Miércoles de Ceniza “Inicio de la Cuaresma”

2Cor 5, 20–6,2

Hermanos: somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios os exhortase por medio de nosotros. En nombre de Cristo os rogamos: reconciliaos con Dios. A él, que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que llegásemos a ser en él justicia de Dios. Como colaboradores suyos os exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia de Dios. Porque dice: “En el tiempo favorable te escuché. Y en el día de la salvación te ayudé”. Mirad, ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación.

La Cuaresma es un tiempo de gracia especial, en el que podemos poner nuestras vidas más profundamente en orden con Dios; un tiempo para recuperar las oportunidades desaprovechadas; para ofrecer sacrificios al Señor en lo escondido, como recomienda el evangelio del día:

“Cuando des limosna, que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu mano derecha, para que tu limosna quede en lo oculto; de este modo, tu Padre, que ve en lo oculto, te recompensará (…). Cuando ayunéis no os finjáis tristes como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres noten que ayunan. En verdad os digo que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lávate la cara, para que no adviertan los hombres que ayunas, sino tu Padre, que está en lo oculto; y tu Padre, que ve en lo oculto, te recompensará.” (Mt 6,3-4.16-18)

Un tiempo de gracia… ¿Acaso no lo es siempre?

Con la venida de Jesús al mundo, se inauguró este tiempo especial para la humanidad, que la Escritura llama el “año de gracia del Señor” (cf. Is 61,2; Lc 4,19); un tiempo en el que están abiertas de par en par las puertas del Corazón de Dios, para que podamos entrar libremente en él, por medio de su Hijo.

Pero, dentro de este “tiempo de gracia” que inició con la venida de Jesús, hay momentos especiales, en los que puede experimentarse aún más claramente la presencia y la ayuda de Dios.

La gracia es precisamente esa gratuita benevolencia de Dios para con nosotros, que no hemos obtenido gracias a nuestros propios méritos; sino solamente por Su sobreabundante bondad.

Dios nos acompaña siempre con Su gracia; y todo lo que hagamos por encargo y Voluntad Suya, Él lo bendice con esa fuerza y luz especial que nos permite corresponder a Su plan y cumplir la parte que nos corresponde.

Tal vez podamos comparar la gracia con un mar de amor que brota del Corazón de Dios. A través del Corazón abierto de Jesús, este mar llega a nosotros. Cada vez que bebemos de él, el amor de Dios nos toca, y nos concede todo lo que tiene previsto con ese regalo. Si acogemos el regalo de Su gracia y colaboramos en el plan de Dios, nuestro corazón se ensanchará más y más, de manera que Dios puede colmarnos con más gracia aún.

Pero también puede suceder que dejemos pasar las gracias. Podemos encontrarnos, por ejemplo, en una etapa de nuestra vida en que debemos tomar una decisión importante. Pero si no aprovechamos ese tiempo, entonces cuando posteriormente llegue el momento en que queramos decidirnos, sentiremos que no tenemos la fuerza suficiente, y precisamente esa fuerza era la que nos estaba ofreciendo el Señor anteriormente.

De seguro, Dios nos había advertido suavemente en nuestro interior, o nos había hablado de diversas formas; pero tal vez no quisimos escuchar, o estábamos indecisos y vacilantes. Cuando no respondemos a esta gracia, puede que tengamos que esperar mucho tiempo hasta que se nos vuelva a abrir una posibilidad similar.

En la lectura que hemos escuchado, San Pablo exhorta a los suyos a “no recibir en vano la gracia de Dios.” Con esta actitud, podemos entrar en el Tiempo de Cuaresma. Ninguno de nosotros puede estar seguro de que no sea ésta la última Cuaresma de su vida. ¡Éste es un tiempo para convertirnos más profundamente; un tiempo en que Dios sale a nuestro encuentro y nos llama a estar más cerca de Él! Recordemos que nuestro Señor estuvo retirado en la soledad del desierto durante cuarenta días, y allí rechazó por nosotros las tentaciones del Diablo, para luego empezar a anunciar el evangelio y llevar a cabo nuestra Redención (cf. Mt 4,1-11). ¡El silencio y el estar a solas con Dios precedieron a su misión!

En este año, la Cuaresma nuevamente transcurrirá bajo la sombra de la crisis del coronavirus. Ésta inició el año pasado, y todo el año ha estado marcado por ella. ¡Ya es hora de reflexionar y orar sobre lo que el Señor quiere decirnos en este tiempo excepcional, que yo contemplo desde una perspectiva apocalíptica!

Aunque la crisis actual no debería dominar nuestro pensamiento, tampoco podemos evitarla ni pasarla por alto. Es importante identificar el lenguaje del Señor en esta crisis, y distinguirlo de lo que los hombres pretenden hacer con ella y de los planes del Maligno.

Por eso, durante este Tiempo de Cuaresma incluiré este tema en el marco de las meditaciones diarias, y pido a todos los que me escuchen que oren al Espíritu Santo para que esto produzca abundante fruto.


Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
http://es.elijamission.net

Supportscreen tag