Mt 3,13-17
En aquel tiempo, vino Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: “Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?”. Jesús le contestó: “Déjalo ahora. Conviene que así cumplamos toda justicia”. Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz de los cielos que decía: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”.
Quizá podamos imaginarnos un poco el asombro de Juan Bautista… Se acerca a él Aquel de quien tanto se oye hablar. Ahora este Jesús se presenta ante él –ante Juan– para ser bautizado por él. ¡Qué estupor para el Bautista!
En realidad, debería ser al revés: es él quien debería ser bautizado por Jesús. Como Juan mismo lo dice, él no es digno de desatar siquiera la correa de las sandalias de Jesús (cf. Jn 1,27) El Bautista sabe que Aquel que tiene frente a sí es más grande que él (cf. Mc 1,7). Él mismo bautiza solamente con agua, Jesús, en cambio, con fuego (cf. Mt 3,11) ¡Sí, Juan sabe quién es el que se le acerca!
No obstante, también Juan, así como todos nosotros, está invitado a ingresar en la escuela del Señor, para conocer cada vez mejor y más profundamente a Dios en su Ser.
En efecto, la gloria de Dios es infinitamente grande, y en la eternidad, cuando podamos contemplarla, será asombro tras asombro, y no nos cansaremos de amarlo. Pero aquí, en la Tierra, la grandeza de Dios se manifiesta sobre todo en el servicio del amor. Sabemos que será este amor el que lleve a Jesús hasta la Cruz; el amor por su Padre y por nosotros, los hombres.
¡Es el amor que sirve!
Dios, el incomparable, el que es perfecto en sí mismo, viene para servirnos. Por eso Jesús dice a Juan: “Déjalo ahora. Conviene que así cumplamos toda justicia”.
Jesús se adentra en la historia humana, con todos sus pecados. Él mismo se hizo verdadero hombre, para pagar la deuda del hombre, para que por medio de Él pudiésemos alcanzar el perdón. Esta gracia se hace eficaz cuando los hombres acogen el perdón que Dios les ofrece.
Ciertamente Juan intuye algo de lo que Jesús quiere; pero aún no lo habrá comprendido en toda su dimensión… Sin embargo, fue obediente a la Palabra del Señor, y entonces bautizó a Jesús.
En cuanto el Señor salió de las aguas, los cielos se abrieron y el Espíritu de Dios descendió sobre Él en forma de una paloma. Jesús es uno con el Espíritu, y escuchamos también la voz del Padre que exclama: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”.
¡La Santísima Trinidad se hace presente! Lo que aquí sucede, conforme al testimonio de la Escritura, es lo que se nos concede en el santo Bautismo, puesto que se nos bautiza en el Nombre de la Santísima Trinidad: en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo…
¡Toda la vida de la Santísima Trinidad ha de desplegarse en nosotros! El Espíritu de Dios desciende sobre nosotros, así como descendió sobre la Virgen María. Jesús ha de tomar cada vez más forma en nosotros, y esto sucede cuando escuchamos las mociones del Espíritu y las seguimos…
¡Estamos llamados a asemejarnos cada vez más a Dios y a servir a las otras personas en su Espíritu! En la medida en que comprendemos cómo es Dios, cómo Él derrama en nosotros su gracia, cómo hemos sido redimidos por la sangre de Jesús, cómo nos abraza el amor del Padre, cómo se despliega en nosotros el Espíritu de Dios, que es amor, nos volveremos cada vez más agradecidos, y lo alabaremos por todo lo que Él hace por nosotros.
Dios quiere que veamos a nuestro prójimo como a nuestro hermano. Esto cuenta también para las personas que aún están lejos de Dios. Precisamente ellas todavía tienen que encontrar el camino hacia Dios, para que en sus vidas se despliegue aquello que Él ha dispuesto para ellas. ¡Es esto lo que hemos de testificar a través de nuestra vida, porque a cada persona se le ofrece la gracia de Cristo y el perdón de sus culpas, para que así despierte a su verdadera dignidad!
De esta manera, nosotros, los cristianos, podemos servir a los hombres, convirtiéndonos en servidores del amor.