Evangelio de San Juan (Jn 8,21-36): «¿Tú quién eres?”  

Jesús les dijo de nuevo: “Yo me voy y me buscaréis, y moriréis en vuestro pecado; adonde yo voy vosotros no podéis venir”. Los judíos decían: “¿Es que se va a matar y por eso dice: ‘Adonde yo voy vosotros no podéis venir’?” Y les decía: “Vosotros sois de abajo; yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo; yo no soy de este mundo. Os he dicho que moriréis en vuestros pecados, porque si no creéis que yo soy, moriréis en vuestros pecados”. Entonces le decían: “¿Tú quién eres?” Jesús les respondió: “Ante todo, lo que os estoy diciendo. Tengo muchas cosas que hablar y juzgar de vosotros, pero el que me ha enviado es veraz, y yo, lo que le he oído, eso hablo al mundo”. Ellos no entendieron que les hablaba del Padre. Les dijo por eso Jesús: “Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que como el Padre me enseñó así hablo. 

Y el que me ha enviado está conmigo; no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada”. Al decir estas cosas, muchos creyeron en él. Decía Jesús a los judíos que habían creído en él: “Si vosotros permanecéis en mi palabra, sois en verdad discípulos míos, conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. Le respondieron: “Somos linaje de Abrahán y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo es que tú dices: ‘Os haréis libres’?” Jesús les respondió: “En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado, esclavo es del pecado. El esclavo no se queda en casa para siempre; mientras que el hijo se queda para siempre; por eso, si el Hijo os da la libertad, seréis verdaderamente libres”.

Jesús recalca la necesidad de creer en Él a los judíos que le escuchaban y, por tanto, también a todos los que recibirían su mensaje a lo largo de los siglos. El Señor alude a una razón decisiva de su unicidad, que marca la fe cristiana: Él puede perdonar los pecados que nadie más puede perdonar. Lo hace en virtud de su autoridad de Hijo de Dios, que entrega su vida en expiación por los pecados del mundo. Por eso, nunca se pueden equiparar otras religiones y sistemas de creencias con el cristianismo, porque existe un único Redentor: Dios mismo. Esto es tan central y decisivo que Jesús insiste una y otra vez en ello, invitando a las personas a confiar en Él, en su palabra y en sus obras.

Nadie puede estar con Dios en la eternidad sin haber sido completamente purificado de sus pecados. Por eso Jesús dice a los judíos: “Adonde yo voy, vosotros no podéis venir”. ¡Lo necesitan a Él como camino! Para eso vino al mundo: para hacerles capaces de llegar al Reino de su Padre.

En este contexto, Jesús aborda la cuestión de la libertad en el pasaje evangélico de hoy. Solo hay verdadera libertad cuando se vive conforme a la voluntad de Dios. En cambio, si una persona vive en el pecado, está esclavizada. Si alguien cae en una adicción, ésta le usurpará cada vez más su libertad. Lo mismo sucede con el pecado. Nos debilita en lo más profundo de nuestro ser, nos separa de Dios, ata las potencias de nuestra alma y nos hace sucumbir al influjo de las potestades de las tinieblas.

Entonces, ¿quién puede salvarnos de esta condición? El hombre no puede hacerlo por sí mismo, y una de las experiencias más importantes en su vida es percibir que no puede autoredimirse y que está necesitado de un Salvador, sin el cual no podrá saborear la verdadera libertad, ni obtener aquella paz que sólo Dios puede dar.

“¿Tú quién eres?” – le preguntan los judíos al oír sus palabras, sin entender muchas cosas, pero conmovidos por ellas. Jesús testifica una vez más que el Padre lo envió y está siempre con Él, y que Él solo actúa en su Nombre. Estas palabras del Señor conmovieron el corazón de muchos de sus oyentes, que creyeron en Él.

“¿Tú quién eres?” 

Si alguien hoy plantea esta misma pregunta a Jesús con el corazón abierto, entonces obtendrá una respuesta, porque Él mismo dijo que “el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá” (Mt 7,8). Jesús le abrirá los ojos y le hará saber que, elevado en la cruz, quiere atraer a todos hacia sí para ofrecerles el fruto de la Redención. El buscador notará que el encuentro con el Señor le da libertad y lo libera de las cadenas del pecado que dificultaban su caminar. Su vida empezará a iluminarse con la verdad y, cuando se decida a seguir al Señor, experimentará en carne propia estas palabras suyas: “Si el Hijo os da la libertad, seréis verdaderamente libres”.

Jesús quiere conceder todo esto a las personas y mostrarles la gloria del Padre. Solo tienen que aceptar su ofrecimiento y entonces la gracia podrá desplegarse en sus vidas. ¿Qué nos detiene? ¡No es difícil! Hay que dar un solo paso y se abrirán las puertas del cielo. Entonces obtendremos respuesta a la pregunta: “¿Tú quién eres?” 

Jesús es el enviado del Padre Celestial, que está siempre pendiente de nosotros. Y nuestro corazón lo reconocerá: ¡Eres Tú a quien siempre había buscado!

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