La valentía y el espíritu de fortaleza

Lc 9,23-26

Lectura correspondiente a la memoria de Santa Águeda

En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina? Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en su gloria, en la de su Padre y en la de los santos ángeles.”

El día de hoy nuevamente nos encontramos con una santa joven, que, bajo una terrible persecución, llegó a ser mártir por amor a Cristo. En Santa Águeda descubrimos un alma amante, así como también en Santa Inés, a quien recientemente conmemoramos. Ellas, habiendo puesto en obra las palabras del evangelio de hoy, son modelo para nosotros en el seguimiento del Señor.

 Puesto que los santos no solamente están para que los admiremos e invoquemos, sino también para que los imitemos, podemos preguntarnos: ¿Qué es lo que un amor ardiente como el suyo podría obrar en mí? No me refiero a que cada uno de nosotros deba sentir el anhelo de padecer el martirio por Cristo y soportar torturas como las de Santa Inés y Santa Águeda. Pero, eso sí, cada uno ha de estar lleno de ese mismo espíritu, en el cual Dios se glorifica y concede también la fuerza para el martirio. Se trata de la virtud de la valentía y, aún más, del espíritu de fortaleza.

Pero empecemos diciendo algunas palabras sobre la vida de Santa Águeda…

 Siendo aún muy joven, Águeda había consagrado su virginidad a Dios mediante un voto. Llena del amor de Jesús, su único anhelo era dar la vida por Él, su Esposo celestial.

 Bajo el emperador Decio se desató una terrible persecución de los cristianos. En la isla de Sicilia, donde Águeda vivía, el procónsul Quinciano rabiaba contra los cristianos. Quinciano había escuchado sobre la riqueza y belleza de esta virgen santa, y ordenó que se la presentaran. Cuando Águeda supo de esta orden, suplicó a su Redentor que le diera fortaleza en el combate, y pronunció estas bellas palabras: “Jesucristo, sumo Señor de todas las cosas: Tú ves mi corazón; Tú sabes lo que anhelo; sé Tú el único Dueño de todo lo que soy y tengo. Tú eres mi Pastor, ¡oh mi Dios!, y yo soy tu oveja; hazme digna de triunfar sobre el Diablo.”

 Quinciano le preguntó: “¿Cuál es tu estado?”

Ella respondió: “Soy libre y de la nobleza.”

“¿Por qué, siendo de la nobleza, no te avergüenzas de comportarte y vestirte como esclava?” -preguntó el procónsul.

Le respondió Águeda: “Porque soy sierva de Cristo” –“Si naciste libre y noble, ¿cómo puedes llamarte a ti misma una sierva?”

Santa Águeda: “Servir a Cristo es reinar; su servicio es verdadera libertad.”

El procónsul: “¿Cómo? ¿Entonces nosotros no somos libres, porque despreciamos al crucificado y honramos a los dioses?”

Águeda: “¿Cómo podrías ser libre, sirviendo a dioses sin vida y vendiendo tu alma al infierno?”

 Quinciano, que la deseaba, la sometió a diversas torturas. ¡Pero nada quebrantaba a la pía virgen! No perdió la valentía ni su pureza…

 Quinciano la amenazó con terribles tormentos, si ella rehusaba sacrificar a los dioses. Pero Águeda le respondió: “Vanas son tus palabras y de nada sirven”

El procónsul: “Deja de profesar el cristianismo, cuyo solo nombre es insoportable para mí.”

Águeda: “Confesaré y alabaré este nombre con el corazón y con los labios mientras viva.”

 Enfurecido por esta profesión de fe, Quinciano ordenó que desnudaran a la virgen y la arrojaran sobre vidrios puntiagudos y carbones encendidos.

 Águeda soportaba valientemente esta tortura. Pero, puesto que en ese mismo momento se produjo de repente un terremoto, el pueblo se precipitó y gritaba: “Juez injusto, no te metas con ella; los dioses vengan la inocencia.” Entonces el tirano, temiendo la rabia del pueblo, mandó que la virgen fuese llevada de nuevo al calabozo y él mismo se escondió. Apenas estando la heroína cristiana en su prisión, cayó de rodillas y oraba así: “Señor, mi Creador, mi protección y mi fuerza desde la juventud… Tú, que has limpiado toda mala inclinación de mi corazón y me has preservado intacta; Tú, que me has otorgado paciencia en la tortura y salir victoriosa en los tormentos: acoge benigno mi espíritu, porque ha llegado el momento de dejar esta miserable Tierra e ir a Ti, el Misericordioso.” Mientras decía esta oración, se adormeció suavemente en el Señor.

 Esto con respecto a la historia de Santa Águeda…

 Al inicio de la meditación, habíamos señalado que fueron la virtud de la valentía y el espíritu de fortaleza los que concedieron a Águeda esta actitud, triunfante sobre el mundo.

 Con la valentía, que podemos adquirir como virtud, glorificamos al Señor. Si, por ejemplo, soportamos por Su causa las fatigas del apostolado; si sobrellevamos día a día las dificultades de nuestra naturaleza humana, con la mirada puesta en Él, e intentamos superarlas; si por Su causa atravesamos las enfermedades, etc., entonces le estaremos mostrando al Señor nuestro amor. Y Él, en su insuperable Sabiduría, nos fortalecerá interiormente, de manera que podamos salir victoriosos en el combate que le ha sido encomendado a todo el que siga al Señor.

 Pero, aún más grande que la virtud de la valentía, es el espíritu de fortaleza, que llenaba a Santa Águeda. Este don del Espíritu Santo realmente nos hace capaces de realizar obras como las que escuchamos en las historias de los santos, porque es el mismo Espíritu Santo en nosotros quien las realiza. Al practicar las virtudes, estamos preparando el terreno para los dones del Espíritu Santo, y, por así decir, levantamos las velas de la barca de nuestra alma para que el viento de Dios pueda moverlas.

 También nosotros necesitamos tanto de la virtud como del don del Espíritu en alto grado, tanto más en cuanto que está aumentando el espíritu anticristiano en el mundo y en la Iglesia.

 De todo ello están particularmente necesitadas las personas en China en estos días. Según lo que me escribió nuestra colaboradora china, el país está sufriendo al momento un mar de desgracias humanas. Enteras ciudades afectadas por el coronavirus han sido aisladas, y en todo el país se están tomando medidas contra la epidemia. La situación de la ciudad Wuhan sigue siendo muy seria, y no se da abasto para cubrir todas las necesidades en el campo de la medicina. En otras ciudades, las personas tienen que permanecer en casa y no pueden trabajar. Oficialmente se habla de 15.000 infectados y más de 300 muertos. ¡Pero hay motivos para suponer que la situación es peor a lo que indicarían estas cifras! 

¡Pedimos urgentemente a nuestros oyentes oración por la sufriente población china!

A continuación, pueden descargar un canto que los cristianos chinos cantan a la “Patrona de China” para implorar su ayuda:


Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
http://es.elijamission.net

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