Preparar a la Novia para el Esposo

Ap 1,9-11a.12-13.17-19

Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la constancia en Jesús, estaba desterrado en la isla de Patmos, por haber predicado la palabra de Dios, y haber dado testimonio de Jesús. Un domingo caí en éxtasis y oí a mis espaldas una voz potente que decía: “Lo que veas escríbelo en un libro, y envíaselo a las siete Iglesias de Asia.” 

Me volví a ver quién me hablaba, y, al volverme, vi siete candelabros de oro, y en medio de ellos una figura humana, vestida de larga túnica, con un cinturón de oro a la altura del pecho. Al verlo, caí a sus pies como muerto. Él puso la mano derecha sobre mí y dijo: “No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo. Escribe, pues, lo que veas: lo que está sucediendo y lo que ha de suceder más tarde.”

En este domingo, convergen dos aspectos que tienen gran importancia en la vida de los católicos. Por una parte, es el día octavo de la Resurrección de Nuestro Señor. Por otra parte, es el Domingo de la Misericordia, que tiene su origen en las revelaciones a Sor Faustina Kowalska. Para nuestra pequeña comunidad Agnus Dei es hoy además el cuadragésimo segundo aniversario de fundación.

Lo primero que siempre hemos de hacer es agradecer al Señor por su bondad y alabarlo. ¿Qué sería de nuestra vida si no lo conociéramos? Nos haría falta lo esencial; es decir, aquel amor que nos creó, nos redimió y que llevará a culmen su obra en nosotros. No tendríamos a Aquél que nos dice: “No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo.”

Esta gratitud y alabanza de Dios debe estar especialmente presente cuando uno ha sido llamado a servirle en una comunidad religiosa y a centrar en Él toda nuestra vida. Puesto que yo –el Hno. Elías– recibí la gracia de parte de Dios de cooperar con el Espíritu Santo en la fundación de esta comunidad, quisiera transmitir algunos de los enfoques de la espiritualidad de Agnus Dei a todas las personas que escuchan mis meditaciones diarias y los cantos sacros de Harpa Dei. Así, podrán conocernos un poco mejor.

Si tuviera que resumir en pocas palabras cuál es el aspecto principal del ministerio de nuestra comunidad, respondería lo mismo que le dije hace varios años a un sacerdote que me lo preguntó: “Queremos ayudar a preparar a la Novia para el Esposo”.

Desde esta perspectiva, adquieren su sentido más profundo todas nuestras actividades. De entre ellas, la primera que habría que mencionar es la contemplación, que consiste en profundizar diariamente nuestro amor a Dios y volvernos cada vez más receptivos hacia el suyo. En nuestra Casa Madre –el Monasterio Frauenberg en Alemania– llevamos a cabo la Adoración Perpetua desde el 11 de febrero de 1985. Desde la cripta del monasterio, día y noche alguien está rezando por la Iglesia y el mundo. ¡El Señor ha de encontrarnos en vela cuando venga (cf. Lc 12,38)!

En los últimos años hemos descubierto la forma extraordinaria del rito romano, la Misa Tridentina, y desde entonces se ha profundizado nuestro amor a la santa liturgia.

La contemplación va de la mano con el camino espiritual que procuramos recorrer interiormente. Lo llamamos el “Camino del Cordero”.

A partir de aquí, surge un fecundo apostolado  en el anuncio de la Palabra y en el canto sacro. No pocas personas se dirigen a nosotros en busca de consejo en cuestiones espirituales y pastorales.

A esto vienen a añadirse las obras caritativas que nuestra comunidad lleva a cabo, especialmente en el ámbito de la protección de la vida. En África tenemos una pequeña fundación, donde cuidamos de niños que quedaron huérfanos tras la guerra del año 2000 en el Congo.

También hay que destacar la presencia de una hermana de nuestra comunidad en Jerusalén, que tiene la misión de orar en los lugares santos por el mundo y la Iglesia. Antes de la plaga del coronavirus, solíamos ofrecer “ejercicios itinerantes” para peregrinos en Tierra Santa.

Puesto que, después de haber recibido la gracia de la conversión, el Señor me condujo a la Iglesia Católica ­–a la cual entré con convicción–, tengo que observar atentamente el rumbo que en la actualidad Ella está tomando. Desgraciadamente, vemos muchas cosas que, desde nuestro punto de vista, opacan la belleza de la Esposa de Cristo. Tratamos de contrarrestar estas tendencias y hacer translucir su verdadera belleza.

Los que deseen, pueden escuchar mi testimonio de conversión en el siguiente enlace: https://www.youtube.com/watch?v=V-eRH-2Es3M

Nunca fuimos una comunidad numerosa, y tampoco ahora lo somos. Pero vivimos en paz, agradecidos con el Señor por tener todos un mismo sentir y una visión común respecto a la situación en la Iglesia y en el mundo, para dar nuestra respuesta a ella…

La consciencia del Retorno de Cristo es nuestra primera motivación para hacer todo cuanto esté en nuestras manos para que el Evangelio sea anunciado en todas partes.

¿Encontrará fe en la tierra el Señor cuando vuelva? (Lc 18,8) ¿Es que nosotros, los fieles, estamos conscientes de que este Hijo del hombre, “vestido de larga túnica, con un cinturón de oro a la altura del pecho”, volverá en su gloria al Final de los Tiempos, tal como lo anunciaron los ángeles el día de la Ascensión en Jerusalén (Hch 1,11)? No sabemos ni el día ni la hora (Mt 24,36), pero no cabe duda de que se aproxima cada día más la Segunda Venida del Señor.

¿Estará suficientemente preparada la Iglesia? ¿Está anunciando el Evangelio con autoridad y llamando a los hombres a la conversión, tanto a los judíos como a los gentiles? ¿Sigue siendo la salvación de las almas el objetivo primordial e inequívoco de la misión; o se estará poniendo demasiado énfasis en los asuntos intramundanos, de modo que se disminuye el celo ardiente por la glorificación de Dios, por el seguimiento de Cristo y por su santa Iglesia?

Una Iglesia tibia no puede resistir ante el Señor que retorna (cf. Ap 3.16). Una Iglesia que está más ocupada en los problemas de este mundo que en lo primordial que le fue encomendado, termina marchitándose y difícilmente podrá resistir a la atracción de los poderes anticristianos.

¡Que el Señor conceda a nuestra pequeña comunidad cumplir fielmente la misión que se nos ha encomendado y nunca negarlo a Él! A todos vosotros os pedimos rezar por nosotros en ese sentido. ¡Gracias!

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