EL CAMINO DE ADVIENTO – Día 13: “La vida interior”

Las meditaciones de esta semana nos conducen paso a paso hacia el tema de la contemplación.

En nuestra Santa Iglesia contamos con una rica tradición mística en la que se describe el profundo encuentro entre Dios y el alma, y se nos invita a emprender un camino tal. Conocemos órdenes religiosas que se dedican por completo a la oración contemplativa y que, de este modo, presentan ante Dios todas las preocupaciones e intenciones de la Iglesia y del mundo. Se retiran totalmente del mundo y permiten que la llama del amor divino arda en su corazón.

Ciertamente, se trata de una vocación especial que no está destinada a cada persona. Sin embargo, el camino interior, que es el que recorren, por ejemplo, las carmelitas contemplativas, encierra aspectos esenciales para todos aquellos que desean profundizar en su fe. Del mismo modo que en el mundo se aprende de los que son expertos en un campo determinado, a nivel espiritual podemos aprender de aquellos que han cultivado intensamente la vida interior.

En la meditación de ayer, concluí diciendo que deberíamos buscar momentos para retirarnos y entrar en contacto más profundo con el Señor, para corresponder así a su deseo de comunicársenos en una relación confiada y familiar.

De hecho, el Señor nos dice en el Evangelio: «Cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt 6,6).

San Juan de la Cruz, uno de los maestros espirituales más destacados, lo explica de este modo[1]:

«Es de notar que el Verbo Hijo de Dios, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, esencial y presencialmente está escondido en el íntimo ser del alma; por tanto, el alma que le ha de hallar conviénele salir de todas las cosas según la afección y voluntad y entrarse en sumo recogimiento dentro de sí misma, siéndole todas las cosas como si no fuesen. (…) Está, pues, Dios en el alma escondido, y ahí le ha de buscar con amor el buen contemplativo».

Vemos, entonces, que Dios habita en nosotros y nos atrae para que lo busquemos en nuestro interior.

Los maestros espirituales nos enseñan que no debemos dejarnos absorber por las cosas externas. Este es un punto esencial para la profundización de nuestra vida interior. Con facilidad dejamos que las cosas externas nos determinen; nos dejamos llevar, apegamos nuestro corazón a las cosas pasajeras y a las personas, buscando en ellas consuelo y depositando en ellas nuestra esperanza, etc.

Sin embargo, todo esto nos impide profundizar y encontrarnos con Dios en lo más íntimo de nuestra alma. Podríamos decir que estamos ocupados y entretenidos con las cosas de este mundo. Generalmente, estas ocupaciones son tan absorbentes que también afectan al tiempo que en realidad quisiéramos dedicarle exclusivamente a Dios.

El padre Gabriel de Santa María Magdalena, carmelita descalzo, escribe al respecto[2]:

«Comprendo, mi Dios, que para hallarte tengo que salir de todas las cosas: del ruido y del alboroto de la vida exterior, del parloteo sobre cosas mundanas, de la curiosidad que me lleva a salir para ver, para escuchar, para saber… Salir de todo este mundo exterior, que constantemente quiere atrapar mi atención, mis pensamientos, mis afectos. Ayúdame Tú a silenciar mi inútil curiosidad y mi excesiva charlatanería. Ayúdame a pasar por en medio de todas las vicisitudes de la vida, de todas sus insistentes atracciones, de su bullicio, de sus rendimientos acelerados, sin que mi mirada y mi corazón se apeguen a estas cosas buscando en ellas satisfacción, consuelo o interés personal».

Si bien esto se aplica particularmente a las almas que llevan una vida retirada del mundo y totalmente enfocada en Dios, también es válido para todos aquellos que quieran intensificar su camino con el Señor. Sería una ilusión creer que se puede profundizar en la vida espiritual sin estar dispuestos a dejar atrás lo que nos obstaculiza y permaneciendo atascados en una vida superficial, encontrando en ella nuestro «hogar».

¡Qué extraño nos resultaría a los católicos si, por ejemplo, en un monasterio contemplativo se adoptaran costumbres mundanas! Nos parecería una contradicción y hablaríamos de una «mundanización» del monasterio.

Pero, de la misma manera, resulta ajeno si nosotros, los cristianos, no recorremos seriamente el camino de la transformación interior y nuestros hábitos se asemejan a los de aquellos que no conocen al Señor y aún no pueden recibir la gracia que Él les tiene preparada. Sería igualmente contradictorio y estaríamos contribuyendo a la creciente mundanización de la Iglesia.  

Así, el crecimiento de nuestra vida espiritual no solo resulta fructífero para nuestra propia santificación, sino también para el testimonio que estamos llamados a dar ante aquellas personas que buscan a Dios.

Por tanto, si queremos profundizar seriamente en nuestro camino de seguimiento de Cristo, se vuelve más actual que nunca la invitación a entrar en nuestro propio corazón, allí donde el Señor ha puesto su morada.

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Meditación sobre la lectura del día: https://es.elijamission.net/un-corazon-ardiente-3/

[1] San Juan de la Cruz: “El cántico espiritual”, Canción 1, 6.

[2] P. Gabriel a S. Maria Magdalena O.C.D, “Geheimnis der Gottesfreundschaft“ [Intimidad Divina] (Freiburg: Verlag Herder Freiburg, 1957), 41. Traducido por Mirjana Gerstner.

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