El Mesías testifica el amor del Padre

Palabras del Padre tomadas del Mensaje a la Madre Eugenia Ravasio:

“Siempre he querido quedarme en este mundo entre los hombres. Y así, durante el diluvio estaba junto a Noé, el único justo de aquel tiempo. También durante las otras plagas encontré siempre un justo en el cual podía morar y, a través de él, permanecer en medio de los hombres de su tiempo. ¡Siempre fue así! Gracias a mi infinita bondad para con la humanidad, el mundo ha sido frecuentemente purificado de su corrupción. Entonces, seguía escogiendo almas en las cuales me complacía, para que, por medio de ellas, pudiera deleitarme en mis criaturas, los hombres. 

“Le   prometí   al   mundo   el   Mesías.   ¿Qué   no   hice   para   preparar   su   venida? ¡Incluso me manifesté en las figuras que lo representaban aun miles de años antes de su venida! 

Porque, ¿quién es esta Mesías? ¿De dónde viene? ¿Qué hará en la tierra?  ¿A quién representará? 

El Mesías es Dios.

– ¿Quién es Dios? Dios es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. 

– ¿De dónde viene, o, mejor dicho, quién lo envió en medio de los hombres? Yo, su Padre, Dios. 

– ¿A quién representará en la tierra? A su Padre, Dios. 

– ¿Qué hará en la tierra? Hará conocer y enseñará a amar al Padre, Dios. (…)

Oh hombres, concluid que por toda la eternidad he tenido un solo deseo: darme a conocer a los hombres y ser amado por ellos. ¡Deseo estar incesantemente junto a ellos!”

En primera instancia, meditemos sobre los dos aspectos de los que se habla en el primer párrafo de este pasaje que acabamos de escuchar.

Por un lado, nuestro Padre siempre buscaba y encontraba a un justo en el cual morar; alguien que le abría su corazón y su espíritu. En el “Mensaje del Padre”, resuena incontables veces la intención de Dios de estar entre nosotros. Y es un profundo deseo del Padre que nosotros entendamos esto… Precisamente en tiempos de desgracia y necesidad –que, como veíamos ayer, pueden ser reprensiones de Su amor– Dios está presente y permanece en medio de nosotros. Esto lógicamente es aplicable a nuestra situación actual de crisis, de manera que no hemos de sucumbir en un miedo generalizado ni mucho menos en desesperanza.

El segundo aspecto de este primer párrafo es que el Padre insiste en que las purificaciones son obra de Su amor. Quizá resulte difícil entenderlo a primera vista, cuando nos confrontamos a la miseria y necesidad, especialmente en estos días…. Sin embargo, mirándolo más a fondo, notaremos que tales purificaciones son necesarias, tanto para el mundo como para la Iglesia.

Hablando recientemente por teléfono con mi madre, ya bastante anciana, ella me decía pensativa con respecto a la pandemia: “Estas cosas suceden una y otra vez… Yo tampoco sé por qué pasa todo esto. Tal vez las personas tienen que volverse más sencillas y humildes.” ¡Ciertamente es la sabiduría de la edad! Viéndolo a la luz de la fe, habría que añadir: “Las personas han de recordar quién las creó; quién les dio la vida. Deben convertirse de los caminos de perdición y abrirle a Dios la puerta de su corazón, para que Él pueda morar en ellos.”

También en nuestro camino espiritual conocemos las purificaciones. De hecho, son necesarias, para que aprendamos a vivir de lo esencial y dejemos atrás todo lo que no puede resistir ante Dios y en vistas de la eternidad. Es algo similar a lo que sucede ante la muerte inminente: ¿Qué es lo esencial en mi vida? Este cuestionamiento vuelve a plantearse a través de esta epidemia, que hasta ahora no se logra detener.

La misión del Mesías, Nuestro Señor Jesucristo, fue la de dar a conocer a Dios Padre entre los hombres y enseñarles a amarlo. ¡Éste era el ardiente deseo de Jesús, porque nadie mejor que Él conocía al Padre y Su inmenso amor! De Él salió para cumplir su tarea y a Él volvió. Dios vino a nuestro encuentro, hasta el punto de hacerse hombre la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, para estar en medio de nosotros, para darse a entender y redimirnos.

No es tan fácil convencer a las personas de que son hijos amados de Dios y de que su verdadera esencia se despliega sólo cuando viven conforme a esta su identidad. ¡Esto aplica tanto más cuando Dios los reprende! Sin embargo, en el libro del Apocalipsis leemos que, a pesar de las terribles plagas que los hombres tuvieron que padecer, para que al menos en su necesidad se acordasen del Señor y lo invocasen, ellos no se arrepintieron ni dieron la gloria a Dios (cf. Ap 16,9). ¡Permanecieron obstinados!

Entonces, nuestra insistente oración al Señor debería ser la de que los hombres saquen las conclusiones correctas de esta epidemia y reconsideren sus vidas ante Dios. En el encuentro con Aquél a quien el Padre envió, se manifiesta Su amor de manera especial. En Él, las puertas están abiertas de par en par; más aún, ¡Él mismo es la puerta (cf. Jn 10,9)! Al aceptar a Jesús, abrimos la puerta de nuestro corazón a la presencia de Dios, de manera que Él puede morar en nosotros: a través de Su Palabra, en la presencia del Espíritu Santo, en los sacramentos… Y cuando empiezan a abrírsenos los ojos, descubriremos al Señor por doquier.


Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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