EVANGELIO DE SAN JUAN (Jn 15,1-18): “Nada supera al amor”    

Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador. Todo sarmiento que en mí no da fruto lo corta, y todo el que da fruto lo poda para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he anunciado. Permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí es arrojado fuera, como los sarmientos, y se seca; luego los recogen, los arrojan al fuego y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y se os concederá. En esto es glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto y seáis discípulos míos. Como el Padre me amó, así os he amado yo. Permaneced en mi amor. 

Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he dicho esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea completa. Éste es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros, en cambio, os he llamado amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he hecho conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca, para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Esto os mando: que os améis los unos a los otros. Si el mundo os odia, sabed que antes que a vosotros me ha odiado a mí.

¿Quién no conoce esta preciosa comparación del Señor sobre la vid verdadera? A lo largo de los siglos ha acompañado el camino de fe de los cristianos. En esta parábola se expresa gráficamente la relación entre Jesús y el Padre celestial. Nosotros, como discípulos suyos y sarmientos de la vid que es Él mismo, necesitamos ser purificados para producir más fruto. Pero los sarmientos que no den fruto serán cortados. Por eso es tan importante que permitamos que nuestro Padre nos purifique para no tener que temer ser arrojados fuera. En los procesos de purificación, es bueno tener siempre presente que la intención de nuestro Padre es hacer que demos más fruto, de manera que el Reino de Dios se expanda a través de nuestra vida y fecundidad.

La Palabra del Señor fue anunciada a los discípulos y, puesto que la recibieron, quedaron limpios. Sin embargo, deben permanecer en ella, es decir, en la unión más íntima con Jesús. Solo en Él será posible, a largo plazo, producir el fruto que Dios dispuso para nuestra vida. A esto hay que prestar mucha atención y llevar ante el Señor cada pequeña desviación para que ésta no se extienda y el sarmiento termine marchitándose.

Jesús vuelve a prometer a sus discípulos que todo lo que pidan en su nombre se les concederá, siempre que permanezcan en Él y en su Palabra. Esta es la condición para que sus oraciones sean escuchadas. El fruto que produzcan dará gloria al Padre, porque los discípulos atestiguarán que procede de Él y le atribuirán todos los méritos, tal y como hizo su Señor y Maestro. Viven en ese amor que el Padre Celestial muestra a su Hijo. Permanecerán para siempre envueltos por ese amor y, si son fieles al Señor hasta la muerte, este amor alcanzará su plenitud en la eternidad. Ya aquí, en la tierra, será para ellos fuente de verdadera alegría.

Al seguir al Señor, sus discípulos se convierten en sus íntimos amigos. Él los va incluyendo cada vez más en su plan de salvación y, por tanto, no son simples ejecutores de órdenes. Se convierten en conscientes cooperadores de Dios y partícipes de sus planes. Al mismo tiempo, están llamados a recorrer el mismo camino que el Señor y a entregar su vida como Él. Sin duda, se trata de un alto precio, que solo puede comprenderse desde la perspectiva del amor. Es un verdadero servicio que brota de la amistad con Dios y con los hombres. No hay nada superior al amor, ni siquiera la vida que Dios, en su bondad, nos ha regalado. Esta se subordina a un amor más grande y a la entrega por causa del Reino de Dios.

Esto es lo que nosotros, los cristianos, tenemos que aprender y poner en práctica a lo largo de los siglos. Esto es también lo que caracteriza particularmente la vida espiritual. No se trata necesariamente de sufrir un martirio cruento, sino de morir constantemente a nosotros mismos, a nuestro amor propio, por causa de un amor más grande. En la teología mística cristiana esto se denomina «morir al hombre viejo», morir a una vida meramente natural.

Un aspecto más les hace ver el Señor a sus discípulos: puede que el mundo los odie a pesar de que no hagan ningún daño a nadie. Esto se debe a que Jesús y la verdad son frecuentemente rechazados, como vimos una y otra vez en la persecución que el Señor sufrió a manos de los judíos hostiles en los capítulos precedentes del Evangelio de San Juan.

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