Para contextualizar, resumo primeramente lo que habíamos hablado durante los dos últimos días…
Califiqué el brote de esta pandemia como una permisión de Dios, que ha de entenderse como una reprensión de parte Suya, para que lo busquemos a Él, nos apartemos de los caminos de la perdición y optemos por el camino de la verdad.
Muchas cosas en el mundo están fallando gravemente, y no pocas personas están en peligro de perder incluso su salvación eterna, y pasar su vida terrenal lejos de Dios. En el lugar de Dios se han colocado muchos “dioses sustitutos”, y a menudo el pecado ya no es reconocido como tal; se lo relativiza y, en el peor de los casos, se lo considera incluso como un avance positivo. ¿Quién busca todavía la verdad? ¡Cuánta confusión!
También hablé sobre la respuesta de los representantes de la Iglesia en esta situación de crisis, que muchas veces se subordinan demasiado pronto a las ordenanzas del Estado, sin asegurarse de que los fieles puedan seguir recibiendo el consuelo de los sacramentos. En el anuncio, se habla muy poco del núcleo del asunto; es decir, del llamado a la conversión.
Esto no es de sorprender, ya que, desafortunadamente, se desvanece cada vez más la dimensión trascendental de la Iglesia. Particularmente en este Pontificado, se emprendió un cambio de rumbo que perdura. Se fueron colocando en primer plano temas que, si bien son importantes, no tienen el primer rango. En cambio, los temas esenciales de la Iglesia parecen enfatizarse cada vez menos. Cuando se habla de pecado, se lo hace primordialmente en relación con el medio ambiente o con los migrantes, o en lo referente al amor al prójimo.
En estas circunstancias, ¿de dónde vendrá la fuerza para afrontar una plaga tal en el Espíritu del Señor, si ni siquiera se llega a la conclusión correcta de que, al permitir la pandemia, Dios está haciendo un llamado a la conversión?
Entonces, ¿qué hemos de hacer?
En primer lugar, se necesita tener claridad sobre la situación a partir de la fe, para que no quedemos a oscuras o sin orientación en lo que refiere a esta pandemia. Si Dios la permite –y sabemos que nada sucede sin su permisión–, entonces persigue con ella una intención de salvación. El concepto “reprensión” es bastante acertado, porque Dios quiere señalar el camino recto. Puesto que Él siempre quiere la salvación de la persona –aunque no siempre lo entendamos así en un primer momento–, hemos de aprender a aceptar la situación de forma apropiada, como viniendo de manos de Dios. Así no nos dejaremos confundir por los poderes del Mal, que quieren aprovechar tales circunstancias para sembrar el caos, tanto a nivel interior como exterior.
Es necesario aprender a lidiar en el Espíritu de Dios con nuestras reacciones emocionales ante esta crisis: los miedos, la inseguridad, diversos temores y preocupaciones, la rebelión, etc… Incluso si nos sentimos consternados ante las repentinas restricciones a la libertad personal y, más aún, ante la pérdida casi increíble del acceso a los sacramentos –una reacción que ciertamente es más que comprensible–, esta consternación no debe dominarnos hasta el punto de dejarnos paralizados y hacernos “hombres de poca fe”.
Aunque consideremos que las medidas del Estado son exageradas –que aquí y allá efectivamente pueden serlo–, y aunque estemos mucho más decepcionados y tristes por el hecho de tener poco o ningún acceso a los sacramentos, hemos de tener presente que Dios tiene incluido todo esto en Su plan.
No debemos quedarnos en lamentar las circunstancias, sino que hemos de aprender a ver cómo el Señor forma y prepara a Sus fieles también y precisamente a través de una plaga tal.
Ciertamente es esencial ofrecer como sacrificio este sufrimiento que nos toca sobrellevar. Pero pensemos que aquellos que no tienen fe tienen aún un mayor sufrimiento que soportar. ¿A quién pueden dirigirse, sobre todo cuando la pandemia se va proliferando? ¿A quién pueden acudir con sus miedos?
Nos resulta muy doloroso no poder recibir los sacramentos, más aún considerando que podrían haber alternativas. Pero es aquí donde tenemos que dar un paso importante: Si nos vemos privados de los sacramentos sin culpa de nuestra parte, hemos de aprender a activar otras dimensiones en nuestro camino y práctica espiritual.
No podemos descartar que de pronto ya no se nos permita asistir a los servicios públicos, como de hecho ya está sucediendo con la actual pandemia. ¡No sabemos qué más nos espera! Por eso, hemos de sacar las conclusiones adecuadas y tomar las medidas correspondientes. No sólo se trata de nosotros mismos, sino además de estar en condición de ayudar a otros, porque ¿quién más que los fieles podrá brindar la mano a las personas que se encuentran desorientadas?
En tales circunstancias, nuestra fe debe apoyarse directamente en Dios. Esta es una lección importante para el tiempo actual. Se nos puede negar el acceso a los sacramentos, pero no extinguir nuestra fe.
Por hoy quedémonos con esto:
En primera instancia, se requiere una comprensión adecuada de la situación a la luz de la fe. Luego, es necesario dar los pasos correspondientes para aceptar dicha situación como viniendo de la mano de Dios, y sobrellevar el sufrimiento en la fe.
Si no es posible acceder a los sacramentos como nos era habitual, hemos de activar y reforzar otros aspectos de nuestra vida espiritual.
Retomaremos el tema…
Una última nota antes de cerrar:
Quisiera recordarles el canto que Harpa Dei ha grabado y subido a YouTube; un canto compuesto y cantado en la Edad Media, en el contexto de una peste. Recomendamos escucharlo y acogerlo como “medicina espiritual”, y compartirlo en este mismo sentido.
Y también hemos subido a la red una Santa Misa Tradicional, celebrada con el formulario para tiempos de epidemia. También aquí recomendamos acogerla profundamente en el corazón y compartirla…
Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
http://es.elijamission.net