Rut 1,1.3-6.14b-16.22
En la época en que gobernaban los Jueces, hubo hambre en el país. Un hombre de Belén de Judá se fue a residir, con su mujer y sus dos hijos, a los campos de Moab. Murió Elimélec, el marido de Noemí, y quedó ella con sus dos hijos. Éstos se casaron con mujeres moabitas, llamadas Orfá y Rut. Allí habitaron unos diez años. Murieron también los dos hijos, y la mujer se quedó sola, sin sus dos hijos y sin marido. Al enterarse de que el Señor había atendido a su pueblo dándole pan, Noemí, con sus dos nueras, emprendió el camino de vuelta desde la campiña de Moab. Orfá se despidió de su suegra y volvió a su pueblo, mientras que Rut se quedó con Noemí.
Noemí le dijo: «Mira, tu cuñada se ha vuelto a su pueblo y a su dios. Vuélvete tú con ella.» Pero Rut contestó: «No insistas en que te deje y me vuelva. Donde tú vayas, iré yo; donde tú vivas, viviré yo; tu pueblo es el mío, tu Dios es mi Dios.»
Así fue como Noemí, con su nuera Rut, la moabita, volvió de la campiña de Moab. Empezaba la siega de la cebada cuando llegaron a Belén.
Las hermosas palabras que Rut pronuncia, nos permiten echar una mirada profunda a su corazón: “Donde tú vayas, iré yo; donde tú vivas, viviré yo; tu pueblo es el mío, tu Dios es mi Dios.” El texto bíblico completo añade también estas palabras suyas: “Donde tú mueras moriré y allí seré enterrada.”
Es un lenguaje de amor y de entrega, que difícilmente podría ser superado. En sus palabras se puede palpar el profundo despertar del amor y de la capacidad de entrega de una persona a otra. Este misterio del amor llega a su plenitud en la relación entre Dios y el alma humana, y en la entrega de la Iglesia a su Esposo divino (cf. Ef 5,21-32). También podemos descubrir esta entrega incondicional en los apóstoles de Jesús; por ejemplo, en Pedro, que quiere dar su vida por el Señor (cf. Jn 13,37).
En este acto libre de amor, que nos hace capaces de donarnos por completo, sin ser forzados y sin que sean las circunstancias las que nos “obliguen”, podemos entender que el seguimiento de Cristo, en su núcleo más profundo, consiste en un acto de amor.
Esta realidad está descrita en el primero de los mandamientos: “Amarás al Señor con todo el corazón, con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Dt 6,5). La entrega a la Persona de Dios, que posee en sí mismo la plenitud del ser y no tiene límite alguno, está profundamente inscrita en nuestro corazón. Sólo cuando realicemos de todo corazón y con plena libertad este acto de amor y lo vivamos concretamente, descubriremos nuestra verdadera identidad.
En el caso de Rut viene a añadirse el hecho de que, por su amor y fidelidad a Noemí, pudo reconocer al verdadero Dios. De hecho, a veces Dios se vale de la belleza de un amor humano para que, a través de ese amor, la persona encuentre el camino hacia Él.
Entender que el seguimiento de Cristo es, en lo más profundo, un acto de amor, nos liberará de muchas presiones. Nuestra fe no es, en primera instancia, un conjunto de obligaciones y normativas que tengamos que cumplir; sino una respuesta al amor de Dios y la entrega a Él. Por supuesto que no quedan abolidas las obligaciones, pero, cuanto más impregnados estemos por el amor, tanto más cambiará el espíritu con que las cumplamos. Entonces lo central no serán nuestros propios esfuerzos y méritos; sino que el amor tiene la mirada puesta en Aquel a quien quiere entregarse.
Algo similar sucede con el ejercicio correcto de la autoridad. La verdadera autoridad está cimentada en el amor, que a su vez tiene a la verdad como fundamento. También es éste el modo en que los pastores espirituales han de apacentar su rebaño. De hecho, precisamente esto los distingue de aquellos otros pastores que quieren reemplazar la verdadera autoridad del amor y de la verdad por su aparente fuerza, haciéndose así autoritarios.
En Rut podemos ver un amor tan grande que la hizo capaz de partir junto con Noemí a una realidad totalmente desconocida. Lo mismo sucede con la entrega al Señor. Si nuestro amor a Él se hace grande, ya no necesitamos saber lo que nos depara el futuro ni tendremos que “tomar precauciones”. Vivimos en la seguridad de su amor, así como Rut se sentía segura del amor de su suegra y, por tanto, pudo también testificarle su propio amor.