“El Nacimiento del Señor en nuestro corazón” (Parte III)

El Santo Rosario

Este día, en que celebramos la maravillosa Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, se presta mucho para hablar sobre el Santo Rosario, que es una clásica meditación cristiana, particularmente relacionada con la Virgen María.

En efecto, fue Ella quien portó al Señor bajo su Corazón y en su Corazón. Si queremos acoger a Jesús más profundamente en nuestro corazón, Ella, siendo nuestra madre espiritual, nos ayudará gustosamente. A Ella le encanta que escuchemos a su Hijo y que Él habite en nuestro corazón. Es su alegría ver que Jesús vaya tomando forma en nuestra vida. ¿A qué madre no le gustaría que a su hijo se le rinda el respeto, el amor y la atención que le corresponden? ¡Y esto cuenta particularmente para la Madre de Dios, cuyo Hijo nos trae la Salvación!

Entonces, si aprendemos a ver a María como nuestra Madre espiritual y le pedimos que nos ayude a encontrarnos más profundamente con su Hijo, Ella nos introducirá en aquella relación de amorosa confianza con su Hijo en la que Ella misma vive.

Un medio para ello es el Santo Rosario. En sus apariciones, la Virgen pide una y otra vez que recemos esta oración.

Al Santo Rosario se lo llama también el “pequeño salterio”; mientras que el “gran salterio” contiene todos los 150 salmos de la Sagrada Escritura.

Ahora bien, ¿en qué sentido nos ayuda el Rosario para interiorizar nuestra vida de fe?

Si lo miramos con más detenimiento, notaremos que es una sorprendente obra de arte espiritual, pues en él encontramos muchos de los elementos básicos de la oración:

Como apertura, la profesión de fe (el Credo); la adoración al Dios Trino; la oración que Jesús nos enseñó; las tres Avemarías de la introducción, pidiendo las tres virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad.

En relación con nuestro tema, detengámonos sobre todo en el aspecto de la repetición y en los misterios de la salvación que se contemplan en el Santo Rosario.

Al repetir las Avemarías, pronunciamos una y otra vez el mensaje del ángel, y éstas se van vinculando con la meditación de las diferentes estaciones de la vida de Jesús. Así, la intención de esta forma de oración es que las verdades de fe que nos han sido reveladas queden impresas en nuestro corazón; es decir, que no sólo estén en nuestro entendimiento, como un conocimiento y un recuerdo; sino que puedan penetrar en nuestro corazón e incluso en el inconsciente.

Las múltiples repeticiones de la salutación angélica, con la que se dio inicio al acontecimiento de la Encarnación del Verbo de Dios, nos hacen ver lo maravilloso del actuar de Dios con la Virgen María y lo arraiga en nosotros. Al interiorizar estas palabras, también nuestro corazón se abre a la gracia que Dios nos concede con la Venida de Jesús al mundo.

Cuando la Virgen fue “cubierta con la sombra del Espíritu Santo” (cf. Lc 1,35), se dio la unión de la divinidad y la humanidad en el Hijo de Dios; una unión como nunca la hubo antes ni volverá a haberla después. Este acontecimiento único del amor, que meditamos en el Primer Misterio de Gozo, nos invita a que también nosotros, junto a María, acojamos al Señor en nuestro interior. Si María concibió corporalmente al Señor gracias a la obra del Espíritu Santo, también nosotros, a través del actuar del mismo Espíritu Santo, podemos recibir al Hijo, cuando nuestra alma está en gracia de Dios y abierta a la Venida de Jesús.

Estamos llamados a convertirnos en “templos del Espíritu Santo” (cf. 1Cor 3,16), y el Espíritu Santo quiere que el Señor que ha nacido en nuestro corazón también “crezca en edad y en sabiduría” (cf. Lc 2,52).

Para entenderlo mejor, fijémonos brevemente en lo que sucede en la Santa Misa, donde se nos hace visible aquello que también ha de suceder en nuestro interior. El sacerdote invoca al Espíritu Santo sobre los dones del pan y del vino, y si pronuncia las palabras consecratorias como corresponde, entonces el pan y el vino se convierten en Cuerpo y Sangre de Cristo, conforme a lo que creemos firmemente los católicos. Al recibir la Santa Comunión, Jesús se une a nosotros de forma sacramental; es decir, que mora en nosotros.

Vemos, entonces, cómo la oración del Santo Rosario, tan sencilla y tan hermosa, hace que el Señor tome cada vez más forma en nosotros. Por tanto, lo recomiendo encarecidamente a todos los que quieran ser conducidos por la dulce mano de María a una unión más profunda con su Hijo.


Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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