A medida que avanzamos en nuestro camino de seguimiento y el Señor ve que nos lo tomamos en serio y luchamos por la santidad, Él responde a nuestros esfuerzos enviándonos las así llamadas “purificaciones pasivas”.
Hay quienes se asustan con tan sólo escuchar esta palabra. No están conscientes de que se trata de una muestra de gran amor y cuidado por parte de nuestro Padre. La purificación significa que nuestra capacidad de amar ha de despertar y robustecerse, y, al mismo tiempo, que hemos de desprendernos de todo aquello que nos impide responder plenamente al amor de Dios. Por tanto, la purificación es una gracia, que suele ir de la mano con la intensificación de la oración interior y el paso a la contemplación.
Ciertos defectos y actitudes interiores no logramos superar con nuestros propios esfuerzos. Quizá ni siquiera estamos conscientes de que los tenemos. “¿Quién conoce sus faltas?” –dice el salmista (Sal 18,13).
Dios se toma muy en serio a un alma que busca la santidad, porque ella le ha declarado su amor al Señor. Y ahora él quiere adornarla con las virtudes y hacer que los frutos del Espíritu Santo se desplieguen en su vida.
¿Qué es lo que hace nuestro Padre si ve que, por ejemplo, el alma no es capaz de superar su soberbia, a pesar de todos sus esfuerzos? Dios permite entonces ciertas circunstancias en la vida de esta persona, que quebrantan su orgullo. El Señor sabe cómo hacerlo. Si el alma realmente lucha por la santidad, con el paso del tiempo aprenderá a leer estos signos, pues el Señor le dará repetidas veces tales lecciones, refinándolas cada vez más, para darle la oportunidad de deshacerse de la soberbia y vencerla poco a poco.
Lo mismo hace el Señor en relación con otras faltas. Sucede como dice el Libro de los Proverbios: “En el crisol se prueba la plata y en el horno se prueba el oro, pero al corazón lo prueba el Señor” (Prov 17,3).
Por tanto, sería realmente lamentable si no entendiéramos este lenguaje de Dios y dejáramos pasar las oportunidades que se nos ofrecen.
A este proceso de purificación se lo denomina “pasivo” porque no somos nosotros mismos quienes elegimos las circunstancias y la manera, sino que las dejamos en manos de nuestro divino Maestro. Difícilmente las escogeríamos por nosotros mismos, pues tales procesos de purificación pueden ser bastante dolorosos. El sufrimiento a menudo resulta de nuestros apegos y falsas ataduras… Supongamos, por ejemplo, que nos hemos atado de forma equivocada a una determinada persona y el Señor nos muestra claramente que tenemos que desprendernos de ella. ¡Lógicamente será doloroso! Lo mismo sucede con la purificación de la impaciencia, que puede estar profundamente arraigada en nosotros y que traerá sufrimiento al arrancarla; y, más aún, con la purificación de aquellos egoísmos que han echado raíces en nuestra vida…
¿Quién podría librarnos de todo ello? Por más sinceros que sean nuestros esfuerzos, no seríamos capaces de deshacernos por nosotros mismos de todo esto. Pero Dios está siempre presto a venir en nuestro auxilio, si nos encomendamos a Él para que nos conduzca a la libertad de los hijos de Dios y nos haga capaces de abandonarnos completamente a su amor.
Todo lo que, por amor a Dios, dejemos que sea purificado en nosotros durante nuestra vida terrena, ya no tendrá que ser purificado después de la muerte. Por tanto, no debemos ver la purificación pasiva como si fuese un terrorífico espectro. Antes bien, es una expresión del gran amor que el Padre tiene por todos aquellos que quieren recorrer el camino de la santidad. Por la confianza, sabemos que, si seguimos este camino –y no se trata tanto de lo que nosotros mismos tengamos que hacer, sino más bien de dejar hacer a Dios y darle nuestra respuesta–, entonces creceremos en el amor y llegaremos a conocer mejor al Señor.
Meditación sobre la lectura del día: http://es.elijamission.net/2022/03/21/
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