Santa Catalina de Alejandría: Yo os daré las palabras y la sabiduría

Hoy celebramos la memoria de Santa Catalina de Alejandría, que vivió entre el siglo III y IV en Alejandría (Egipto). Catalina, hija única de un gobernador pagano llamado Costus, recibió una buena educación. Siendo aún muy joven, abrazó la fe cristiana.

Cuando se enteró de que el emperador Majencio había ordenado que todo el pueblo acudiera a Alejandría para ofrecer sacrificios a los dioses, Catalina se dirigió deprisa al lugar donde se encontraban los cristianos, atemorizados frente a la muerte que les esperaba si se negaban a sacrificar.

Con valentía, la joven se presentó ante el Emperador y le dijo:

CATALINA: «Corresponde a vuestra dignidad que os salude, oh Emperador… ¡Ojalá reconocierais al Creador del cielo y apartarais vuestro corazón de los falsos ídolos!»

Entonces empezó a debatir con él, exponiéndole muchos argumentos a favor de la fe cristiana que éste no supo refutar.

Catalina le preguntó: «¿Por qué habéis congregado en vano al pueblo aquí para que, en su insensatez, ofrezca sacrificios a los ídolos? ¡Nadie se iguala a Dios! A Él debéis adorar, pues Él es el Dios de los dioses y Señor de señores».

El Emperador, impresionado por la belleza y sabiduría de la joven, le dijo: «Nos hemos quedado sorprendidos ante tu sabiduría y queremos saber a qué linaje perteneces».

CATALINA: «Yo soy Catalina, la hija única del rey Costus. Pero, aunque haya nacido en la púrpura y sido instruida en todas las artes, lo he despreciado todo y me he consagrado al Señor Jesucristo. Los dioses a los que Vos adoráis no pueden ayudaros ni a Vos ni a vuestros súbditos. ¡Ay de vosotros, desdichados, que adoráis imágenes! Vuestros dioses no están con vosotros y, cuando los invocáis en la angustia y la tribulación, no vienen en vuestra ayuda ni os protegen del peligro».

EMPERADOR: «Si lo que dices fuese cierto, entonces todos los demás estarían equivocados y solo tú tendrías razón. Sin embargo, ¡tú no eres más que una débil mujer!»

Al darse cuenta de que no podía hacer frente a la sabiduría de aquella joven, el Emperador mandó llamar a los hombres más doctos y eruditos de su reino para que refutaran sus argumentos. Así, llegaron a Alejandría cincuenta sabios para debatir con Catalina.

El Emperador les dijo: «Hay entre nosotros una virgen de incomparable sabiduría, que supera a todos los sabios. Ella afirma que los dioses son espíritus malignos. Si lográis derrotarla, volveréis a vuestra patria con grandes honores».

Uno de los eruditos, disgustado, le dijo al Emperador: «Oh, gran Emperador, ¿por qué nos habéis convocado para una disputa tan poco honrosa con una virgen a la que hasta el menor de nuestros alumnos podría derrotar con facilidad? Traédnosla para que confiese su crimen y admita que nunca antes había visto maestros más sabios».

Cuando la doncella Catalina se enteró de lo que le esperaba, se puso enteramente en las manos de Dios. Entonces, un ángel del Señor la visitó y la exhortó a mantenerse firme, asegurándole que no sería derrotada, sino que, por el contrario, aquellos eruditos se convertirían y obtendrían la corona del martirio. Así, la joven se armó de valor para el debate que se avecinaba.

MAESTRO: «¿Qué es lo que dices, doncella? Es imposible que Dios se haga hombre o esté expuesto al sufrimiento».

CATALINA: «Incluso a los paganos les había sido predicho que así sucedería. La Sibila anunció: “Bendito sea el Dios que pende en la cruz enaltecida”.»

Entonces, con la sabiduría que Dios le había concedido, Catalina convenció a todos los eruditos, de modo que ya no pudieron rebatirla. Al ver esto, el Emperador se enfureció sobremanera.

Pero uno de los eruditos le dijo intrépidamente: «Sabéis, oh Emperador, que nunca habíamos sido derrotados por ningún hombre; pero es el Espíritu de Dios quien habla a través de esta virgen, dejándonos a todos en tal asombro que ya no queremos ni podemos decir nada contra Cristo. Por eso, oh Emperador, confesamos sin temor que todos nosotros nos convertimos a Cristo».

En su cólera, el Emperador ordenó que todos los sabios fueran quemados. Ellos, fortalecidos e instruidos por las palabras de consuelo de la doncella Catalina, permanecieron fieles a la fe y recibieron así la corona del martirio.

El Emperador Majencio, que quería ganarse a Catalina, le hizo diversos ofrecimientos que ella rechazó por completo. Finalmente, ella misma también padeció el martirio. Gracias a su testimonio y a las señales milagrosas que la acompañaban, muchas personas se convirtieron al cristianismo, incluida la esposa del Emperador.

Sin duda, en esta virgen se hizo realidad la promesa de Nuestro Señor a los perseguidos:

«No os propongáis preparar vuestra defensa; porque yo os daré palabras y sabiduría que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios» (Lc 21,14-15).

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Meditación sobre el evangelio del día: https://es.elijamission.net/el-fin-de-los-tiempos-2/

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