La confianza en Dios (Parte I)

Difícilmente encontraremos algo que sea tan importante para la vida espiritual como lo es la confianza en Dios. En todas las situaciones de nuestra vida hemos de activar esta confianza, para que se convierta en esa certeza interior que lo impregna todo. Así, nuestro camino espiritual se vuelve más ligero y resulta más atrayente para otras personas. Por tanto, dedicaremos las dos próximas meditaciones a este tema: la confianza en Dios.

El amor de nuestro Padre Celestial lo ilumina todo. Es la verdadera luz, que se ha manifestado de forma especial en la venida del Hijo de Dios al mundo. A través de sus palabras y obras, Jesús quiere mostrarnos esta gran verdad: ¡Nadie podrá arrancarnos de Dios! Así, el Señor nos invita a abandonarnos confiadamente en las manos del Padre.

De hecho, esta es la maravillosa respuesta que nosotros podemos dar a su amor. Además, es esto lo que corresponde a la verdad de nuestra existencia, pues no puede haber nada más coherente que abandonarnos en Aquel que nos ha creado, que nos ha redimido, y cuyo gran amor podremos recibir a plenitud en la eternidad. Todo fiel podrá comprender y constatar esta sencilla lógica…

Sin embargo, no siempre nos resulta fácil confiar. En efecto, aquella confianza originaria que existía en el paraíso entre el hombre y Dios, quedó profundamente perturbada tras el pecado de nuestros primeros padres. El Diablo siguió trabajando en transmitirnos una falsa imagen de Dios. Ya en el Paraíso quiso convencernos de que Dios nos priva de los bienes deseables, y hasta el día de hoy sigue haciendo lo posible por crear en nosotros una falsa imagen del Padre (cf. Gen 3,1-15).

A este engaño del Diablo vienen a añadirse las diversas experiencias humanas en las que fue defraudada la confianza que habíamos puesto en ciertas personas; las inseguridades de la vida; y muchas otras heridas. Probablemente proyectamos muchas de estas malas experiencias a la relación con Dios.

En este sentido, se torna tanto más importante recuperar y profundizar la confianza en Dios, de manera que ésta se nos convierta en una convicción real, que nos sostenga en todas las situaciones de la vida. En la escuela de la confianza, aprenderemos a comprender que incluso las circunstancias difíciles son permitidas por Dios para nuestro bien (cf. Rom 8,28).

Ahora bien, esta convicción no debe quedarse en el plano de un conocimiento teórico que hemos aprendido de la Sagrada Escritura; sino que ha de penetrarnos por completo y ser actualizada en cada situación concreta de la vida. 

No sólo para nosotros es importante recuperar y profundizar la confianza en Dios; sino que Dios mismo se complace enormemente en que los hombres confíen en Él. Esta actitud nuestra desata su actuar salvífico y abre la puerta a través de la cual Él quiere donársenos.

Basta con fijarnos en nuestra experiencia humana para comprender esta realidad. Cuando ponemos nuestra confianza en una persona, la estamos fortaleciendo, porque ella no querrá defraudarnos. Asimismo, si alguien confía en nosotros, nos vemos como ‘obligados’, por así decir, a corresponder a esta confianza. Ciertamente Dios no necesita este tipo de “compromisos”, pero, al tener una actitud verdaderamente confiada hacia Él, su amor puede alcanzarnos y quitamos las barreras que impiden que Él se nos comunique. Además, se profundiza la relación íntima con Dios y se la edifica sobre una base sólida.

Así, pues, la confianza es la actitud más apropiada que podemos tener frente a Dios; una gran confianza en su infinito amor, que es más fuerte que nuestros pecados, debilidades y flaquezas; una confianza inquebrantable en el amor de Dios, que supera con creces cualquier amor humano. 

Echemos ahora un vistazo sobre la Omnipotencia de Dios. Debemos tenerla realmente presente, pues, como nos lo enseña la Sagrada Escritura, “nada es imposible para Dios” (cf. Lc 1,37). Podemos aprender a aplicar esta certeza a situaciones que parecen no tener salida. Pensemos, por ejemplo, en la realidad global del mundo, que está tan enredado que no le vemos solución, y daría la impresión de que el mal lleva la delantera.Desde una perspectiva meramente humana, sería comprensible que la reacción sea la resignación. 

Pero no debemos quedarnos ahí, sino que hemos de dirigirnos a Dios a través de la oración. De este modo, dejamos a un lado nuestras apreciaciones humanas y expresamos nuestra confianza en Él: Él tiene todo en sus manos y sabrá llevarlo a buen término, a pesar de la resistencia humana, a pesar del pecado, a pesar de todo el influjo de las fuerzas demoníacas… ¡El mal no triunfará para siempre, aunque durante un tiempo parezca que así será! 

Pero la Omnipotencia de Dios no solamente entra en juego en relación con las dificultades externas, sino que también podemos aplicar esta certeza a nuestra realidad interior, a las circunstancias familiares, etc.

Recordemos que en cada instante Dios tiene su mirada puesta sobre nosotros, guiándonos y acompañándonos como un Padre amoroso. Aunque no sintamos su presencia e incluso nos parezca que está lejos, la fe y la confianza en Dios abren nuestros ojos a la auténtica realidad. Dondequiera que vayamos, podemos contar con el amor y la misericordia de Dios, que brillan sobre nosotros como un sol resplandeciente, aun si las nubes lo cubren. Dios nos ha llamado por nuestro nombre a través de Cristo: ¡somos suyos! (cf. Is 43,1). Él nos pide nuestro amor y, precisamente en nuestra fe y confianza, podemos expresárselo.

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