Permaneced en mi amor

Jn 15,9-11

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo llegue a plenitud.”

Jesús ha introducido a sus discípulos en el amor del Padre; ese mismo amor con que el Padre lo ama a Él. Ahora, los discípulos también tienen acceso a ese amor. “Permaneced en mi amor” –dice Jesús a los discípulos. Este valioso amor no debe ser perturbado; pues ha de ser el vínculo indisoluble entre Jesús y sus discípulos.

El Señor también nos enseña qué debemos hacer para permanecer en su amor. Nos dice: Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor”. Sin esta condición, no puede desplegarse el amor entre Jesús y nosotros. De todas formas, Dios nos seguiría amando y buscando, pero somos nosotros quienes, al pecar, mantenemos la puerta cerrada, de modo que su amor no puede entrar. Sólo cuando nos arrepentimos y nos convertimos, el amor de Dios podrá penetrar más profundamente en nuestro corazón.

Entonces, el primer paso para vivir conscientemente en este amor consiste en guardar los mandamientos. El espíritu de temor de Dios es el que nos lleva a no violar sus mandatos.

Una vez que se haya dado este primer paso, el gozo de Dios puede entrar en nuestra vida: la alegría de poder recibir su amor, la alegría de vivir en la verdad, la alegría de haber descubierto el sentido más profundo de nuestra existencia, la alegría de que el Señor se alegre y complazca en nosotros. ¡Esto regocija el corazón!

Jesús quiere que sus discípulos –y todos los hombres están llamados a serlo (cf. Mt 28,19)– encuentren su hogar en este amor y lo compartan también con las otras personas. Con las palabras que pronuncia a continuación, Jesús nos revela cuán infinitamente grande puede llegar a ser este amor: “No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). ¡Eso es exactamente lo que hizo el Señor!

Pero ciertamente no sólo se refiere al martirio, sino también al servicio al hermano, cuando uno ya no vive su vida para sí mismo, sino que la pone al servicio de Dios y de los hombres.

Jesús invita a sus discípulos a esta maravillosa amistad con Él. Ellos no son simplemente siervos que acatan órdenes. ¡No! Están llamados a la amistad con Él, y así Jesús los acoge en su Corazón. Él los hace partícipes de su misión y les da a conocer aquello que ha escuchado del Padre (cf. Jn 14,10).

Así como con los discípulos, Jesús quiere vivir en profunda unión con todos nosotros. También a nosotros nos transmite hoy aquello que ha escuchado del Padre; también a nosotros nos incluye en la gran misión de conducir al mundo de regreso al Padre.

¡Jesús nos ha abierto para siempre la puerta que conduce al Corazón del Padre! Al entrar en ella, nuestro gozo llegará a su plenitud.

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