2Cor 12,7-10
Para que no pudiera yo presumir de haber sido objeto de esas revelaciones tan sublimes, recibí en mi carne una especie de aguijón, un ángel de Satanás que me abofetea para que no me envanezca. Por este motivo, rogué tres veces al Señor que lo apartase de mí. Pero él me dijo: “Mi gracia te basta, pues mi fuerza se realiza en la debilidad.” Por tanto, con sumo gusto me gloriaré más todavía en mi debilidad, para que se manifieste en mí la fuerza de Cristo. Por eso me complazco en mi debilidad, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando soy débil, entonces es cuando soy fuerte.
Podemos comprender más a profundidad estas palabras de San Pablo si consideramos el gran peligro que trae consigo la soberbia. La soberbia encierra a la persona en sí misma y la eleva subjetivamente a una grandeza que la hace sentir poderosa. Recordemos la soberbia de Satanás, que no quiso servir a Dios; sino, al contrario, erigir su propio dominio.
Existen dos peligros en los que no deberíamos caer. Uno de ellos es la presunción, aquella actitud que pretende apropiarse de las cosas y posiciones espirituales, excediendo la medida asignada. La fuente es la soberbia y, por tanto, la pretensión de engrandecerse a sí mismo. En el extremo opuesto, debemos cuidarnos del peligro de no corresponder a las posibilidades que Dios nos ha confiado. El que cae en ello es como aquel hombre que entierra su talento y no lo multiplica para el Reino de Dios (cf. Mt 25,14-30).
En el caso de San Pablo, eran las revelaciones sublimes que podían ponerlo en peligro de volverse orgulloso. Por eso Dios le deja un sufrimiento, del que Pablo, en un primer momento, pide ser liberado. Tres veces se lo pide al Señor, y esto nos recuerda a la triple oración de Nuestro Señor en Getsemaní, pidiendo que el cáliz pase sin tener que beberlo (cf. Mt 26,39-44). Pero ahora el Apóstol comprende que Dios se vale de este sufrimiento como remedio contra la soberbia. Y entonces escuchamos cómo Pablo acepta todas las cruces que se presentan en su camino, para que se haga realidad aquella afirmación que el Señor le había dirigido: “Mi gracia te basta, pues mi fuerza se realiza en la debilidad.”
Este pasaje de la Sagrada Escritura nos exhorta a adentrarnos más profundamente en los caminos de Dios para con los suyos. Desde nuestra comprensión humana, no nos resulta fácil reconocer la misericordia y la sabiduría de Dios en ese “ángel de Satanás” que abofetea a Pablo, o en las injurias, necesidades y persecuciones que tiene que sufrir. ¡Pero precisamente ahí se hacen presentes!
Dios tiene en vista el verdadero mal que perjudica al hombre, y todo su actuar tiene como primer fin conducir al hombre a la eternidad, para estar junto a Él. Y, como habíamos dicho, el orgullo encierra a la persona en sí misma e incluso pone en riesgo su salvación eterna, cuando se obstina en esta actitud. A causa de las sublimes revelaciones que había recibido, Pablo fácilmente hubiera podido vanagloriarse, sintiéndose superior, más agraciado y más inteligente que las personas a su alrededor. Conociendo Dios este peligro, permitió que se enfrentase a todo tipo de luchas, para que en ellas sintiera su debilidad. Y es que era en medio de estas debilidades que se abría a Dios y se daba cuenta de que todo procede de Él: “Mi gracia te basta”.
Esta lección es de suma importancia para nuestra vida espiritual y nos da la clave para una comprensión más profunda del amor de Dios. Lo primero que se nos pide es que confiemos, precisamente cuando las cosas se ponen difíciles y tenemos que sufrir por diversas circunstancias. ¡Dios sabe valerse de todo e incluirlo en su plan de amor para con nosotros!
Ciertamente podemos pedirle a Dios que aparte de nosotros un mal. Pero si, a pesar de nuestra insistente súplica, Él no lo hace, entonces será porque en esta cruz que hemos de cargar está obrando su deseo de salvarnos, aunque no lo comprendamos así en un primer momento. Él espera que aceptemos esta cruz y que la afrontemos de forma correcta. Lo primero que Dios quiere sanar son nuestros males a nivel moral, y para ello se vale de todas las circunstancias de nuestra vida.
Desde esta perspectiva, quizá tengamos más luces para comprender ciertos sufrimientos, que pueden ser utilizados por Dios para nuestra salvación; además de que, al cargar una cruz, también podemos dar fruto para el bien de otras personas.
Sería recomendable hacer un acto de confianza como el que hizo San Pablo, dando nuestro “sí” a todo aquello que Dios permite para nuestra salvación, porque su amor y su sabiduría se manifiestan de forma especial en el hecho de que Él puede utilizar todas las circunstancias dolorosas de nuestra vida terrena como escaleras hacia la perfección.