Evangelio de San Juan (Jn 12,34-43): “Creed en la luz”  

La multitud le replicó: “Nosotros hemos oído en la Ley que el Cristo permanece para siempre; entonces, ¿cómo dices tú: ‘Es necesario que sea levantado el Hijo del Hombre’? ¿Quién es este ‘Hijo del Hombre’?” Jesús les dijo: “Todavía estará un poco de tiempo la luz entre vosotros. Caminad mientras tenéis la luz, para que las tinieblas no os sorprendan; porque el que camina en tinieblas no sabe adónde va. Mientras tenéis la luz, creed en la luz para que seáis hijos de la luz”. Jesús les dijo estas cosas, y se marchó y se ocultó de ellos. Aunque había hecho Jesús tantos signos delante de ellos, no creían en él, de modo que se cumplieran las palabras que dijo el profeta Isaías: ‘Señor, ¿quién ha creído nuestro mensaje?, y el brazo del Señor, ¿a quién ha sido revelado?’ Por eso no podían creer, porque también dijo Isaías: ‘Les ha cegado los ojos y les ha endurecido el corazón de modo que no vean con los ojos ni entiendan con el corazón ni se conviertan, y yo los sane’. Isaías dijo esto cuando vio su gloria y habló sobre él. Sin embargo, creyeron en él incluso muchos de los judíos principales, pero no le confesaban a causa de los fariseos, para no ser expulsados de la sinagoga, porque amaron más la gloria de los hombres que la gloria de Dios.

A los oyentes de Jesús les cuesta aceptar sus palabras y confiar en Él. El Señor ya ha realizado suficientes signos ante sus ojos, signos que no admiten dudas. Entonces, ¿por qué no podían simplemente creer y confiar? La luz vino al mundo en la Persona de Jesús, que invitaba a las personas a caminar en su luz para ser «hijos de la luz».

En otra ocasión, Jesús dijo a sus discípulos que ellos son la luz del mundo (Mt 5, 14), pues su luz empieza a brillar en aquellos que creen en Él. ¡Cuánto deseaba Jesús que todos los hombres fueran hijos de la luz! Pero aquellos que no caminan a la luz que viene al mundo en la Persona de Jesucristo no estarán preparados para resistir a las tinieblas cuando estas los acechen.

Entonces, ¿por qué algunos de los judíos, y especialmente sus líderes religiosos, no podían ni querían creer en Él?

En este contexto, el evangelista cita al profeta Isaías: “Les ha cegado los ojos y les ha endurecido el corazón de modo que no vean con los ojos ni entiendan con el corazón ni se conviertan, y yo los sane.” 

En el Antiguo Testamento muchas veces no encontramos esa distinción sutil entre la voluntad activa de Dios y su voluntad pasiva, es decir, lo que Él permite que suceda. Sin embargo, esta distinción es muy importante para no tener una imagen equivocada de Dios. No es que Él endurezca activamente el corazón del hombre, sino que desea encontrar corazones atentos, abiertos y amorosos. Sin embargo, a causa de la libertad del hombre, Dios permite que este se oponga a la verdad y al amor, endureciendo así su corazón.

A lo largo de las meditaciones sobre el Evangelio de San Juan, hemos podido observar cómo el ofrecimiento del Señor fue rechazado una y otra vez en el transcurso de su ministerio público. No se quisieron reconocer los signos que daban fe de su autoridad divina y el corazón de aquellos que se mostraron como enemigos de Dios se oscureció hasta el punto de llenarse de un odio mortal. En consecuencia, ya no podían ver; es decir, se enceguecieron espiritualmente y se privaron de dar fruto. La cita del Profeta Isaías dice: “que no vean con los ojos ni entiendan con el corazón.”

En tal estado, tampoco pueden convertirse a Dios, porque el camino está obstruido. Sus oídos se ensordecen, de modo que el mensaje del Señor no puede alcanzarles. En consecuencia, no puede producirse en ellos la sanación del corazón que el Señor trae a los hombres. ¡Y cuán necesaria sería esta sanación en un corazón que se ha oscurecido por el pecado y del que se han apoderado las malas inclinaciones del hombre! Incluso con la gracia de Dios, cuesta vencer estas inclinaciones y adquirir un corazón nuevo. Pero, al encontrarse con Jesús, el corazón empieza a sanar, porque encuentra el amor que lo creó y lo redimió, y puede entregarse a él sin miedo.

A pesar de la hostilidad masiva contra Jesús, hubo algunos líderes religiosos que creyeron en Él, pero no se atrevían a confesarlo. Este temor indica, por una parte, un ambiente de represión y un ejercicio muy dominante de la autoridad religiosa, y por otra, respetos humanos. A esto se sumaba el miedo a ser expulsados de la sinagoga y perder así la reputación en el pueblo.

La decisión de seguir a Jesús y, por tanto, de seguir la verdad es crucial. No se la puede evadir o posponer por amar a los hombres más que a Dios. Esto sigue siendo así hasta el día de hoy. Es necesario tomar esta decisión incluso dentro de la Iglesia, que, bajo la fuerte influencia de tendencias modernistas, corre el peligro de diluir o incluso negar el mensaje que le fue confiado. Si, por ejemplo, se pretende que las otras religiones también sean caminos hacia Dios, hay que tomar una decisión, porque no se puede distorsionar el mensaje central de la salvación que sólo Jesucristo nos pudo otorgar. Hay que permanecer fieles al mensaje de Cristo y a la auténtica doctrina de la Iglesia, aunque eso conlleve ser marginados o perseguidos.

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