Solemnidad de la Inmaculada Concepción: “Destinados a la alabanza de Dios”

Ef 1,3-6.11-12

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya. Por su medio hemos heredado también nosotros. A esto estábamos destinados por decisión del que hace todo según su voluntad. Y así, nosotros, los que ya esperábamos en Cristo, seremos alabanza de su gloria.

La Iglesia tiene razón al celebrar con tanta solemnidad la Inmaculada Concepción de María, pues todo lo que hemos escuchado en la lectura de hoy con respecto a nuestra predestinación, se cumple de forma eminente en la Beatísima Virgen María, quien dio su SÍ a la Voluntad de Dios y fue así directamente incluida en Su plan de salvación para con la humanidad.

Por eso, mientras nos preparamos para la Gran Fiesta de la Natividad del Señor, conviene que, en la Solemnidad de hoy, pongamos nuestra mirada en la Madre del Señor… En Ella, podemos descubrir la belleza de la Creación en su integridad e inocencia originarias, porque, como nos hace ver la Fiesta de este día, la Virgen María fue concebida sin la mancha del pecado original y recibió todas las gracias de su Hijo.

En María podemos ver lo que significa vivir conforme a la predestinación de Dios, porque sin duda Ella correspondió perfectamente y con todo su ser al plan que Dios tenía para su vida.

El concepto de predestinación que el texto de hoy nos presenta, nos deja en claro que nuestra vida está insertada en las manos y en los planes de Dios. La meta suprema es llegar a ser herederos de Dios y destinados a la alabanza de su gloria. Para llegar a esta meta, a cada uno de nosotros le ha sido entregado un plan singular e inconfundible de cómo y en cuál misión ha de glorificar a Dios. Es por eso que también es importante estar abiertos a un llamado más profundo que pueda sernos dirigido. Para hallarlo, no tenemos que andar divagando, probando esto y aquello; sino que, en el concreto seguimiento de Cristo, podemos dejarnos guiar por Dios hacia aquello que Él dispuso para nosotros desde toda la eternidad.

Conforme a Su Sabiduría, el Señor sabe integrar en Sus planes incluso nuestros extravíos, cuando nos entregamos a Él. En una meditación que escribí hace un tiempo sobre los dones del Espíritu Santo (Véase: http://es.elijamission.net/el-don-de-ciencia/), había dicho que el plan para nuestra vida sale a relucir cuando el don de ciencia actúa en nosotros, que es el que nos ayuda a reconocer que sólo en Dios y no en lo creado está nuestro hogar, y nos invita, por tanto, a desprendernos de forma adecuada de todo apego desordenado a lo creado. Entonces podremos notar con mayor claridad qué es lo que Dios tiene pensado para nuestra vida, y asumir así más profundamente nuestra vocación.

“No me habéis elegido vosotros a mí; más bien os he elegido yo a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto sea duradero.” –nos dice el Señor en el así llamado “discurso de despedida” (Jn 15,16). Previo a ello, había llamado a sus discípulos “amigos” (cf. Jn 15,15), a quienes les confía todo… Conocemos el camino que recorrieron después los discípulos, llevando el evangelio al mundo como apóstoles del Señor. Sabemos también que su fruto efectivamente permaneció: ¡hasta el día de hoy vivimos de sus palabras y del ejemplo que nos dejaron! En ellos se cumplió el plan de Dios y por su medio lo alabamos a Él.

Hoy en día, cuando las personas buscan su dicha personal, a menudo ignoran esta dimensión, de que sólo en conformidad con Dios, viviendo de acuerdo a lo que Él les ha concedido y encomendado, puede hallarse la verdadera felicidad. Empleando el lenguaje de la lectura de hoy, diríamos que se trata de corresponder a nuestra destinación más profunda.

Cuando aún no se conoce bien a Dios ni se confía realmente en Él, puede incluso suceder que el hecho de que Él nos haya predestinado para algo genere un sentimiento de que uno está como obligado a hacer y cumplir algo que uno mismo no ha escogido. Paradójicamente, uno podría incluso tener la impresión de que esta predestinación limitaría nuestra libertad personal. Sin embargo, tales pensamientos muestran que tampoco se ha entendido adecuadamente en qué consiste la verdadera libertad del hombre. Porque no puede haber mayor libertad que la de cumplir consciente y amorosamente la Voluntad de Dios, adentrándonos así en nuestra propia predestinación.

En la Virgen María se puede ver que la gran dicha y realización de su vida consiste en cumplir su predestinación. Ella no quiere nada para sí misma; todo ha de servir para la gloria de Dios. Su felicidad está en poder responder con su entrega al amor de Dios y abandonarse a su Providencia: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). María ha sido destinada a la alabanza de la gloria de Dios: “Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su Nombre es santo” (Lc 1,49).

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