Mt 11,25-30
Por aquel entonces, tomó Jesús la palabra y dijo: “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a gente sencilla. Sí, Padre, pues tal ha sido tu decisión. Mi Padre me ha entregado todo, y nadie conoce al Hijo, sino el Padre; ni al Padre le conoce nadie, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os proporcionaré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.”
Hoy la Iglesia quiere mostrarnos de forma particular el amor de nuestro Redentor. La veneración del Sagrado Corazón de Jesús, cuya Fiesta Litúrgica celebramos hoy, se difundió en la Iglesia a través de una revelación privada. Jesús se apareció a Santa Margarita María Alacoque y le dijo: “He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres”.
En efecto, nunca terminaremos de descubrir la magnitud del amor de Jesús por su Padre y por nosotros, los hombres. La certeza de este amor ha de penetrar todo nuestro ser, para llevarnos a una mejor comprensión del Ser de Dios. De hecho, vivimos del amor y por el amor.
De algún modo, también en la Fiesta del Corpus Christi se nos había mostrado el Corazón de Jesús, pues en la Eucaristía está siempre vivo y palpitando, dispuesto a saciar el hambre de aquellos que sufren bajo las tribulaciones de la vida y están en busca de paz y sanación. En la Santa Eucaristía podemos encontrar el Corazón de Jesús en toda su mansedumbre, invitándonos a permanecer en su amor. Los maestros de la vida espiritual recomiendan guardar un tiempo de silencio después de recibir la Santa Comunión, para que la gracia que se nos da en la presencia eucarística de Cristo pueda empapar nuestro corazón y nos volvamos cada vez más receptivos a su amor. Pero la Eucaristía no es sólo un remedio para fortalecer a los débiles y necesitados; sino que es además el “Banquete de Bodas del Cordero”, al cual hemos sido invitados para poder gozar ya en esta vida de la presencia de Cristo y recibir una garantía de su amor.
En la Solemnidad que hoy celebramos, se nos invita de forma particular a contemplar el amor de Jesús. Por un lado, su amor “increado”; aquel amor con que nos ha amado desde toda la eternidad junto con el Padre y el Espíritu Santo; aquel amor que lo llevó hasta el punto de hacerse hombre por nuestra salvación. Por otro lado, también su amor “creado”; es decir, aquel amor con que nos amó como hombre, hasta el extremo de morir en la cruz por nosotros.
Todos los días y de las más diversas formas este amor sale a nuestro encuentro, si tan sólo aprendemos a descubrirlo.
En el evangelio de hoy, el Señor nos muestra la bondad con que atrae hacia sí a los hombres que sufren bajo el peso de esta vida, para que en su Corazón hallen reposo. Su Corazón es el sitio donde podemos descansar y sentirnos en casa, donde recibimos consuelo, donde encontramos la certeza de que no estamos solos…
El sufrimiento es particularmente duro de soportar cuando uno no se siente comprendido o tiene la impresión de estarse convirtiendo en carga para los demás. Sin embargo, el Señor nos asegura que el yugo de aquellos que acudan a Él será transformado, pues se convertirá en el yugo de Jesús. El Señor no promete que nos serán quitadas todas las cargas y sufrimientos de la vida; pero nos asegura que su amor redentor los transformará.
Por otra parte, el amor de Jesús busca ser correspondido, pues sabemos que el amor sólo encuentra su plenitud en el momento de ser correspondido. El Papa León XIII, en su encíclica Annum Sacrum, formuló esta verdad en los siguientes términos: “El Sagrado Corazón es el símbolo y la imagen sensible de la caridad infinita de Jesucristo, caridad que nos impulsa al amor recíproco.”
Esta es la finalidad de la devoción y de la Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Quizá sea un misterio que sólo se revela a las almas sencillas, a las que el Señor se refiere en el texto de hoy. Una vez que el alma haya pregustado algo del amor divino, quiere sumergirse cada vez más en el misterio de este infinito amor que la rodea. Así, empieza a comprender el amor que Jesús le tiene.
Cuando se experimenta el amor divino y se intenta corresponderle, el camino de seguimiento de Cristo adquiere un brillo especial y se puede avanzar con mucha más facilidad y agilidad. Poco a poco, se deja de ver el camino de la fe como una mera obligación que hay que cumplir; y se lo empieza a contemplar como una invitación que parte del amor. ¡Y este amor nos da alas!