en el contexto bíblico, San Pedro aceptó la corrección de San Pablo (cf. Gal 2,11-14), no sucede así en el presente Pontificado. Las orientaciones erróneas prosiguieron…

La Declaración de Abu-Dhabi, que proclama que Dios quiere todas las religiones, deja atrás el mandato misionero de Jesús. Aquí uno no se encuentra ya con la verdadera Iglesia de Dios y su inconfundible misión. Por eso no es de sorprender que este documento haya recibido gran aprobación por parte de los masones. Evidentemente, Lucifer siguió moviendo los hilos aquí, difundiendo una falsa luz. Ahora esta Declaración es enseñada por doquier y celebrada como un gran logro. Pero en realidad es un engaño luciferino, porque lo que Dios realmente quiere es que todos los hombres sean salvados a través del Redentor, Jesucristo (cf. 1Tim 2,4), y que encuentren el camino a la Iglesia Católica.

No cabe duda de que Dios ama a todos los hombres, y que toma en cuenta todos sus sinceros esfuerzos por encontrarlo. Pero es imposible que Él quiera de la misma forma al Islam que a la Iglesia Católica, siendo así que el primero niega la muerte redentora de Cristo, mientras que la Iglesia anuncia precisamente esto. Si Dios quisiera a todas las religiones por igual, ya no habría necesidad de misión, y Lucifer habría alcanzado una meta muy importante.

No es que no haya habido voces de advertencia en la Iglesia a este respecto; sino que fueron ignoradas. El entusiasmo frente a esta Declaración es tan grande en algunos círculos, que ni siquiera se dan cuenta de que es “otro espíritu” el que ha asumido la dirección aquí, y que él los está engañando.

A todos les gustaría vivir en paz con los musulmanes y con los representantes de otras religiones, y todo lo que ayude en ese sentido será bienvenido; pero no se puede comprar la paz a precio de la verdad. Esto sería una obra luciferina, y corresponde a la forma como están generándose engaños en el actual Pontificado.

Lo trágico es que aquellos que siguen este rumbo creen estar escuchando la voz del Espíritu Santo y entender las cosas mejor que antes… Por eso tampoco se supo reconocer el siguiente error, a pesar de que, siendo tan evidente, debió haber sido una sacudida para despertar a los católicos.

El culmen de todo lo que había pasado en el presente Pontificado, fue el Culto a la Pachamama en el Vaticano. Quien no identifique este acontecimiento como una violación del primer mandamiento, ha caído ya en una cierta ceguera, cuyo iniciador indudablemente es Lucifer.

Entonces, ¿qué hemos de hacer?

Sigo insistiendo una y otra vez en esto… Hemos de contrarrestar la actual confusión con un claro discernimiento de los espíritus. Confiemos en el camino precedente de la Iglesia y actuemos conforme a la Sagrada Escritura. El que debe justificarse es el que se aparta de este camino, y no el que se mantenga fiel a la auténtica doctrina de la Iglesia.

Por tanto, lamentablemente ya no podemos simplemente seguir con ojos cerrados las instrucciones que vengan de la jerarquía. Por ejemplo, si los obispos ingleses están queriendo prácticamente obligar a sus fieles a aceptar una vacuna contra el Covid-19, aunque contenga material procedente de fetos abortados, esta directriz contradice a lo que escribieron los cardenales y obispos en el documento Veritas liberabit vos, y también está en contradicción con otros pronunciamientos previos de la Iglesia.

Un espíritu de confusión se ha difundido en la Iglesia. Por eso ha surgido una ceguera, al menos parcial, que se extiende a otros campos más que los mencionados aquí. Es de temer que, en esta ceguera, tampoco se podrá percibir cuando sucedan cosas a nivel político, que apunten a la instauración de un Gobierno Mundial, bajo signos anticristianos, y que tampoco se reconocerá a la figura de un Anticristo o del último Anticristo cuando aparezca abiertamente. Existe el peligro de que, entonces, muchos pastores no asuman ya su responsabilidad profética ni protejan a los fieles. Incluso es de temer que, sin saberlo, cooperen con otros poderes que los utilizan para sus propios fines. Y es que no han reconocido a los lobos ni han identificado al falso “ángel de luz” (cf. 2Cor 11,14). ¡Esperemos que al menos algunos de los pastores despierten y alcen su voz, rompiendo el silencio cuando es tiempo de hablar!

¡Pero no debemos temer!

Dios mismo es el Pastor de su pueblo (cf. Ez 34,11-12), y si los pastores designados no cumplen su encargo, el Señor tendrá otros caminos para proteger a los Suyos. A pesar de la gravedad de la situación, no caigamos en pánico; ni en el “pánico de corona” ni en ningún otro… Nos quedan algunos pastores de confianza en la jerarquía, y tenemos también otras voces que han asumido responsabilidad, no dejándose enceguecer y no temiendo decir la verdad. ¡El gran reto está en hacerlo con amor! Eso podrá enseñárnoslo nuestra amada Madre, junto con su Esposo divino, el Espíritu Santo.

Por difícil y delicado que sea este tema, le encomiendo a Ella, a la Virgen María, que todos los que me escuchen se den cuenta de que se trata de la verdad, y no de un ataque contra el Papa y la Iglesia. De hecho, ¿por qué yo habría de atacarlo? Yo no quiero ser Papa ni fundar una nueva Iglesia, siendo así que la verdadera Iglesia del Señor ya existe y es mi Madre. Pero el enemigo, que ha de ser rechazado en el Nombre de Jesús, ha penetrado en esta Iglesia como los piratas en un barco, y quiere apoderarse de la nave y dirigirla por otro rumbo. ¡Es Lucifer y su séquito, que no pueden ni quieren convertirse a Dios!

El hombre, mientras viva en este mundo, tiene siempre la oportunidad de convertirse. Mi oración de todos los días es que despierten los que se han dejado engañar, y que los fieles se vuelvan vigilantes y no caigan en las trampas de las tinieblas. Por supuesto que rezo también por el Papa y por los responsables en este rumbo de la Iglesia.

Lo que es muy importante para mí es que Lucifer no pueda simplemente seguirse apoderando de ciertas partes de la Santa Iglesia, para ponerla al servicio de sus planes. En ese sentido, espero que la “multitud del Cordero” (cf. Ap 7,9) sepa ofrecer resistencia, aunque para ello tenga que pasar un tiempo en el desierto (cf. Ap 12,14) y sufrir persecución por parte de aquellos que han caído bajo el influjo de Lucifer, y creen, no obstante, que están en el camino correcto y no ven los engaños.

Con esto, cerraré por ahora este tema en el marco de las meditaciones diarias. Sé que aún quedan muchas preguntas por responder, pero estas meditaciones diarias son primordialmente para profundizar la vida espiritual, y en las últimas seis meditaciones hemos salido un poco de este marco, por motivos de actualidad.

El que desee, puede escribirme (contact@jemael.org), y recurriré también a otras opciones para profundizar el tema para aquellos que estén particularmente interesados. Para los oyentes de las meditaciones diarias, esto podría ser suficiente…


Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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