Durante los próximos días, queremos ofrecer a nuestra audiencia una serie de meditaciones sobre el tema de la oración. Ciertamente pueden ser de provecho para la vida espiritual. Si alguien de nuestros oyentes prefiere seguir escuchando las meditaciones bíblicas correspondientes al respectivo día, puede revisar los enlaces que colocamos al final del texto.
Hoy empezaremos con una introducción a nivel general, mientras que en los próximos días desarrollaremos la preparación para la oración, los padecimientos de la oración, las distintas formas de oración, etc. Espero que las meditaciones que siguen ayuden a apreciar más el valor de la oración e impulsen a practicarla.
Sin la oración, es imposible profundizar la relación con Dios, porque la oración es el diálogo vivo con el Señor; es la forma en que Él nos habla. Por eso es una ilusión creer que bastaría con practicar buenas obras, y que, por lo demás, no nos hace falta el diálogo directo con Dios. Ciertamente hay vocaciones especiales, que cultivan la oración con mayor intensidad y le dedican toda su vida. Pero lo que cuenta para todo cristiano es que no puede descuidar la oración, porque, de lo contrario, no habría captado que el carácter de la relación con Dios es el amor. Un matrimonio, por ejemplo, no vive sólo de lo que hagan juntos los cónyuges; sino también del diálogo, del intercambio y de los gestos de amor que son propios del matrimonio. Lo mismo sucede en nuestra relación con Dios… El Señor quiere que lo escuchemos y que le abramos nuestro corazón, confiándole todo lo que llevamos en él. ¡Y la oración es un camino eminente para hacerlo! Santa Teresa de Ávila, una mujer verdaderamente orante, nos dice que la oración es “el gran diálogo con Dios”.