Ayer habíamos visto cuán importante es para Nuestro Señor la glorificación del Padre Celestial. ¡Jesús mismo lo glorificó a plenitud! Pero también nosotros, los hombres, estamos llamados a glorificar a Dios, en la forma que corresponde a nuestra vocación. Y esta nuestra vocación deberíamos buscar con sinceridad, y permitir que el Espíritu del Señor nos la muestre. En efecto, no tenemos más que el breve tiempo de nuestra vida terrenal, que a menudo es un “valle de lágrimas”, para proclamar la gloria de Dios. ¡No hay tiempo que perder! ¡Simplemente entreguemos nuestra vida por entero al amor y dejémonos inflamar por el Espíritu del Señor!
Nuestro Padre Celestial lo expresa en estos términos:
“Si hay algo que, particularmente en este tiempo, desearía, sería el aumento del fervor en los justos. Esto traería consigo una gran facilidad para la conversión de los pecadores; una conversión sincera y perseverante, el retorno de los hijos pródigos a la Casa del Padre, especialmente los judíos y todos los demás que son también mis criaturas y mis hijos: los cismáticos, herejes, masones, los pobres infieles e impíos, las diversas sectas y sociedades secretas… Oportuna o importunamente, todo el mundo ha de enterarse de que hay un Dios y un Creador. Este Dios, que hablará en dos sentidos a su ignorancia, es desconocido para ellos. No saben siquiera que yo soy su Padre.”
Estas palabras nos dejan en claro que no debemos dejarnos intimidar por tanta falta de fe, ni por las sociedades secretas y planes oscuros, ni por los intentos de seducción del Diablo y su rabia y destrucción. No les dediquemos demasiada atención a todos estos campos que reflejan el alejamiento de Dios, para que nuestro fervor no sea paralizado ni nos dejemos atar por aquellos poderes oscuros. Basta con estar vigilantes y revestirnos con la armadura espiritual descrita por San Pablo en la Carta a los Efesios (capítulo 6). Una de las armas espirituales es, precisamente, el anuncio del evangelio.
En este contexto, el Padre nos dice lo siguiente en Su Mensaje:
“Vosotros que me escucháis, creedme cuando leáis estas palabras: si todos los hombres que están lejos de nuestra Iglesia Católica escucharan acerca de este Padre que los ama, que es su Creador y su Dios; acerca de este Padre, que desea darles la vida eterna, una gran parte de ellos, e incluso de los más obstinados, vendrían a este Padre del cual les hablaríais. Si no podéis ir directamente donde ellos a hablarles así, buscad otros medios: existen miles de formas directas o indirectas. ¡Implementadlas con espíritu de verdaderos discípulos y con gran fervor! Os prometo que, por mi gracia, vuestros esfuerzos serán pronto recompensados con un gran éxito. ¡Convertíos en apóstoles de mi bondad paternal! Gracias al fervor que yo os daré, ejerceréis una fuerte y grande influencia sobre las almas.”
Al anunciar el amor de nuestro Padre, nos adentramos en el espíritu más profundo de la misión que a Jesús le fue encomendada por el Padre. En otras palabras, hacemos nuestro el gran deseo de Su Corazón, Su mirada siempre centrada en el Padre que lo envió… Esto nos ayuda a hacerlo todo “in conspectu Dei”, de manera que en toda actividad apostólica podamos estar seguros de la presencia de Dios:
“Siempre estaré con vosotros y en vosotros: si estáis hablando entre dos, yo estaré entre vosotros; si sois más numerosos, estaré en medio de vosotros. Así diréis lo que yo os inspire, y a vuestros oyentes los dispondré para que acojan lo dicho. Así, los hombres serán vencidos por el amor y salvados para toda la eternidad.”
Entonces, son las dos motivaciones que arden en el Corazón de nuestro Redentor las que han de encender nuestro fervor y darle constancia:
Primero, la glorificación de Dios, en cuanto que lo demos a conocer tal como Él es en verdad y anunciemos Su amor paternal a todos los hombres.
Segundo, la salvación de los hombres, preservándolos de la condenación eterna e invitándolos a vivir en el verdadero conocimiento de Dios y conforme a Su Voluntad.
A estos dos motivos viene a añadirse un tercero, al centrar la mirada en el Padre mismo, quien está anhelando llenarnos con Su amor; quien ansía compartir con nosotros todo lo que ha previsto para Sus hijos.
Todo esto es motivo suficiente para dejarnos mover por el Espíritu del Señor para convertirnos en “apóstoles de la bondad paternal”. La recompensa que nos aguarda es inconmensurable. Ya en esta vida entrará una profunda paz en nuestro corazón. La presencia del Señor transforma nuestra existencia, concentrándola y haciéndola fecunda. Pero la plenitud la recibiremos en la eternidad, donde Dios mismo será nuestra recompensa. Cuanto más respondamos a Su amor, tanto más cerca a Él podremos estar.
Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
http://es.elijamission.net