Sanación y liberación – Meditaciones sobre el Mensaje del Padre (Parte 27)

Al conocer al Señor y al experimentar Su amor, nuestra vida y hasta las profundidades de nuestro ser se “destensan”, se “desbloquean”, por así decir. Nuestra alma y nuestro espíritu llegan cada vez más “a casa”, pues, de hecho, nuestro verdadero hogar es la comunión con Dios y los Suyos.

Si correspondemos al amor del Señor, iniciará un maravilloso camino de una unión cada vez más profunda con Dios. En efecto, ésta es la meta en nuestro seguimiento de Cristo: la unificación con Dios, en la medida en que nos sea posible en la vida terrenal y a plenitud en la eternidad.

En este camino, nosotros, los hombres, estamos necesitados de sanación y liberación. En su Mensaje, el Padre, con palabras serias y amorosas, toca este problema que afecta a toda la humanidad:

“Yo mismo vengo a dar a conocer a los hombres, mis hijos, lo que hasta ahora no habían entendido completamente. Yo mismo vengo a traer el fuego ardiente de la Ley del amor, para así poder derretir y destruir la enorme capa de hielo que envuelve a la humanidad.”

¿En qué consistirá esta “capa de hielo”? Sólo puede referirse a la frialdad que envuelve a los corazones cuando no son tocados ni vivificados por el amor. Uno puede cerrar el corazón, endurecerlo, volverlo insensible al acostumbrarse al mal; puede ser manipulado por constantes propagandas y enceguecerse a causa de los errores. Todas estas, junto con otras circunstancias, generan una capa de hielo alrededor de los hombres. Los rayos del amor encuentran dificultad en disolverla y en derretir nuestros corazones.

Basta con pensar en el aborto… ¡Cuán extraviado debe estar un corazón para tomar tal decisión en contra de su propio hijo! ¡Y cuántas consecuencias tiene este acto! En este mundo existen incontables ejemplos más que dan fe de la capa de hielo que envuelve a la humanidad.

Lo mismo sucede en nuestra vida personal: cada vez que el amor toca a nuestra puerta y nosotros nos negamos, nuestro corazón se endurece, y, en lugar de la vida y luz que hubieran entrado, quedan la oscuridad y el vacío.

Nadie sabe esto mejor que nuestro Padre, y nadie más que Él puede sanar este estado, tanto a nivel global como personal, siempre que nosotros estemos dispuestos a dejarnos sanar. Por eso el Señor quiere encender el fuego del amor, que evidentemente aún no está ardiendo lo suficiente, para que penetre en nosotros y ahuyente el frío.

Si nos abrimos a la conquista y al cortejo de Dios, el Espíritu Santo podrá doblegar lo rígido; podrá guiar de regreso lo que se ha extraviado del camino, de modo que el hombre empieza a sanar…

Pero el Padre no habla solamente de la capa de hielo que envuelve a la humanidad; sino que señala además las ataduras que el Diablo genera en las almas:

“¡Oh, amada humanidad! ¡Oh hombres, que sois todos hijos míos!  ¡Liberaos, liberaos de las ataduras con las que el diablo os ha encadenado hasta hoy! ¡Liberaos del temor ante un Padre que sólo es Amor!”

Una de estas cadenas es la falta de confianza en Dios, que incluso puede tornarse en desconfianza. En varias ocasiones he mencionado lo absurdo que es el miedo a Dios, y, aún más, la desconfianza. Como habíamos meditado ayer, ésta es la consecuencia de la primera caída en el Paraíso. Tal vez no tengamos bien en claro que se trata de una atadura con la cual Satanás encadena a los hombres, para evitar que conozcan a Dios como Él es en verdad, y para que, en consecuencia, se busquen sustitutos. Con tales “sustitutos” se ponen otras cosas en el lugar que debería ocupar la relación confiada con Dios. Se trata, entonces, de una idolatría en el sentido más amplio de la palabra.

Aquí se requiere un acto de liberación, que hemos de realizar con la gracia de Dios, entregándonos conscientemente a Él y renunciando a todo lo que puede separarnos de Él.


Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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