El Nacimiento del Señor en nuestro corazón (Parte II)

Mover la Palabra en el corazón

La interiorización de nuestra fe es uno de los elementos decisivos para que la gracia que Dios nos concede se despliegue abundantemente en nuestra vida. Cuando yo estaba apenas empezando mi camino de seguimiento de Cristo, leí una frase de un místico, que decía: “Aunque Jesús hubiera nacido mil veces en Belén, pero no en ti, aún estarías perdido.”

La fe exige ser interiorizada, para que no consista únicamente en gestos y actos exteriores –sin por eso restarles a éstos su importancia y valor–; sino que además esté profundamente arraigada en nuestro corazón. Así, se va forjando una rica vida interior, en unión con Dios; una vida interior que siempre está presente y que va creciendo, aun si a nivel exterior se ve limitada la práctica de la religión, tal como está sucediendo actualmente en las medidas restrictivas al culto público.

En este tiempo, parece ser particularmente importante el insistir en cultivar la dimensión interior de la fe, porque podemos ver crecientes signos de una amenaza anticristiana, por lo que es necesario estar profundamente anclados a Dios en el “castillo interior” del alma.

Dios nos ofrece diversas formas de interiorización…

En primera instancia, acoger más profundamente la Palabra de Dios. De María se dice en la Escritura que Ella movía en su corazón la Palabra (cf. Lc 2,19). Por eso hemos de leer diariamente la Palabra de Dios. Es nuestro alimento espiritual, que esclarece el entendimiento e ilumina el corazón (cf. Sal 119,105).

La Palabra del Señor es una luz sobrenatural, es decir, que procede directamente de Él; una luz que quiere penetrar en nosotros para producir fruto. Esta luz toca también nuestra razón natural, que, en lo referente a las cosas de Dios, necesariamente requiere de la luz sobrenatural. Si el entendimiento se abre, se da una maravillosa unión entre la Sabiduría divina y la razón natural, que también procede de Dios, pero que quedó oscurecida por el pecado original.

Nuestra alma se regocija en la verdad, porque su dignidad y belleza podrán desplegarse únicamente estando en conformidad con la verdad. También conocemos aquella advertencia de la Sagrada Escritura de que la Palabra puede no ser bien acogida, de que el Diablo quiere robarla, de que no echa raíces lo suficientemente profundas en nuestro interior, de que puede quedar sofocada por las persecuciones a causa de la Palabra y por las preocupaciones del día a día (cf. Mt 13,3-8.18-23).

Por eso hay que escucharla y leerla una y otra vez, aunque ya conozcamos bastante bien ciertos pasajes de la Sagrada Escritura. Puesto que es Palabra de Dios, tiene la fuerza de penetrar cada vez más profundamente en nosotros; y de que nosotros, por nuestra parte, podamos comprenderla mejor, ser iluminados, por así decir…

En ese sentido, es importante entender que hemos de aprender a interpretar la realidad a partir de la Palabra de Dios. Y es que no es una palabra meramente humana, que procura comprender y describir la realidad.

Tomemos, por ejemplo, un extracto del salmo 89 (v. 22.25.27), que dice:

“Mi mano le dará firmeza,

Mi brazo lo hará fuerte. (…)

Lo acompañarán mi lealtad y mi amor,

En mi  nombre se hará poderoso (…).

Él me invocará: ¡Padre mío,

mi Dios, mi Roca salvadora!”

Uno podría leer este texto, alegrarse por un momento en las promesas que Dios le hace al rey David, y después perderse en los quehaceres de la jornada. Pero entonces la Palabra no nos dará aquella seguridad, confianza y cercanía que podría concedernos. Si llega una “tormenta” (cf. Mt 7,26-27), uno no se acordará lo suficiente de estas palabras, porque no han tomado el suficiente espacio en nuestra alma.

Es distinto cuando –como nuestra Madre María– movemos la Palabra en el corazón; es decir, la contemplamos, oramos con ella, entramos en diálogo con Dios, etc. Entonces se asienta en nosotros como una santa certeza de que Dios nos sostiene y fortalece siempre, por grande que sea la tribulación. Entonces ya no creeremos sólo porque la hemos escuchado; sino que la Palabra nos irá modelando interiormente. Así, cuando nos sobrevengan la necesidad y situaciones aparentemente sin salida, nos aferramos a la Palabra y no nos dejamos arrastrar por las corrientes; sino que sabemos y experimentamos que Dios, en su fidelidad, nos acompaña (cf. Mt 7,24-25). Y junto a David, de quien se habla en este salmo, podremos exclamar: “¡Padre mío, mi Dios, mi Roca salvadora!”

Precisamente esta última frase nos lleva a una profundidad aun mayor… Es el amor de nuestro Padre divino que nos rodea; de un Padre que está siempre ahí para nosotros, que conoce y acompaña todas las situaciones de nuestra vida. Así, el alma despierta al interiorizar la Palabra de Dios, y esta Palabra –y, por tanto, el Señor mismo– vive en nosotros.

ENLACES:

Conferencia del Segundo Domingo de Adviento: https://www.youtube.com/watch?v=uhoCr6CxNfI

Canto “Alma Redemptoris Mater”: https://www.youtube.com/watch?v=IldfQsC2X7s


Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
http://es.elijamission.net

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