Ct 2,8-14
¡La voz de mi amado! Miradlo, aquí llega, saltando por montes, brincando por lomas. Es mi amado una gacela, parecido a un cervatillo. Mirad cómo se para, oculto tras la cerca, mira por las ventanas, atisba por las rejas.
Habla mi amado y me dice: “Levántate, amor mío, hermosa mía, y vente. Mira, ha pasado el invierno, las lluvias cesaron, se han ido. La tierra se cubre de flores, llega la estación de las canciones, ya se oye el arrullo de la tórtola por toda nuestra tierra. Despuntan yemas en la higuera, las viñas en cierne perfumean. ¡Anímate, amor mío, hermosa mía, y ven! Paloma mía, escondida en las grietas de la roca, en los huecos escarpados, déjame ver tu figura, deja que escuche tu voz; porque es muy dulce tu voz y atractiva tu figura.”
La historia entre Dios y el hombre es una historia de amor. En la lectura de hoy, se la expresa en un lenguaje tierno y poético. Tal vez nos resulte extraño comparar la forma en que Dios nos conquista con el amor entre el hombre y la mujer, con ese lenguaje típico del enamoramiento. Pero estos versos del Cantar de los Cantares expresan, con mucho acierto, cómo Dios nos busca, cómo está ansioso de estar junto a nosotros y de unirse a nosotros.
Cada uno de nosotros conoce el encanto de las verdaderas historias de amor, sea por nuestra experiencia personal o por la literatura, el teatro o el cine. Es ese despertar al amor, ese anhelo de estar cerca del amado; pero también ese intenso dolor cuando el amor no es correspondido o es rechazado.
El amor es el punto más sensible en nuestra vida, del que todos dependemos. ¡Sin el amor, no existe verdadera vida! Y es que Dios nos creó por amor… Algunos místicos dicen que Dios estaba encantado cuando contemplaba el alma que había creado.
A veces, podemos experimentar este encanto al ver un niño pequeño. ¡Su sola presencia puede provocar esa fascinación! Esto nos puede dar una idea sobre cómo Dios nos mira a nosotros, y, en particular, al alma que vive en estado de gracia. ¡Es como el encanto del novio por su novia!
El verdadero amor entre hombre y mujer es un reflejo de cómo Dios ama a nuestra alma, y quiere conducirla a casa, allí donde Él mora; y, a la vez, es una imagen de cómo el alma responde a la conquista de Dios, atenta a la presencia del novio y ansiosa de estar junto a Él.
Con acierto, se ha dicho que el amor entre hombre y mujer es la mayor dicha en la vida terrenal, y es una gran bendición si este anhelo encuentra cumplimiento. Pero no todos experimentan esta dicha, y precisamente en las relaciones entre hombre y mujer hay tanto sufrimiento. ¡Cuántas veces se llega a situaciones dolorosas y llenas de confusión, porque el amor ha sido herido! ¡Algunos pueden incluso caer en desesperación ante este sufrimiento!
Sin embargo, en estas situaciones es importante comprender que la desilusión de esta gran dicha terrenal no significa que jamás podremos experimentar el verdadero amor. Si no se pudo cumplir ese reflejo del amor divino, hay que tener presente que el modelo es el amor entre Dios y el alma. ¡Y esta posibilidad está abierta para cada persona! La relación de amor con Dios no es, de ninguna manera, un sustituto para el amor humano que no se pudo cumplir. Pero la relación con Dios sí puede sanar cualquier infidelidad; saciar el corazón cuyo deseo de amor no se ha realizado; proporcionar una gran seguridad a nuestra vida… ¡Dios es fiel, y no debemos temer que Él pueda romper su alianza en algún momento, dejándonos abandonados!
En nuestra Iglesia, conocemos personas, sobre todo las vocaciones religiosas, que quieren corresponder plenamente a este amor entre Dios y el alma, y quieren dedicarle toda su vida. En ellas, el amor a Dios se ha despertado a tal punto que pueden experimentar todo aquello que describe la lectura de hoy. Por eso, los místicos tienen razón al aplicar el Cantar de los Cantares a la relación de amor con Dios.
Podemos ver cómo se van cumpliendo las palabras poéticas del texto. El alma espera ansiosa a su Señor, y lo mira con gran amor. Ella se sabe amada, sabe que su Señor nunca la pierde de vista, sabe que Él mira a través de las ventanas de su alma. Ella escucha la invitación que su Señor constantemente le dirige: la invitación a vivir con alegría este amor.
Si miramos desde esta perspectiva el texto del Cantar de los Cantares, se nos vendrán a la mente todos esos pasajes de la Sagrada Escritura donde el Señor nos muestra su amor, nos comunica su sabiduría y expresa su deseo de morar en nuestro interior.
Dejemos que esta lectura nos hable, y sepamos que Dios se está dirigiendo a cada uno de forma personal. Él quiere contemplar nuestra alma como a su novia, a la que quiere preparar para las bodas, revistiéndola de una belleza sobrenatural y adornándola con las joyas de las virtudes divinas. Si nos sabemos amados por Dios, podremos descubrir en todas partes los signos de Su amor. Entonces, la novia resplandecerá con una belleza cada vez más grande, y el novio divino se regocijará en ella.
Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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