“¿Qué significa esto?” (Parte II – Retiro de Pentecostés)

Ayer habíamos concluido con la pregunta de qué significaría el acontecimiento de Pentecostés, y ahora trataremos de encontrar una primera respuesta a ello…

Gracias a la obra redentora de Jesucristo, Dios nos saca del caos del pecado y de la confusión, y nos introduce a la verdadera relación con Él. ¡Ésta es la obra del Espíritu Santo! Es Él quien suscita la verdadera unidad entre los hombres.

Entonces, se requiere de la luz de Dios, que penetra la noche del pecado y de la ignorancia, que disuelve la confusión, y nos concede así aquella unidad entre los hombres a la cual estamos llamados como hijos de Dios.

Es importante poner énfasis en que no es una unidad edificada por el hombre mismo. De hecho, una unidad tal puede incluso revertirse en una rebelión contra Dios, como nos muestra el relato de la torre de Babel, y así, al fin y al cabo, termina acrecentando la confusión.

Si escuchamos con atención, notaremos claramente que esta obra y milagro del Espíritu Santo está conectado con el anuncio del evangelio y con la manifestación de la Santa Iglesia en el Cenáculo, sobre el Monte Sión en Jerusalén. Allí Pedro anunció con autoridad el cumplimiento de la profecía de Joel:

“Todo el que invoque el nombre del Señor se salvará. Israelitas, escuchad estas palabras: A Jesús, el Nazoreo, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis, a éste, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios, vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos; a éste, pues, Dios le resucitó librándole de los dolores del Hades, pues no era posible que quedase bajo su dominio.” (Hch 2,21-24)

Y continúa:

“A este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos.
Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís. Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado.” 
(v. 32-33.36)

Entonces, para responder a aquel cuestionamiento que se planteaban estupefactos quienes habían sido testigos del acontecimiento de Pentecostés: ¿qué significa esto?, quedémonos con esta primera respuesta:

Este suceso significa que Dios mismo suscita la unidad entre los hombres, conduciéndolos a la fe en Jesucristo y enseñándoles a adorarlo de forma correcta. Para llevar a cabo esta obra, su instrumento es la Iglesia guiada por el Espíritu Santo y un Pedro que le escucha, así como vemos en el relato de Pentecostés. Gracias al actuar del Espíritu Santo, Pedro comprende lo que habían anunciado los profetas y anuncia ahora el cumplimiento de las promesas.

En la verdadera fe, las personas conocen ahora el lenguaje común de Dios; un lenguaje de amor y de verdad. ¡Este único Dios y su obra de salvación para los hombres han de ser anunciadas en todas las lenguas! Sí, todos han de enterarse del amor de nuestro Padre y de cuánto Él nos busca; y han de conocer el camino que Él ha abierto para todos los hombres, empezando por Israel y hasta los confines de la Tierra. Así, la confusión interior en que viven los hombres se disolverá si se abren al actuar del Espíritu y hallan la fe.

La noche de la ignorancia y del pecado ha quedado desgarrada para todos los hombres, cuando éstos escuchan las palabras de Jesús y le siguen.

“Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas mi siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.” (Jn 10,27-30)

Entonces, podemos dar una respuesta a aquellos que en Jerusalén se cuestionaban lo que aquello significaba, y esta respuesta contará también para las personas que en el mundo de hoy se lo cuestionan. De hecho, el acontecimiento de Pentecostés, visto a la luz de la fe, nos llama a dar respuesta. Todos podremos hablar un lenguaje común cuando escuchamos al Espíritu Santo, a la auténtica doctrina de la Iglesia; cuando, como Iglesia, no descuidamos el encargo de Dios de anunciar el evangelio a todos los hombres, empezando por los judíos y llegando hasta los confines de la Tierra.

Puede haber diversas formas de llevarlo a cabo. Por ejemplo, un diálogo correctamente entendido podría ser un elemento positivo para la evangelización. Pero una verdadera unidad entre los hombres, y por tanto la verdadera paz, sólo podrá alcanzarse cuando Dios pueda obrar a través de nosotros, así como lo hizo con los apóstoles en Pentecostés.

En Jerusalén, los apóstoles anunciaron el evangelio a los judíos y a todos los presentes de las más diversas naciones, y posteriormente fueron enviados a todos los pueblos.

Sólo Dios mismo puede desgarrar la noche de la ignorancia y del pecado que, a nivel general, se cierne sobre la humanidad, y lo hace suscitando la fe en su Hijo. Así y sólo así, la “confusión babélica” en sus diversas dimensiones puede ser superada.

Esto tiene consecuencias de gran alcance, y nos muestra que el mensaje del evangelio, que la Iglesia siempre ha defendido y anunciado, no puede ser relativizado ni acoplado a la mentalidad de este mundo, como desgraciadamente sucede cada vez más. No se debe permitir que se incurra en un adulterio espiritual, en el cual la Iglesia, en lugar de unificarse más profundamente con su Esposo divino, se pierda en los caminos mundanos; y en lugar de escuchar al Espíritu Santo, se deje llevar por las voces de este mundo.

Si esto sucede, surgen, en vez de la luz y claridad, la confusión, desorientación, cobardía y respetos humanos. Entonces no queda desgarrada la noche oscura; sino que la luz que ha resplandecido en ella se ve opacada, porque es tarea de la Iglesia cooperar con esta luz, que es el Espíritu Santo, de manera que pueda impregnar toda oscuridad y no extinguirse.


Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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