NOTA: En el calendario tradicional, se celebra hoy a San Buenaventura, mientras que en el calendario litúrgico nuevo su fiesta es mañana. Por tanto, en la meditación de mañana hablaremos un poco sobre él y hoy escucharemos la lectura de su memoria:
2Tim 4,1-8
Te conjuro en presencia de Dios y de Cristo Jesús, que va a juzgar a vivos y muertos, por su manifestación y por su reino: proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza y exhorta siempre con toda paciencia y doctrina. Pues vendrá un tiempo en que no soportarán la sana doctrina, sino que se rodearán de maestros a la medida de sus pasiones para halagarse el oído.
Cerrarán sus oídos a la verdad y se volverán a las fábulas. Pero tú sé sobrio en todo, sé recio en el sufrimiento, esfuérzate en la propagación del Evangelio, cumple perfectamente tu ministerio. Pues yo estoy a punto de derramar mi sangre en sacrificio, y el momento de mi partida es inminente. He peleado el noble combate, he alcanzado la meta, he guardado la fe. Por lo demás, me está reservada la merecida corona que el Señor, el Justo Juez, me entregará aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que han deseado con amor su venida.
En la meditación de ayer, cité las desastrosas declaraciones del futuro cardenal Américo Aguiar, que no quiere convertir a Cristo ni conducir a la Iglesia a los jóvenes que asistirán a la Jornada Mundial de la Juventud. Desgraciadamente, hemos llegado a un punto en que se vuelve necesario advertir, puesto que tales hechos y afirmaciones representan un peligro para la fe.
El discurso del Papa Juan Pablo II en la Jornada Mundial de la Juventud en Roma en el año 2000 aún tenía un tono completamente distinto:
“El vuestro no es un viaje cualquiera: Si os habéis puesto en camino no ha sido sólo por razones de diversión o de cultura. Dejad que os repita la pregunta: ¿Qué habéis venido a buscar?, o mejor, ¿a quién habéis venido a buscar? La respuesta no puede ser más que una: ¡habéis venido a buscar a Jesucristo! A Jesucristo que, sin embargo, primero os busca a vosotros. En efecto, celebrar el Jubileo no tiene otro significado que el de celebrar y encontrar a Jesús, la Palabra que se hizo carne y vino a habitar entre nosotros” (https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/speeches/2000/jul-sep/documents/hf_jp-ii_spe_20000815_gmg-accoglienza2.html)
El pasaje que hoy escuchamos de la Carta a Timoteo nos permite entender cómo se puede llegar a desviaciones tan graves de la doctrina, como lo son las mencionadas afirmaciones de Monseñor Aguiar, que, por desgracia, no son un caso aislado: “Vendrá un tiempo en que no soportarán la sana doctrina, sino que se rodearán de maestros a la medida de sus pasiones para halagarse el oído. Cerrarán sus oídos a la verdad y se volverán a las fábulas.”
¡Cuán importante es que se transmita la recta doctrina! Por eso el Apóstol Pablo conjura a Timoteo: “Proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza y exhorta siempre con toda paciencia y doctrina.”
La Palabra de Dios y la recta doctrina de la Iglesia modelan nuestro pensamiento y nos permiten caminar seguros en pos de Cristo.
La Palabra del Señor nos ayuda a adquirir el don de discernimiento de los espíritus, que es tan importante. Cuando estamos familiarizados con su Palabra, sabremos distinguir su voz de otras voces. Por tanto, sólo prestaremos oído y seguiremos al verdadero Pastor. Lo identificaremos a través del amor y la verdad. Puesto que amamos al Señor, anhelamos escuchar su voz y sentarnos a sus pies para oírle (cf. Lc 10,39). Es Él quien habla y nuestro corazón se abre. Su voz se nos vuelve tan familiar que cualquier otra voz que no sintonice con la suya y que pretenda enseñarnos algo distinto puede resultarnos extraña y espiritualmente desagradable.
Lo mismo sucede con la recta y sana doctrina. Ésta penetra tan profundamente en el alma que llega a causarnos un dolor espiritual cuando escuchamos declaraciones que no están cimentadas en la verdad, sobre todo cuando proceden de dentro de la Iglesia. La sana doctrina, en cambio, edifica, esclarece, discierne los sentimientos y pensamientos del corazón (cf. Hb 4,12), nos fortalece y nos da una clara orientación.
En cambio, las falsas doctrinas, las afirmaciones infectadas por el error y las verdades a medias son complicadas, confunden, enturbian y dejan el alma vacía. Una luz falsa se interpone entre la luz sobrenatural –la Palabra de Dios y la auténtica doctrina–, que quiere iluminar nuestro entendimiento y permitirnos penetrar en los misterios de la fe con la razón. Esta falsa luz nos aleja de la verdad.
Para tratar de responder a la pregunta de cómo se llegan a desviaciones tales como las emitidas por el futuro cardenal (y lamentablemente son cada vez más los casos en el Pontificado actual) también hay que considerar que no se enseña lo suficiente la sana doctrina. Resuena cada vez menos el anuncio del Evangelio con autoridad, llamando a los hombres a la conversión y enseñándoles a guardar lo que el Señor nos ha mandado. Así, el Pueblo de Dios, en lugar de ser formado e instruido por la Palabra de Dios, puede ser deformado por los errores de muchos teólogos modernistas, que incluso pueden convertirse en falsos maestros.
San Pablo sabía bien lo que hacía al conjurar al joven Timoteo en Nombre de Dios y de Jesucristo a transmitir la recta doctrina. Escuchemos de nuevo con atención su exhortación: “Proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza y exhorta siempre con toda paciencia y doctrina.”
¿Qué diría San Pablo hoy en día sobre tanta desorientación que ha penetrado en la Iglesia de Dios? Ciertamente llamaría urgentemente a la conversión y al anuncio auténtico del Evangelio. ¡Urgentemente!