Is 61,9-11
La descendencia de mi pueblo será conocida entre las naciones; y sus vástagos, en medio de los pueblos: todos los que los vean, reconocerán que son la estirpe bendecida por el Señor. Yo desbordo de alegría en el Señor, mi alma se regocija en mi Dios.
Porque él me vistió con las vestiduras de la salvación y me envolvió con el manto de la justicia, como un esposo que se ajusta la diadema y como una esposa que se adorna con sus joyas. Porque así como la tierra da sus brotes y un jardín hace germinar lo sembrado, así el Señor hará germinar la justicia y la alabanza ante todas las naciones.
Con justa razón, la Iglesia canta las alabanzas de María y no quiere desfallecer. Así, se cumple la profecía que Ella misma pronunció: “Todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1,48b-49).
Y, de hecho, es así: Dondequiera que la fe católica está viva, resuena la alabanza de María; y dondequiera que la auténtica devoción mariana forme parte de la vida de fe, allí los fieles suelen quedar preservados de los errores modernistas y se conserva el sensus fidei (el sentido de la fe). Y también a la inversa se puede decir que, allí donde desaparece la devoción mariana, a menudo la fe está en peligro, los errores se infiltran con más facilidad y la vida de fe frecuentemente se ve debilitada.
La fiesta de hoy se relaciona con la Solemnidad de ayer. Así como honramos el Corazón de nuestro Redentor y comprendemos a través de esta devoción que somos amados –de manera que, al meditar sobre su Corazón, se nos desvela cada vez más el misterio de su amor– así podemos también contemplar el Corazón de María.
Lo primero que descubrimos en Ella es su amor a Dios Padre, a cuyo llamado respondió de buena gana y sin tardar, permaneciéndole fiel aun en todas las adversidades. Después, vemos también su amor por su Hijo, tanto en la dimensión natural como en la sobrenatural. Aquí podemos destacar especialmente su capacidad de sufrir, compartiendo la Cruz de su Hijo y dando su ‘sí’ a la Pasión del Señor, quien tuvo que soportar todo aquello para redimir al mundo. Además, hay que resaltar también su íntima unión con el Espíritu Santo, que descendió sobre Ella cuando dio su ‘sí’ a la Voluntad del Padre en relación a la Encarnación de Jesús (cf. Lc 1,38).
Podemos ver, entonces, cuán íntima es la unión de amor entre la Virgen María y la Santísima Trinidad. En este contexto, se me viene a la memoria un mosaico que se encuentra en la Basílica de Santa Juana de Arco en Domrémy (Francia). Es una representación de la Santísima Trinidad y a su alrededor hay un círculo, similar a las aureolas de los santos. La Virgen María aparece en el mosaico como la que está más cerca de la Santísima Trinidad, adentrándose ya un poco en este círculo que la rodea.
Al contemplar el amor de la Virgen María –y, por tanto, su Corazón– podemos comprender mejor el amor de Dios; y, al mismo tiempo, el amor que Ella le tiene a Dios y a los hombres. Este último aspecto también es importante tenerlo presente, porque Jesús, desde la Cruz, nos la entregó como Madre (cf. Jn 19,27), de manera que el amor que Ella le tiene a su Hijo se extiende ahora a toda la humanidad. Y este amor es sumamente personal: se dirige a cada uno de nosotros, a cada uno lo mira, así como una buena madre, que no pierde de vista a ninguno de sus hijos ni puede olvidarlos.
Para finalizar, escuchemos dos breves meditaciones sobre este tema, surgidas en oración:
“María es el canal de la luz. Su corazón es un lugar puro y santo de encuentro con Dios. En su Corazón resplandece a plenitud la luz y se convierte en un sitio de gracia especial. Este Corazón lleno de Dios triunfará en el combate espiritual, porque es el corazón del hombre el que está en juego. En su Inmaculado Corazón tiene lugar la victoria de Dios, y este Corazón se ofrece a todos los corazones, para que, a través del amor, se asemejen a él. ¡Este es el triunfo del Inmaculado Corazón de María, y es por eso que las personas y las naciones han de consagrarse a él, para que la luz de Dios pueda triunfar también en sus corazones!”
“Si vuestro corazón reposa en mi Corazón; si vuestro corazón está profundamente arraigado en mi Corazón, el enemigo se detendrá a las puertas. Si vivís más profundamente en mi Inmaculado Corazón, estaréis a salvo de los ataques. Él no encuentra acceso a mi Inmaculado Corazón. Vosotros estáis a salvo cuando le cerráis al enemigo las puertas de la voluntad, y podéis tener parte en mi victoria sobre Satanás, el autor del Mal. Hijos míos, ¡no tengáis miedo! Cuanto más atacados seáis, tanto más grande es vuestra vocación. Orad para que podáis resistir en las tentaciones.”