“Ven, Padre amoroso del pobre; don en tus dones espléndido” (Parte III – Retiro de Pentecostés)

Ven, Padre amoroso del pobre”

Llamar al Espíritu Santo con el nombre de “Padre” nos resulta poco común. Pero lo entenderemos si lo consideramos bajo el concepto de “engendrar”, que tan relacionado está con la paternidad. El Espíritu Santo engendra y vivifica. Al reflexionar sobre el término “Padre amoroso del pobre”, se nos viene a la mente una de las bienaventuranzas:

“Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.” (Mt 5,3)

Estos “pobres” son aquellos que todo lo esperan de Dios; que esperan del Espíritu Santo la verdadera luz, y no cimientan su confianza en su propio conocimiento. Son aquellos que no toman parte en la construcción de la torre de Babel, que no quieren elevar sus propios pensamientos a las alturas, para luego derrumbarse.

En ellos, el Espíritu Santo puede ejercer Su paternidad. Aquí puede engendrar y esparcir Su luz en el alma. Se trata de una luz muy suave, que, para poderse difundir, requiere de la receptividad por parte de la persona. ¡Y esto es la humildad!

Si el Espíritu Santo quiere ejercer Su paternidad espiritual, la respuesta adecuada por parte del hombre es la apertura de su alma, así como la Virgen María la tuvo en el encuentro con su Esposo Divino, mostrándose presta a cumplir Su Voluntad. “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.” (Lc 1,38)

Es ahí donde quiere llevarnos el Espíritu Santo: a una disposición total a entregarse gustosamente a la Voluntad Divina. Entonces, la pobreza de espíritu significa ser receptivos frente al actuar del Espíritu Santo, de modo que Él pueda engendrar en nosotros Su luz y, por tanto, la vida divina, ejerciendo así Su paternidad con el alma.

“Ven, don en tus dones espléndido”

Aquí se hace alusión a los siete dones del Espíritu Santo, que difunden su luz en nosotros y nos modelan conforme a la imagen de Dios. Lamentablemente esta enseñanza no se la toma en cuenta lo suficiente. Pero la cooperación consciente para que estos dones del Espíritu Santo puedan desplegarse en nosotros es importante para el camino de santificación, sin el cual nadie puede ver a Dios.

Hoy me contentaré con una descripción breve de cada uno de estos dones, puesto que frecuentemente hablo sobre ellos. Si alguien desea re-leerlos o -escucharlos, podrá encontrarlos en los respectivos enlaces que colocamos al final de este texto. Puesto que hacen parte de la Secuencia de Pentecostés y de nuestra vida espiritual, los describiré ahora brevemente:

Don del temor de Dios

A través de este don, el amor a Dios nos enseña a no hacer nada que pudiese desagradarle. Nos hace muy sensibles para percibir la presencia de Dios y nos da una profunda reverencia, tanto frente a Dios como también frente al prójimo, que está creado a Su imagen.

Don de piedad

Aquí el amor a Dios nos lleva aún más allá. Ya no sólo quiere evitar todo cuanto pudiese desagradarle, sino que está atento a agradarle al Padre Celestial, complaciéndolo y causándole alegría con toda la vida y con cada acto. El don de piedad despierta la vida espiritual y la hace más alegre y llevadera, porque la motivación es el amor a Dios, que ha crecido.

Don de fortaleza

Es aquel que nos hace capaces de padecer sufrimiento y persecución, así como dar pasos importantes en el camino espiritual. Es el don que capacitó a los mártires y confesores a permanecer fieles aun en vistas de la muerte.

Don de consejo

Este don nos ayuda a reconocer la Voluntad de Dios para la situación concreta en que nos encontremos. El Espíritu Santo es nuestro consejero, al cual podemos consultar en cada situación, y particularmente cuando no vemos la salida y no podemos entender correctamente las cosas…

Don de ciencia

Éste nos enseña a no aferrar nuestro corazón a las creaturas, y nos hace comprender a profundidad que éstas no son nada por sí mismas, y que sólo por Dios obtienen su belleza y valor.

Don de entendimiento

Este don nos permite comprender más profundamente a Dios, en la luz del Espíritu Santo. Ya no sólo lo reconocemos a través de los sentidos, sino directamente en la luz sobrenatural del Espíritu Santo. Es, por tanto, un conocimiento sobrenatural de Dios.

Don de sabiduría

Este último don nos permite gustar espiritualmente el amor de Dios: “Gustad y ved qué bueno es el Señor” –nos dice el salmo, y se refiere a saborear espiritualmente la bondad de Dios.

Para conocer más sobre los siete dones del Espíritu Santo:

Sobre la obra del Espíritu Santo (a partir de la página 6)


Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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