Introducción a la oración

NOTA: Hemos decidido prolongar la serie sobre la vida espiritual, esperando que sea de provecho para nuestros oyentes, para que puedan hacerse una idea más completa del camino de seguimiento de Cristo. En la medida de lo posible, seguiremos ofreciendo los enlaces donde podrían encontrar una meditación de años anteriores basada en la lectura o en el evangelio del día.

Los que estén interesados en ello, pueden simplemente revisar el texto escrito, donde encontrarán los enlaces al final, siempre y cuando dispongamos de ellos.

Después de haber tematizado durante los últimos días cada una de las virtudes cardinales, queremos hablar ahora más detenidamente sobre la vida de oración. Hoy será simplemente una introducción, mientras que en los próximos días desarrollaremos la preparación para la oración, los padecimientos de la oración, las distintas formas de oración, etc. Espero que las meditaciones que siguen ayuden a apreciar más el valor de la oración e impulsen a practicarla.

Sin la oración, es imposible profundizar la relación con Dios, porque la oración es el diálogo vivo con el Señor; es la forma en que Él nos habla. Por eso es una ilusión creer que bastaría con practicar buenas obras, y que, por lo demás, no nos hace falta el diálogo directo con Dios. Ciertamente hay vocaciones especiales, que cultivan la oración con mayor intensidad y le dedican toda su vida. Pero lo que cuenta para todo cristiano es que no puede descuidar la oración, porque, de lo contrario, no habría captado que el carácter de la relación con Dios es el amor. Un matrimonio, por ejemplo, no vive sólo de lo que hagan juntos los cónyuges; sino también del diálogo, del intercambio y de los gestos de amor que son propios del matrimonio. Lo mismo sucede en nuestra relación con Dios… El Señor quiere que lo escuchemos y que le abramos nuestro corazón, confiándole todo lo que llevamos en él. ¡Y la oración es un camino eminente para hacerlo! Santa Teresa de Ávila, una mujer verdaderamente orante, nos dice que la oración es “el gran diálogo con Dios”.

Aspectos generales sobre la oración 

La oración es un gran regalo de Dios y es el alma de la vida espiritual. A través de ella, tenemos la dicha de entrar en una unión cada vez más íntima con Dios ya en esta vida terrenal.

Todas las diversas formas de oración tienen una meta en común:  primero, la glorificación y adoración de Dios; y, segundo, la transformación del hombre a través de la fuerza del Espíritu Santo, de modo que el rostro de Cristo resplandezca cada vez más en él y su unión con Dios se vuelva más y más profunda. Por tanto, la oración sirve tanto para la propia santificación como para la santificación del mundo, porque, a través de ella, el Espíritu Santo impulsa al hombre a hacer la parte que le corresponde para la expansión del Reino de Dios.

La clave más sencilla para acceder al mundo de la oración es recordar que la relación de Dios con el hombre es una relación de amor. La razón de nuestra existencia es el amor que Dios nos tiene, y Él está constantemente conquistándonos y luchando para hacernos más receptivos a su amor.

Vista desde la perspectiva humana, la oración es la respuesta al amor divino. A través de ella entablamos el gran diálogo con Dios, que se enciende en nosotros a través del Espíritu Santo. En la oración tiene lugar el más íntimo contacto del hombre con el Ser de Dios. En otras palabras, se da el profundo encuentro de los corazones: el nuestro con el de Dios.

Y es que precisamente con Él podemos estar frente a frente, sin escrúpulos y sin miedos, sin falsas justificaciones y sin máscaras, sin tener que dar pruebas de nuestro valor; ¡simplemente respondiendo a aquel diálogo de amor que Él ya inició tiempo atrás con nosotros!

Toda forma de oración será valiosa en la medida en que sea pronunciada con el corazón; es decir, cuando la persona está íntegramente presente en ella.

Hay que recorrer un camino hasta llegar ahí, pues todavía no estamos siempre y en todo lugar enfocados en Dios con todo nuestro ser. De hecho, es precisamente la oración la que consigue despertar nuestra esencia más profunda como personas.

Sólo seremos capaces de abandonarnos plenamente en Dios, tanto con nuestros lados buenos como con los oscuros, cuando nos hayamos encontrado con su amor incondicional. Sólo entonces el hombre podrá liberarse de las tensiones de su vida; aquellas tensiones que se generan cuando él se esfuerza en vano por asegurar la aceptación de su propia vida, cayendo así fácilmente en dependencia de otras personas.

La oración le permite a Dios obrar en nosotros a través de su Espíritu, de tal manera que aquellas actitudes nuestras contrarias al querer de Dios y todos los obstáculos que ponemos a su obra puedan ser vencidos, para que el Señor pueda glorificarse a través de nosotros.

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