La vía purgativa (II): Ascesis

En octubre de 2020, había tratado detalladamente el tema de la ascesis en una serie conformada por cinco partes. Les recomendaría releer dichas meditaciones:

Parte 1: http://es.elijamission.net/la-ascesis-parte-1/

Parte 2: http://es.elijamission.net/la-ascesis-parte-2/

Parte 3: http://es.elijamission.net/la-ascesis-parte-3/

Parte 4: http://es.elijamission.net/la-ascesis-parte-4/

Parte 5: http://es.elijamission.net/la-ascesis-parte-5/

Sin embargo, en el contexto del camino de purificación que estamos tratando, conviene volver tocar el tema de la ascesis, porque ésta debe acompañarnos a lo largo de toda nuestra vida para mantenerla en un orden fructífero.

Denominamos “ascesis” a la lucha, al refrenar de nuestras inclinaciones desordenadas, en primera instancia, a nivel de los sentidos. Hemos de aprender a restringirlas, a ponerles un orden en el cual estas potencias vitales puedan desarrollarse positivamente y no sean destructivas. Para ello, hemos de estar conscientes de que, al dejarnos llevar simplemente por los impulsos naturales, éstos muchas veces irán más allá de la justa medida. Cuando esto sucede, la fuerza y concentración del alma disminuyen. Entonces, habrá que reparar ese “exceso”. Uno se ha dispersado; hay algo que recuperar; los “vidrios rotos” tienen que ser recogidos…

La fuerza y concentración del alma

¿A qué se refiere este término?

Tengamos en claro que nuestra alma tiene su hogar sólo en Dios. No hay nada que ella desee tanto como estar con Dios. De hecho, será ahí donde esté por toda la eternidad, totalmente purificada, dotada de un cuerpo transformado y viviendo en la constante visión de Dios. Pero ya en su vida terrenal el alma anhela la comunión con Dios. Lo que más quisiera es que le crezcan “alas espirituales”, para poder elevarse fácilmente a Dios.

La concentración y fuerza del alma se acrecientan a través de todo aquello que se relacione con Dios: la oración, la Palabra de Dios, los sacramentos, el camino interior recorrido con esmero, etc… En cambio, se verá debilitada cuando las necesidades naturales tomen un peso que sobrepase la medida justa y razonable. Entonces, el alma estará, por así decir, pegada al suelo, atada a la esfera sensual.

Para que el alma, con sus potencias del entendimiento, la memoria y la voluntad,  pueda seguir más fácil y ágilmente la guía de Dios, es necesario practicar la ascesis, para poner riendas a nuestra naturaleza caída. Nuestro espíritu debe ser el jinete que dirige el caballo, para que éste no se descontrole con todo y jinete. Al refrenar las apetencias de nuestros sentidos, recuperamos con la ayuda de Dios el dominio sobre nosotros mismos, de modo que nos convertimos en “señores en nuestra propia casa”. Así, va resurgiendo el orden originario, que había quedado perturbado por la caída en el pecado. En efecto, Dios nos había creado de tal forma que nuestro espíritu, guiado por Dios, debía determinar la dirección de la voluntad, valiéndose para ello de nuestros impulsos naturales. Ahora podemos recuperar este orden, aunque sea con esfuerzos.

Entonces, en el marco del tema que estamos tratando, la ascesis corresponde a la así llamada “purificación activa”, que hemos de llevar a cabo con nuestra voluntad y bajo el influjo del Espíritu Santo. Con todo lo que volvamos a poner bajo nuestro dominio, nos haremos más flexibles para seguir las mociones del Espíritu del Señor.

Pongamos un ejemplo concreto:

El Espíritu Santo me llama y me invita suavemente a despertarme más temprano en las mañanas, para orar en silencio. Sin embargo, mi pereza y mi potencial de distracción impiden aquello que Dios quisiera concederme en este tiempo de oración matutina.  ¡Pero el Espíritu Santo no se cansa y sigue llamándome una y otra vez! Finalmente, tomo con mi voluntad la decisión de acoger esta invitación, y me educo a mí mismo para levantarme a tiempo. Inmediatamente noto el cambio: El día comienza de forma distinta y estoy más cerca de Dios. Entonces me propongo seguir aceptando esta invitación del Señor con constancia y trabajar en mi pereza, fortaleciendo así también mi voluntad. Cuanto más lo haga, tanto más fácil se tornará con el paso del tiempo.

Ahora el Espíritu Santo puede obrar y, en Su luz, me resulta más claro todo lo que había desaprovechado a causa de mi pereza. Esto me duele; pero este dolor se convierte ahora en motivación para no volver a ceder a mis inclinaciones. Y si, por debilidad, vuelvo a caer, me arrepiento inmediatamente y retomo el camino. Puedo notar cada vez más que esto le agrada a Dios, lo cual me da paz. El don de piedad se ha activado más fuertemente y me ha iluminado.

El amor de Dios –el Espíritu Santo– ha actuado sobre nuestra fuerza de amar; es decir, sobre nuestra voluntad, para hacer a un lado los obstáculos que impedían Su creciente influjo sobre nosotros, y así nos ha conducido a una nueva libertad en Cristo.

Este ejemplo es uno de muchos de cómo nosotros estamos llamados a cooperar en nuestra propia purificación a través de la ascesis.