El sufrimiento del Padre

Aunque nos encontremos en el “Tiempo de Pasión”, quisiera dedicar la meditación de hoy al “Mensaje del Padre”, como lo hacemos el día 7 de cada mes.

Cuando meditamos sobre la Pasión, solemos pensar en Nuestro Señor Jesucristo y visualizamos su sufrimiento hasta la Cruz. Probablemente también tengamos presente a la Madre del Señor, que permaneció junto a la Cruz y acompañó a su Hijo hasta su muerte redentora. Pero quizá no pensemos tanto en el sufrimiento de nuestro Padre Celestial.

En el “Mensaje del Padre”, Él nos dice lo siguiente:

“¿Cómo hacer para encontrarme en medio de los hombres? No había otro medio que el de ir Yo mismo en la Segunda Persona de Mi Divinidad. ¿Me reconocerán los hombres? ¿Me escucharán? Para mí nada del futuro estaba escondido; así que a estas dos preguntas me respondí Yo mismo: “Aun estando cerca de Mí, ignorarán Mi presencia. En Mi Hijo me maltratarán, a pesar de todo el bien que les hará. En Mi Hijo me calumniarán y me crucificarán para matarme.”

Entonces, podemos ver que todo lo que padeció Nuestro Señor, lo sufrió también interiormente el Padre Celestial. Fue Él quien, por amor a nosotros, envió a su Hijo al mundo para redimirnos (Jn 3,16). Éste es y seguirá siendo un misterio inagotable, que adoraremos para siempre junto con los ángeles y santos, cuando nos sea más profundamente revelado en la eternidad.

Sin embargo, en esta ocasión no quiero detenerme en este aspecto del sufrimiento, pues lo meditaremos una y otra vez al contemplar la Pasión de Nuestro Señor; sino que me gustaría echar una mirada al Corazón de nuestro Padre.

Se podría pensar que, puesto que Dios tiene la plenitud y la perfección en sí mismo, no cabe en Él sufrimiento alguno. Esto sería acertado si consideramos el sufrimiento únicamente como una falta de perfección. Dios es perfecto en sí mismo y no le hace falta nada que cualquier creatura pudiese darle. ¡Por supuesto que Él es plenamente feliz en sí mismo!

Sin embargo, existe en Dios una especie de “sufrimiento de amor”, cuando nosotros, los hombres, no acogemos el amor que Él quiere darnos.

En otra parte del “Mensaje del Padre”, encontramos las siguientes palabras: “Vuestro Cielo, criaturas Mías, está en el Paraíso, con Mis elegidos, porque será ahí, en el Cielo, donde me contemplaréis en una visión perenne y gozaréis de una gloria eterna. Mi cielo, en cambio, está en la Tierra con todos vosotros, oh hombres. Sí, es en la Tierra y en vuestras almas donde busco Mi felicidad y Mi alegría. Vosotros podéis darme esta alegría”.

En muchas partes de este Mensaje nos encontramos con este sufrimiento: Es un Padre lleno de amor, que quiere conceder todo a sus hijos; pero ellos no reconocen ni aceptan sus regalos; sino que los desprecian y rechazan. En las palabras que acabamos de escuchar, se expresa claramente la alegría que supone para Dios poder reposar en un alma que vive en estado de gracia.

En el “Mensaje del Padre” se repite de forma muy personal algo que encontramos como tema recurrente a lo largo de las Sagradas Escrituras: un Dios lleno de amor frente a su esposa infiel.

En el Evangelio vemos que Jesús sufre cuando los hombres no acogen y rechazan la gracia de la Redención (Lc 19,41-44). Asimismo, pienso que también para el Padre es una especie de sufrimiento de amor el hecho de que los hombres rechacen su amor y, en lugar de experimentar su cercanía en su vida terrenal, incluso tengan que vivir separadas de Él por toda la eternidad, junto a los demonios. Ciertamente esto nunca sucede sin justicia…

¿No conocemos también nosotros este sufrimiento, cuando vemos que alguien rechaza la gracia de Dios y no acepta el amor y la verdad que se le ofrecen? Esto puede hacernos sufrir espiritualmente, aunque quizá ni siquiera conozcamos a la persona en cuestión. Entonces nos vemos motivados a orar por ella, a luchar por ella… Y si así nos sucede a nosotros, que –como dice Jesús – somos malos (Mt 7,11), ¡cuánto más a nuestro Padre Celestial, que ha llamado a los hombres a ser hijos suyos y quiere colmarlos consigo mismo!

Como hijos de Dios, que aman y quieren amar a su Padre, estamos llamados a tomar parte en su sed por aquellos que aún están en el “valle de la búsqueda”, por sus hijos confundidos y perdidos. Movidos por el amor a nuestro Padre Celestial, deberíamos hacer todo lo que esté en nuestras manos para que los hombres encuentren a Dios.

El dolor de que, a pesar de todo, algunas personas no respondan a la invitación, no nos quitará la dicha interior de poder servir a Dios. Quizá así podamos entender un poco mejor cómo se puede sentir dolor sin por eso perder la alegría y ser infelices. Ciertamente así sucede con nuestro Padre Celestial, quien hace todo para que los hombres encuentren el camino de regreso a casa, junto a Él.

UN AVISO FINAL: Durante los últimos meses, desde que concluimos la Novena a Dios Padre, habíamos invitado a aquellos que se sintieron particularmente llamados a honrar a la Primera Persona de la Santísima Trinidad a que se reportaran con nosotros, como representantes de su respectiva nación, para que juntos le demos a nuestro Padre Celestial aquel culto y amor que Él pide en el Mensaje dado a la Madre Eugenia Ravasio. Si alguien no había escuchado esta invitación y también quisiera formar parte de esta “Obra de amor” del Padre Celestial, aún puede enviarnos un correo a la siguiente dirección, señalando su nombre y el país de donde viene: contact@jemael.org.

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