NOTA: Puesto que a lo largo de los últimos años ya he hecho meditaciones sobre la mayoría de los textos bíblicos del calendario litúrgico, recurro a veces a las lecturas del calendario tradicional, cuando se trata de pasajes que me resultan muy importantes.
El evangelio que he escogido hoy, tomado de la Misa votiva por la propagación de la fe, es uno de ellos, pues trata un tema de mucha actualidad, como señalaré hacia el final de esta meditación.
Mt 9,35-38
Jesús recorría todas las ciudades y aldeas enseñando en sus sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a las multitudes se llenó de compasión por ellas, porque estaban maltratadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor. Entonces les dijo a sus discípulos: “La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, por tanto, al señor de la mies que envíe obreros a su mies.”
No hay nada más importante para los hombres que recibir el anuncio del Evangelio, abrazarlo y vivirlo. Para ello, el Padre Celestial envió a su Hijo Unigénito al mundo, para llevar a cabo la obra de la salvación y redimir a la humanidad en la Cruz. Posteriormente, el Señor encomendó a sus apóstoles la continuación de esta misión. Con gran fidelidad y a precio de indecibles fatigas y sacrificios, los misioneros pusieron su vida al servicio de la evangelización, yendo hasta los confines de la tierra en nombre del Señor para anunciar y dar a conocer a los hombres que tenían un Salvador, que había venido al mundo por ellos. Por gracia de Dios, muchas personas abrazaron la fe y se convirtieron gracias a la predicación de los misioneros.
Esta misión de la Iglesia no ha concluido aún. Hasta el fin de los tiempos es necesario anunciar el Evangelio y enseñar a los hombres a guardar todo lo que el Señor nos ha mandado, conforme a lo que el Resucitado encomendó a sus discípulos (Mt 28,19-20).
Todos los fieles católicos estarán de acuerdo conmigo: los hombres necesitan el anuncio del Evangelio, necesitan pastores que los conduzcan a las buenas praderas y los protejan de los lobos: “Al ver Jesús a las multitudes se llenó de compasión por ellas, porque estaban maltratadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor.”
Pero ¿cómo están las cosas hoy? ¿Sigue vivo en la Iglesia el celo por anunciar incondicionalmente el Evangelio? ¿Seguimos estando convencidos de que sólo Jesús puede traer la salvación y de que todo ser humano debería enterarse de ello?
Ciertamente, sigue habiendo clérigos y fieles con celo apostólico, que aún tienen ese anhelo en su corazón y se dejan mover por el Espíritu de Dios para llevar el Evangelio de todas las maneras posibles. Podemos estar agradecidos por cada católico que reza por la difusión de la fe y da testimonio; así como por cada sacerdote y obispo que esté consciente de esta misión del Señor y haga todo lo posible por cumplirla.
Pero, desgraciadamente, se perciben también otras tendencias, que llegan hasta las más altas esferas de la jerarquía eclesiástica.
Una y otra vez he hecho alusión a este problema, tanto en mis conferencias como en las meditaciones diarias. Un espíritu de relativismo ha penetrado en la Iglesia. En la Declaración de Abu Dabi, firmada conjuntamente por el Papa Francisco y el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb el 4 de febrero de 2019, la fe cristiana fue de facto colocada a un mismo nivel con las otras religiones, al decir que “el pluralismo y la diversidad de religión (…) son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a los seres humanos.”. Aunque el Papa haya hecho una leve corrección de esta afirmación ante la preocupación de Monseñor Athanasius Schneider, no introdujo esta modificación en el documento oficial, de manera que éste sigue siendo enseñado en universidades y seminarios con este problemático enunciado.
Ahora bien, esta equiparación de todas las religiones no corresponde a la verdad del Evangelio ni a la doctrina perenne de la Iglesia. Con esta tendencia, el anuncio del Evangelio pierde su relevancia, pues ya no se lo considera indispensable para la salvación de las almas. A quien esté interesado en profundizar en este tema de la Declaración de Abu Dabi, le recomiendo escuchar esta conferencia: https://spiritustv.com/watch/conferencia-3-secunda-herida-la-declaración-de-abu-dhabi_uFrfLhGQUlxGmHu.html
A continuación, quisiera mostrar con un ejemplo actual hasta dónde puede llegar este espíritu de relativismo:
En el mes de septiembre, el Papa Francisco creará 21 nuevos cardenales. Entre ellos figura un obispo auxiliar de Lisboa, Monseñor Américo Aguiar, máximo encargado de la Jornada Mundial de la Juventud en agosto de este año. En una entrevista que concedió recientemente a RTP Noticias, hizo las siguientes declaraciones:
“Disfruten el estar juntos. Al final, nos tomamos de la mano y decimos: ‘Yo pienso diferente, yo siento diferente, yo organizo mi vida de un modo diferente, pero nosotros somos hermanos y vamos juntos a construir el futuro’. Este es el mensaje principal de este encuentro con Cristo vivo que el Papa quiere proporcionar a los jóvenes”. Nosotros no queremos convertir a los jóvenes a Cristo, a la Iglesia Católica. Nada de eso, absolutamente”(https://www.aciprensa.com/noticias/futuro-cardenal-aguiar-desde-lisboa-2023-no-queremos-convertir-a-jovenes-a-cristo-21464).
Por desgracia, éste no es un caso aislado, sino que está en línea con el Pontificado actual. Pero el mensaje del Evangelio, al que debemos atenernos los fieles, permanece inmutable:
“Jesús se acercó y les dijo: ‘Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo’” (Mt 28,18-20).
Y San Pablo, en su preocupación por las iglesias, escribe en su Carta a los Gálatas:
“No es que haya otro evangelio, sino que hay algunos que os inquietan y quieren cambiar el Evangelio de Cristo. Pero aunque nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciásemos un evangelio diferente del que os hemos predicado, ¡sea anatema!” (Gal 1,7-8).
Por tanto, oraremos no sólo para que el Señor envíe obreros a su mies, sino también para que los llamados no se desanimen. El Señor nos escuchará, si le pedimos que envíe buenos pastores, que anuncien el Evangelio sin recortes y no se dejen confundir ni confundan a otros.