Novena en honor a Dios Padre – Día 8: “Amar a nuestro Padre”

Lo mejor que podemos darle al Padre es nuestro sincero amor. Recordemos que Jesús nos dijo: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama” (Jn 14,21). Esta es la respuesta constante y necesaria, de manera que el amor de Dios no sólo tenga que buscarnos, sino que además pueda penetrarnos. Mientras no vivamos de acuerdo a los mandamientos, Dios llamará a la puerta de nuestro corazón, para que lo dejemos entrar. Si le abrimos la puerta, vendrá el Padre junto al Hijo y al Espíritu Santo para poner su morada en nosotros (cf. Jn 14,23).

Esto sucede particularmente por la maravillosa presencia del Espíritu Santo en nosotros. El Espíritu Santo es precisamente el amor del Padre y del Hijo que ha sido derramado en nuestros corazones.

Así inicia el camino de la íntima amistad con Dios. Él ve nuestros esfuerzos por obedecerlo y cumplir su voluntad. De este modo, puede instruirnos cada vez más sutilmente y su amor puede irnos modelando según la imagen de su Hijo. Esta transformación sucede de forma particular a través de las mociones e invitaciones del Espíritu Santo, que no grita ni hace ruido; sino que se dirige a nosotros como la suave brisa que experimentó el profeta Elías. Es preciso seguirlo y responder a ese amor que ahora mora en nuestro interior, y que viene a nuestro encuentro por todas partes.

¿Puede haber algo que glorifique más a Dios que la respuesta a su amor? ¡Por el amor podemos conocer a Dios no sólo en sus obras; sino en su propio Ser! La Sagrada Escritura nos dice: “Dios es amor, y todo el que permanece en el amor, permanece en Dios” (1Jn 4,16).

Entonces, si el amor ha sido derramado en nuestros corazones, sólo necesitamos acoger sus directrices y así creceremos y daremos gloria a Dios.

Repitámoslo una vez más: cuanto más escuchemos al Espíritu Santo y le demos espacio en nuestra vida, tanto más amaremos al Padre, pues su Espíritu es el amor divino que crece en nosotros. De este modo, podemos participar del misterio de amor de la Santísima Trinidad, ya que el Espíritu Santo es el amor entre el Padre y el Hijo.

Este mismo amor será el que nos empuje a las buenas obras, que glorifican a Dios y sirven a los hombres. Cuando obedecemos al Espíritu Santo, nos vamos transformando según la faz de Jesús, llegando a pensar y actuar como el Señor mismo lo hacía. Por eso, de este modo podemos amar más y más al Padre y Él será glorificado en nosotros.

Y ahora este amor divino nos empuja a salir en busca de las personas para invitarlas a acercarse a él. De hecho, la misión significa tener parte en el anhelo de Dios por conducir a sus hijos de regreso a casa, que es Su mismo Corazón. Nada le agrada tanto a Dios como nuestra acogida cada vez más profunda de Su amor, y la realización de las obras de Su amor.

El Apóstol Pablo habla de un “deber que le incumbe” (cf. 1Cor 9,16). Se trata de una obligación que nace del amor; o, en palabras aún más bellas, del ‘dulce yugo del amor’, que lo mueve a obrar incansablemente por el Reino de Dios. Con un corazón ardiente, San Pablo conformó y cuidó las comunidades cristianas, se compadeció de la necesidad de los hombres y anunció “a tiempo y destiempo” el Evangelio (cf. 2Tim 4,2).

¡Todo ello glorifica a nuestro Padre, y nos permite crecer en amor a Él!


Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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