Espíritu Santo, de ti se dice que eres un espíritu amable y amante de los hombres, y uno de los frutos que Tú haces crecer en las almas es precisamente la amabilidad.
La amabilidad es una actitud tan agradable en una persona, con la que fácilmente podrá conquistar al otro, haciéndole sentir amado y respetado. Si es una amabilidad sin falsedad ni hipocresía –y sin duda lo será si crece en el alma como fruto de tu obra–, se convierte en un sol en la vida del hombre. La amabilidad refleja la actitud con la que Dios viene a nuestro encuentro, pues Él no sólo quiere que lo reconozcamos como nuestro Padre, sino que además quiere ser nuestro cercano amigo.
Jesús llama a sus discípulos “amigos”, y los trata como tales (cf. Jn 15,15). Él los ama y los acepta. Pero esto no le impide hacerles ver sus malas actitudes, para unirlos más profundamente al amor de Dios.
Entonces, Amado Espíritu Santo, la amabilidad no consiste en aprobar todo lo que haga la otra persona; sino que es una actitud del corazón que está siempre a favor de ella, de modo que en nuestra presencia se sienta aceptada, que no tenga que protegerse, que pueda hacer a un lado la desconfianza y así podamos tratarnos libremente. ¡La amabilidad crea un fundamento de confianza!
Por eso, oh Espíritu Santo, resulta cada vez más claro que debe ser una amabilidad auténtica; y no una amabilidad forzada o manipuladora, ni mucho menos aquella actitud que se muestra sonriente hacia afuera, pero luego, a las espaldas, es capaz de hablar con malicia. ¡Lejos de nosotros aquella hipocresía!
La amabilidad que resulta como fruto tuyo, Espíritu Santo, implica una transformación del corazón. No es una amabilidad de un momento, para luego volverse groseros. No es una actitud que dependa de los estados de ánimo; sino que brota de la relación de amor contigo.
Si, por tu gracia, ha de madurar en mi corazón la amabilidad como una actitud constante, entonces límpiame de todo lo que aún pueda haber en mi interior contra las otras personas, para que no sean simpatías o antipatías las que me determinen; sino que pueda yo decir ese mismo “sí” que Tú pronuncias sobre cada persona.
Así, Amado Señor, las personas podrán conocer tu amabilidad y bondad para con los hombres. Y si el fruto de la amabilidad viene acompañado por obras de amor, entonces quizá se den cuenta de que no es simplemente una actitud de simpatía humana; sino que tiene su origen más profundo en ti, especialmente cuando se ha convertido en nuestra constante forma de tratar con las personas.
Esto último, oh Espíritu Santo, es tan importante para nosotros, los cristianos. No queremos estar nosotros mismos en el centro de atención; sino que las personas han de reconocerte a ti como fuente de todo bien, y han de conocer tu amabilidad y bondad. Y si nuestra amabilidad puede servirles como puente para reconocerte a Ti, entonces, con más razón aún, purifícanos de todo lo falso y fingido, de todo lo egocéntrico; para que tu luminosa presencia pueda crecer en nosotros.