Judíos que reconocen a su Mesías (Parte II)

Jn 6,30-35

En aquel tiempo, los judíos dijeron a Jesús: “¿Y qué signo haces tú, para que lo veamos y te creamos? ¿Qué obras realizas tú? Nuestros padres comieron en el desierto el maná, como está escrito: ‘Les dio a comer pan del cielo’.” Les respondió Jesús: “En verdad, en verdad os digo que Moisés no os dio el pan del cielo, sino que mi Padre os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que ha bajado del cielo y da la vida al mundo.” “Señor, danos siempre de este pan” –le dijeron ellos. Jesús les respondió: “Yo soy el pan de vida; el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá nunca sed.”

El 25 de abril, en la Fiesta del evangelista San Marcos, habíamos escuchado el evangelio en el cual Jesús encomienda a sus discípulos el mandato misionero: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura”  (Mc 16,15). Partiendo de ahí, reflexionamos sobre la necesidad de anunciar a Jesús también a los judíos. En la meditación de ayer escuchamos dos breves testimonios de judíos que se encontraron con el Señor; una experiencia que dio un giro a sus vidas y que sació su más profundo anhelo de felicidad. Alfonso Ratisbona y Hermann Cohen incluso recibieron el llamado a entrar en una Orden religiosa y anunciaron con mucho fervor la fe que ellos mismos habían hallado por gracia de Dios.

Hoy, para culminar esta reflexión, escucharemos brevemente la historia de Israel Zolli, rabino jefe de Roma, quien se encontró con Jesús y, en consecuencia, entró a la Iglesia Católica.

Cuando posteriormente se le preguntó por qué había renunciado a la sinagoga para entrar a la Iglesia, Zolli respondió:

“Pero si yo no he renunciado a la sinagoga. El cristianismo es el cumplimiento o la corona de la sinagoga. Porque la sinagoga era una promesa, y el cristianismo es el cumplimiento de esa promesa. La sinagoga apuntaba al cristianismo; el cristianismo presupone la sinagoga. Entonces, veis que la una no puede existir sin la otra. Yo me convertí al cristianismo vivo.”

Estas afirmaciones nos muestran el camino de salvación que Dios ha previsto para su Pueblo. Esto es lo que Él pretende, para que su “Primogénito Israel”, su “primer amor” reconozca a su Hijo y pueda así cumplirse todo aquello que Él les había prometido.

El primer contacto del rabino Zolli con el cristianismo fue en su infancia, cuando solía visitar a un compañero de escuela, Estanislao, que era cristiano y en cuya casa había un crucifijo que lo conmovía profundamente y le planteó serios cuestionamientos: “¿Por qué este hombre había sido crucificado? ¿Era malo? ¿Por qué tantas personas lo siguen si era tan malo? ¿Por qué los que siguen a este crucificado son tan buenos? ¿Cómo es que  Estanislao y su madre, que adoran a este crucificado, son tan buenos?”

Después de haber culminado sus estudios, Israel Zolli fue nominado rabino jefe, primero de Trieste y después de Roma. El amor a Jesús siempre permaneció en él, pero inicialmente esto no le parecía implicar un cambio de religión. Su experiencia decisiva tuvo lugar mientras presidía la ceremonia de Yom Kippur: “Vi a Jesucristo vestido de un manto blanco (…). Experimenté entonces la mayor paz interior. (…) En mi interior escuché las palabras: ‘Estás aquí (en la sinagoga) por última vez’. La respuesta de mi corazón fue: ‘Así es, así será, así tiene que ser.’”

Sólo pocos días después renunció a su cargo en la Comunidad Israelita, y algunas semanas más tarde recibió el sacramento del Bautismo, siendo incorporado a la Iglesia Católica.

En su autobiografía “Antes del amanecer”, Zolli comparte algunos pensamientos sobre la conversión:

“La conversión consiste en responder a un llamado de Dios. Una persona no se convierte en el momento en que ella lo decida, sino en la hora en que recibe el llamado de Dios. Cuando escucha el llamado, el que lo recibe sólo debe hacer una cosa: ¡obedecer!

“El cristianismo era para mí el objeto del anhelo hacia un amor que calmase el invierno de mi alma; una belleza incomparable que debía saciar mi deseo de belleza… En las palabras del Cantar de los Cantares: Ha pasado ya el invierno, han cesado las lluvias y se han ido. Aparecen las flores en la tierra, el tiempo de las canciones ha llegado, se oye el arrullo de la tórtola en nuestra tierra’ (Ct 2,11-12).”

Las personas que encuentran a Jesús vuelven a casa. Esto cuenta para todos aquellos que experimentan un verdadero encuentro con Dios y responden a él. Así sucedió con los tres judíos cuyos testimonios hemos escuchado. Ellos pueden dar fe de la veracidad de estas palabras del Señor: “El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá nunca sed.”

Fue la misma experiencia que habían hecho los primeros discípulos de Jesús, que también pertenecían al Pueblo de Israel, y lo mismo será para todos los judíos que se encuentren con el amor de Dios manifestado en su Hijo.

He escrito estas tres últimas meditaciones con el corazón adolorido, porque sencillamente no son ciertas las recientes afirmaciones de que el pueblo judío tenga un propio camino de salvación, sin que posea ninguna importancia para ellos la venida del Mesías al mundo. Un cristiano que haga tales afirmaciones, niega la historia de salvación de Dios con su Pueblo. Y si estas absurdas declaraciones fueran la línea “oficial” de la Iglesia Católica, entonces Ella habría abandonado los caminos de Dios en este punto y sería infiel a la misión que le fue encomendada.

Espero que aquellos que están conscientes de la gracia de la Redención, ignoren estas afirmaciones confusas que insinúan que los cristianos deberían dejar de anunciarles a Jesús a los judíos. También espero que los responsables de la Iglesia se aparten de los caminos del error, y en lugar de ello llamen a los fieles a orar fervientemente por la iluminación de Israel y hagan todo lo que esté en sus manos para que el Pueblo de la Antigua Alianza reconozca a su Mesías. No cabe duda de que esto puede y debe hacerse con gran sensibilidad y respeto. Pero es precisamente el amor el que debe impulsarnos a anunciar a Cristo a todos los hombres, empezando en Jerusalén y hasta los confines de la Tierra (cf. Lc 24,48). ¡Esta es la misión que nos corresponde cumplir hasta el Retorno del Señor!

Por mi parte, quiero invitaros a orar especialmente por los judíos, para que experimenten como una realidad viva estas palabras del Señor: “El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá nunca sed.”

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