Dios es nuestra esperanza

Empecemos escuchando las palabras del Mensaje del Padre:

Vengo para traer esperanza a los hombres y a las naciones. ¡Cuántos la han perdido desde hace mucho tiempo! Esta esperanza les permitirá vivir en paz y seguridad, trabajando para la salvación de su alma. 

Vengo para darme a conocer así como soy; para que la confianza de los hombres crezca en proporción a su amor por mí, su Padre, que tiene una sola preocupación: velar sobre todos los hombres, y amarlos como hijos.”

Nunca debemos perder la esperanza, porque es precisamente ella la que nos mantiene en pie cuando todo a nuestro alrededor parece desmoronarse; cuando las cosas no van como de costumbre; cuando el apostolado parece no dar fruto; cuando enfermedades y epidemias se propagan; cuando no podemos ver un gran avance en nuestro camino espiritual; cuando aquellos por quienes oramos simplemente no se convierten; cuando una política anticristiana tiende su lazo sobre las naciones; cuando la barca de la Iglesia parece llenarse de agua…

En tales circunstancias, puede suceder que se pierda la esperanza o que resulte muy difícil mantenerla firme. Podría parecer casi artificial o producida por nosotros mismos, porque nuestro ánimo y nuestros pensamientos están a oscuras, y seguimos la supuesta lógica de la desesperanza.

¡Pero es precisamente la esperanza la que hace brillar la luz en medio de la oscuridad! De hecho, es una de las tres virtudes teologales; y, por tanto, no un optimismo meramente humano, que brotaría de nuestra naturaleza y sería muy poco fiable.

En el texto de hoy, el Padre nos da a entender que Él conoce la desesperanza de los hombres y de las naciones, y que por eso Él mismo quiere venir a nuestro encuentro, para que pueda surgir una nueva esperanza.

La esperanza que el Padre quiere traernos está conectada al reconocimiento de Su bondad. Los hombres pueden poner su esperanza en Dios, conocer mejor Su bondad y –tocados por Su amor– abandonarse enteramente en Él.

Al ver las guerras y tanta miseria en la vida, uno debería reconocer que la verdadera paz y seguridad en este mundo sólo es posible en Dios.

Por tanto, hemos de pedir la virtud de la esperanza. Ésta no es solamente una luz que puede alumbrar en la oscuridad; sino que, además, es un don de Dios dador de vida, que, a pesar de todas las circunstancias adversas, nos permite vivir en paz y seguridad. La esperanza nos pone en condición de “trabajar para la salvación de nuestra alma”, como concluye la primera parte del mensaje que hemos escuchado.

Cuando el miedo, los temores y presentimientos oscuros u otros pensamientos de este tipo ganan terreno y nosotros no damos los pasos necesarios para superarlos, estaremos mayormente ocupados con ellos e irán oscureciendo nuestra alma. Entonces, no será fácil mantener viva la esperanza que ha de fortalecernos en nuestro camino, y difícilmente podremos concentrarnos en “trabajar para la salvación de nuestra alma”.

¿Cómo podemos, entonces, alcanzar esta esperanza constante?

¡La respuesta es sencilla y viene dada en el texto! Hemos de conocer mejor al Padre como Él es en verdad. Es para eso que Él le habla a la Madre Eugenia y, por su medio, a todos nosotros. En otra parte del “Mensaje del Padre” que escucharemos más adelante, Él nos da a entender que aún no lo conocemos lo suficiente… Si lo conociéramos mejor, nos llenaría una fuerte esperanza.

Las pocas palabras que hasta ahora hemos escuchado del “Mensaje del Padre”, nos abren nuevos horizontes y nos muestran cuán importante es conocer a Dios más profundamente. Así, corresponderíamos también al deseo del Señor, porque Él quiere que sepamos que vela sobre nosotros, y que quiere amarnos como hijos Suyos.

Si intentamos interiorizar esta realidad, podremos comprender mejor estas palabras de San Pablo:

“Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Rom 8,38-39)


Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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