Entre las diversas adversidades y ataques que enfrentamos en nuestro caminar, conviene que, en este santo itinerario, tengamos específicamente en consideración las acechanzas del demonio. El evangelio de hoy nos las describe al relatarnos las tentaciones de Jesús en el desierto (Mt 4,1-11).
Él procede sistemáticamente al seducir al hombre. Se vale de la inteligencia que Dios le ha dado para engañar al hombre y hacerlo dependiente de él.
Siempre hay que tener presente que el diablo es y seguirá siendo malo, y, en consecuencia, los objetivos que persigue son malvados. La condición del ángel caído es distinta a la de la persona humana, que tiene una inclinación al mal y, por consiguiente, puede actuar mal; pero, mientras dure su vida terrena, sigue teniendo la posibilidad de cambiar de rumbo. El Diablo no quiere ni puede hacerlo, y permanece atrapado en su delirio de poder colocarse en el lugar de Dios.
Podemos lamentarnos profundamente de que un ángel, que originariamente era tan excelso, se haya pervertido en su opuesto y quiera ofender a Dios y destruir a los hombres. Sin embargo, cualquier tipo de compasión hacia él es inapropiada, así como también lo es blasfemar contra él. En la Epístola de Judas se dice claramente: “El arcángel Miguel, cuando altercaba con el diablo disputándose el cuerpo de Moisés, no se atrevió a pronunciar contra él una sentencia injuriosa, sino que dijo: ‘Que te castigue el Señor’” (Jd 1,9). Éste es el modo en que también nosotros hemos de enfrentarnos al ángel caído, sin nunca blasfemar contra los poderíos preternaturales, como el Apóstol Judas señala que hicieron ciertos falsos maestros (v. 8.10).
En las tentaciones en el desierto, el Señor nos muestra cómo rechazar los ataques del diablo. En primer lugar, es importante entender que Jesús mismo rechazó estos ataques por nosotros y que, por tanto, el poder del demonio ya ha sido quebrantado. Entonces, si actuamos como personas de fe, nos enfrentamos a un poderío que ya fue derrotado. Se trata siempre de rechazarlo en el nombre de Jesús y de ponernos bajo la protección de nuestro Padre Celestial. También la invocación del nombre de María resulta insoportable para el ángel caído.
Entonces, tomemos nota de que Jesús ya rechazó por nosotros las tentaciones del Maligno y, por tanto, nosotros somos capaces de hacer lo mismo en su Nombre.
Veamos ahora el carácter de estas tentaciones:
En primera instancia, el Tentador quiso disuadir a Jesús del ayuno y persuadirle de convertir piedras en panes por medio de un signo aparentemente piadoso. Sin duda había muchas otras intenciones malvadas de fondo, pero lo importante para nosotros es que era el intento de hacerle ceder a las inclinaciones de la naturaleza humana. ¡Jesús tenía hambre! No obstante, su respuesta fue clara: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4). Aún más importante que la dimensión terrenal de nuestra vida es la espiritual. A partir de ella, debemos regular nuestras necesidades e inclinaciones naturales.
La segunda tentación pretende seducirlo a realizar un milagro de espectáculo, un milagro que no tiene ningún sentido interior. Los verdaderos milagros, al manifestar la bondad y la Omnipotencia de Dios, sirven a los hombres y les llevan a alabar y agradecer al Señor.
La respuesta de Jesús es reveladora: “No tentarás al Señor, tu Dios” (v. 7). Esto quiere decir que no debemos aprovecharnos de Dios para nuestros propios intereses o los de otros, mucho menos con signos y milagros.
En la tercera tentación, finalmente, quedan de manifiesto las intenciones malvadas y el objetivo del ángel caído: quiere ser adorado, colocarse en el lugar de Dios… Con este fin, ofrece los reinos sobre los que él tiene dominio.
Desgraciadamente, esta última tentación sobreviene a menudo a los “poderosos de este mundo”, aunque no realicen ningún acto de culto visible hacia el diablo. Sólo pueden salvarse de esta tentación los que se adhieren a la respuesta de Jesús: “Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto” (v. 10).
En el combate contra el diablo, tengamos siempre presente que ya ha sido derrotado por Jesús y que sus tentaciones fueron rechazadas. Por eso no debemos tener miedo, pero sí permanecer vigilantes.
Las tentaciones pueden incluso presentársenos disfrazadas con una máscara piadosa, halagarnos, hacernos falsas promesas, etc.
Debemos rechazarlas sencilla y contundentemente, sin insultos ni blasfemias, para no adoptar el comportamiento del diablo mismo. ¡La victoria es segura! Si luchamos de la manera correcta, glorificamos a Dios, somos fortalecidos en nuestro camino, servimos a la Iglesia en su misión y, al mismo tiempo, cooperamos en el debilitamiento del poder del diablo.