En la meditación de ayer resaltamos la obediencia de San José, que acató sin demora la Voluntad de Dios, en cuanto la hubo reconocido. Su actitud nos invita a reflexionar de forma más general sobre la virtud de la obediencia, que es un gran bien cuando se la entiende y practica adecuadamente.
La obediencia se relaciona con escuchar, prestar atención, oír, atender…
Cuando Dios se dirige a su Pueblo por medio de Moisés, empieza exhortándole a la escucha: “Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor” (Dt 6,4).
El hombre no puede extraer de sí mismo la sabiduría más profunda, ni es capaz de alcanzar la meta de su vida sin la ayuda de Dios. Necesita la guía y orientación de Dios; necesita al Espíritu Santo para conocer a Dios como Él realmente es.
La verdadera escucha del Señor no es sólo una escucha superficial, que apenas oye lo que le agrada y pasa por alto todo lo demás. Una y otra vez escuchamos en la Sagrada Escritura cómo Dios se lamenta de la sordera de su Pueblo. La voluntad del oyente no está orientada hacia lo que es correcto: no quiere escuchar, no inclina el oído y, en consecuencia, no comprende (cf. Prov 2,1-4).
San Pablo nos advierte de que vendrán tiempos en que los hombres no querrán escuchar la sana doctrina; sino sólo aquello que halague sus oídos; es decir, lo que les agrada (cf. 2Tim 4,3).
A menudo, en esta actitud subyace una concepción errada o, mejor aún, una imagen equivocada de Dios. Se considera la obediencia como una restricción de la libertad personal. Esta falsa noción de libertad parece darnos el derecho de sustraernos del amoroso querer de Dios, y su Voluntad puede incluso ser vista como una amenaza de la que hay que rehuir.
Esta imagen distorsionada de Dios nos lo presenta como una especie de tirano, que da arbitrariamente sus órdenes, de modo que no nos queda otra opción que acatarlas servilmente. ¡Pero la realidad es todo lo contrario!
La imagen correcta de Dios, viéndolo como nuestro Padre lleno de amor, nos abre el camino para realmente querer conocer cuál es su Voluntad y ponerla en práctica. Entonces ya no se quedará sólo en un acto de obediencia formal, que nos sentimos interiormente obligados a hacer, porque sabemos que tenemos que cumplir sus mandamientos. Ciertamente esta obediencia formal también es loable y absolutamente necesaria para no perder nuestro rumbo. Es también una expresión de amor a Dios, como el Señor mismo nos dice: “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama” (Jn 14,21).
Sin embargo, nuestra obediencia a Dios puede adquirir un esplendor mucho mayor cuando consiste en la sincera búsqueda de vivir acorde al querer de nuestro Padre aun en los más mínimos detalles. Aquí uno queda inmerso en el plan de Dios para con nosotros y la humanidad entera. De esta forma, la obediencia se convierte en un gran asunto del corazón y la Voluntad de Dios llega a ser aquel alimento del que se nutría Jesús (cf. Jn 4,34). Uno empieza a anhelar este alimento y se desvanece cualquier falso temor a Dios.
Vemos, pues, que de ningún modo la obediencia coarta nuestra libertad personal. ¡Todo lo contrario! El cumplimiento gozoso de la Voluntad de Dios garantiza la libertad humana, soltando las cadenas de la atadura a uno mismo, el aprisionamiento en el propio “yo”, el apego desordenado al mundo y a las personas… El cumplimiento de la Voluntad de Dios nos introduce en Su mundo.
Detengámonos un momento a pensar cómo será practicada la obediencia en la eternidad. Tendrá a plenitud aquel esplendor que ya ahora podemos vislumbrar cuando cumplimos con alegría la Voluntad de Dios. Será la expresión del amor reverente de todos aquellos que están congregados en torno al Trono de Dios (cf. Ap 19,6) y gozan de su Presencia. Todos estarán unidos en esta santa obediencia, atentos siempre y naturalmente al más mínimo deseo de su amado Padre Celestial.
La obediencia confiere agilidad al camino de seguimiento de Cristo, y le permite al Espíritu de Dios realizar cada vez más su obra en el alma. Precisamente esta obediencia lleva a una actitud de gran vigilancia espiritual, pues no sólo se queda en un cumplimiento formal de la Voluntad de Dios a nivel general; sino que la busca y reconoce cada vez más finamente en la situación concreta de la vida.
La obediencia, que crece y madura más y más, hace que sea fácil para nosotros descubrir y hacer la Voluntad de Dios. Así, se convierte en un camino regio en el seguimiento de Cristo.
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Meditación sobre la lectura del día: http://es.elijamission.net/fidelidad-a-dios-2/
Meditación sobre el evangelio del día: http://es.elijamission.net/permanecer-en-la-palabra-del-senor/