La Segunda Venida del Señor (Parte III)

 El amor despierta

En la última meditación, habíamos hablado sobre la vigilancia, como una actitud básica de los fieles que esperan el Retorno del Señor: una vigilancia que nos despierta de la somnolencia generalizada y nos hace atentos a Su próxima Venida y también a los signos que preceden al Retorno de Cristo.

¿Cómo se produce aquella somnolencia y qué podemos hacer para superarla? ¿Cómo podemos vivir totalmente enfocados en el Señor que retorna, y cómo no perder esta vigilancia aun si el Señor tarda en venir?

En el capítulo 25 del evangelio de Mateo, el Señor nos hace ver dos elementos que fomentan nuestra vigilancia.

Primero, nos relata la Parábola de las diez vírgenes que esperan al esposo (Mt 25,1-13). En realidad, sólo cinco de ellas están tan preparadas que pueden también soportar una larga espera. Cuando finalmente llega el esposo, las cinco vírgenes prudentes tienen suficiente aceite para sus lámparas; mientras que a las otras cinco ya no les queda reserva.

Ahora bien, ¿en qué consistirá el aceite? La respuesta parece evidente, si continuamos leyendo lo que sigue a la Parábola de las vírgenes. El Señor nos habla de las buenas obras que hemos de realizar, así como del uso de los talentos que Dios nos ha encomendado para Su Reino.

Con las buenas obras, acumulamos tesoros en el cielo (cf. Mt 6,20), y también nos ganamos la gratitud y la amistad de las personas. Cuanto más nos dejemos mover a hacer el bien, tanto más nuestro corazón despertará al amor. De hecho, esta es la actitud de la esposa. Su amor al Esposo la mantiene despierta, y ella guarda tanto aceite que, en la hora decisiva, está preparada para Él.

El amor activo del que aquí se habla, al igual que todo amor verdadero, crece. Nos hace más fervorosos, porque el bien que hagamos –que procede de Aquél que es bueno (cf. Mc 10,18)– va modelando nuestra alma de tal forma que se nos convierte en algo natural hacer el bien.

Lo contrario sucede cuando desaprovechamos las oportunidades que nos son dadas para practicar el amor al prójimo. Cuantas más veces lo hagamos, tanto más perezosos nos volveremos y tanto más difícil nos resultará hacer el bien… El amor no crece; sino que, por el contrario, disminuye e incluso puede enfriarse.

Más adelante en este mismo capítulo del evangelio de San Mateo, el Señor nos abre otra dimensión más. La caridad activa es un servicio a Jesús mismo, quien se relacionacon los pobres y necesitados:“Os aseguro que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.” (Mt 25,40).

También en lo que refiere al uso de los talentos que nos han sido encomendados para el Reino de Dios, se trata del crecimiento en el amor. ¡El amor es creativo! Descubrirá una y otra vez nuevas formas de servir al Señor y a los hombres, y precisamente este despliegue del amor lo acrecienta, tal como nos da a entender el Señor en la parábola de los talentos:

“Llegó el que había recibido cinco talentos y presentó otros cinco, diciendo: ‘Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes otros cinco que he ganado.’ Su señor le dijo: ‘¡Bien, siervo bueno y fiel!; ya que has sido fiel en lo poco, voy a ponerte al frente de mucho. Entra en el gozo de tu señor’.” Y culmina la parábola con estas palabras: “Porque a todo el que tiene se le dará y le sobrará” (Mt 25,20-21.29).

Si seguimos cuestionándonos sobre cómo podremos guardar suficiente aceite de reserva para nuestras lámparas, llegaremos siempre al mismo punto… Se trata de crecer en el amor, tanto acogiendo el amor divino de Nuestro Señor en la contemplación, como aplicándolo concretamente en las diversas tareas que nos han sido encomendadas en nuestra vida terrenal. ¡Nunca debe enfriarse el amor! ¡Es nuestro principio de vida! “Al atardecer de nuestra vida, seremos juzgados en el amor” –nos dice San Juan de la Cruz.  Y San Agustín exclama: “Ama y haz lo que quieras”.

En efecto, el amor es el supremo de los dones, como canta San Pablo en su “himno a la caridad” (1Cor 13). Al amor se lo alimenta tanto en el ‘recibir’ como en el ‘dar’. El amor es la motivación por la cual Dios nos creó, nos redimió y nos llevará a la perfección. Por eso, debemos buscarlo constantemente: ¿Qué es lo que el amor me dice que debo hacer? ¿Qué es lo que el amor quiere de mí? La caridad ha de ejercer su dulce dominio sobre nosotros, como reina. ¡Por supuesto que debe ser el amor verdadero! Sólo a éste pueden aplicarse las palabras de San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”.

El amor que ha sido derramado en nuestros corazones es el Espíritu Santo (cf. Rom 5,5); el amor entre el Padre y el Hijo. Entonces, podemos decir que tendremos tanto más aceite cuanto más sigamos la voz del Espíritu Santo; cuanto más Él asuma la guía de nuestra vida. De esta forma, el amor crecerá en nosotros, y así estaremos preparados para estar vigilantes y salir al encuentro del Señor que viene.


Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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