Jn 3,1-8
Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, magistrado judío. Fue éste donde Jesús de noche y le dijo: “Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar los signos que tú realizas, si Dios no está con él.” Jesús le dijo: “En verdad, en verdad te digo que el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios.”
Nicodemo le preguntó: “¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?” Respondió Jesús: “En verdad, en verdad te digo que el que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne es carne; lo nacido del Espíritu es espíritu. No te asombres de que te haya dicho que tenéis que nacer de nuevo. El viento sopla donde quiere, y oyes su rumor, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que nace del Espíritu.”
Estas palabras del Señor no son fáciles de entender: “El que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios.” Jesús se las dirige a Nicodemo, quien de hecho tampoco las comprende, porque permanece en el plano de la razón. Sin embargo, la razón no es suficiente, pues se trata de una palabra cuyo sentido se nos descubre sólo a través de la fe, gracias a la Revelación divina.
El “nacer de nuevo” no tiene nada que ver con la filosofía de la reencarnación, procedente de sistemas religiosos hinduistas y budistas, que afirma que el hombre tendría varias vidas.
Jesús, en cambio, habla de otro nacimiento; uno que viene del Espíritu de Dios y que se expresa sacramentalmente en el Santo Bautismo. De ahí que el Señor hable de nacer “del agua y del Espíritu”.
Una persona vuelve a nacer cuando deja atrás su vida de pecado y se dirige hacia Dios, dejándose guiar por el Espíritu Santo. Tal persona vive una vida nueva y ha vuelto a nacer, como lo expresa la Sagrada Escritura. Al mismo tiempo, se va despojando del hombre viejo, como dice San Pablo (Ef 4,22). Esto quiere decir que, con su propia voluntad y en la fuerza del Espíritu Santo, refrena sus inclinaciones al mal. Al mismo tiempo, este Espíritu la fortalece en la lucha por las virtudes, para que en ella se despliega todo cuanto procede de Dios.
Jesús envió a sus discípulos a bautizar (cf. Mt 28,19); es decir, a ofrecerle a la humanidad el nuevo nacimiento. En el bautismo, los pecados son perdonados y se recibe todo lo que Jesús nos obtuvo en la cruz. Si la persona empieza a seguir los impulsos del Espíritu Santo, la vida nueva que ha recibido se va haciendo cada vez más eficaz, modelándola según la imagen de Dios. Así, llegamos a ser aquello que Él quiere que seamos.
Ciertamente Nicodemo no fue capaz de comprender todo esto en un primer momento. Muchas de las cosas que el Señor había dicho y predicho, superaban la capacidad de comprensión inmediata. Pero si nuestra relación con Dios está marcada por la confianza y la apertura, podremos entender posteriormente sus palabras.
Hay otra frase de Jesús en el evangelio de hoy que sólo podremos comprender con el tiempo: “El viento sopla donde quiere, y oyes su rumor, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que nace del Espíritu.”
Efectivamente sucede que, cuando nos dejamos conducir por el Espíritu Santo, las otras personas no siempre entenderán nuestras motivaciones. Esto se debe a que, cuando no seguimos al Espíritu Santo, solemos perseguir ciertos intereses, ya sean personales o que correspondan a la lógica de la situación dada. Esto es fácil de entender a nivel humano.
Las motivaciones que vienen del Espíritu, en cambio, tienen siempre como primer objetivo la gloria de Dios y el servicio a los hombres en el Espíritu del Señor, sin intereses egoístas. Por eso suelen ser incomprensibles para el “hombre natural”, como nos dice San Pablo: “El hombre no espiritual no percibe las cosas del Espíritu de Dios, pues son necedad para él y no puede conocerlas, porque sólo se pueden enjuiciar según el Espíritu” (1Cor 2,14).
No es fácil entender al hombre que actúa movido por el Espíritu de Dios, puesto que, de alguna manera, es como el viento, que sopla donde quiere, como lo dice el Señor.
Es un gran regalo para nosotros que podamos comprender el sentido de estas palabras de Jesús, y que estemos invitados a vivir como hombres nuevos.