ADVIENTO EN TIEMPOS APOCALÍPTICOS (II): “La oscuridad cubre la tierra”

NOTA: A partir de ayer, hemos iniciado en las meditaciones diarias una serie titulada “Adviento en tiempos apocalípticos”. Si alguien prefiere escuchar una meditación sobre la lectura o el evangelio del día, puede encontrarla en el siguiente enlace: http://es.elijamission.net/un-corazon-ardiente-2/

“La oscuridad cubre la tierra, y espesa nube a los pueblos…” (Is 60,2).

No podemos cerrar los ojos ni pasar por alto la gran oscuridad que se cierne sobre los pueblos. Así como no debemos dejarnos engullir por ella, dándoles demasiado peso a los planes del mal y ocupándonos excesivamente de ellos, también sería un error pasarla por alto o querer ignorarla.

Para afrontar correctamente la situación dada en el mundo, es necesario percibir la oscuridad. Al mismo tiempo, esta percepción debe estar conectada con la firme certeza de fe que, además de contar con la intervención de Dios, ya lo ve obrando en medio de la oscuridad y confía en que el Padre sabrá conducir todas las cosas conforme a su plan.

Una densa oscuridad que percibimos en el mundo es la gran apostasía de aquellos pueblos que ya habían recibido el anuncio del Evangelio. En otros tiempos, ellos mismos habían enviado a sus misioneros hasta los confines de la tierra, convirtiéndose así en portadores de la luz de la fe. Pero ahora el fuego parece extinguirse y la creciente apostasía se manifiesta también oscureciendo las legislaciones de las naciones.

Así, en el mundo moderno nos encontramos con un olvido de Dios de gran magnitud. Muchas personas viven como si Dios no existiera. La oscuridad aumenta tanto más cuanto más los misioneros pierden su fuerza de convicción y se adaptan a la mentalidad del mundo.

Si los misioneros ya no ponen en el centro de la evangelización el encuentro con el Dios vivo y ya no están movidos por la convicción de que todos los hombres deben conocer a Cristo y abrazar la fe, entonces ya no serán mensajeros del Evangelio para las naciones, sino que sus voces se extinguirán. Entonces los pueblos ya no experimentarán “qué hermosos son los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia la salvación” (Is 52,7); sino que se los deja a merced de su propio destino.

La apostasía y el olvido de Dios hacen que a menudo la vida humana ya no sea entendida como un don gratuito que el Creador le encomienda al hombre y por el que éste tendrá que rendirle cuentas. Así se ha llegado al incomprensible crimen del aborto, a la matanza de incontables niños inocentes en el vientre de sus madres, que en muchas naciones se ha convertido en una normalidad, hasta el punto de querer declararlo como un derecho.

Si a esto añadimos las numerosas injusticias, la corrupción, la inmoralidad y tantas otras desviaciones del camino de Dios y de sus mandamientos, podremos hacernos una idea de la densa oscuridad que se cierne sobre el mundo.

La creciente apostasía de las naciones anteriormente cristianas y el debilitamiento interior y exterior de la Iglesia, propician la expansión de un espíritu anticristiano. Éste ya no se contenta con socavar la fe y los principios cristianos, intentando modelar el mundo de acuerdo a otros criterios; sino que ahora se vuelve cada vez más agresivo. Aquellas personas que se aferran a la fe y defienden los valores morales que se derivan de ella, corren peligro de ser marginalizadas y tienen que retirarse al desierto, espiritualmente entendido.

“La oscuridad cubre la tierra, y espesa nube a los pueblos…”

Si los hombres no observan los mandamientos de Dios, eligen la muerte. Ya el Pueblo de Israel fue puesto ante esta decisión en el Monte Sinaí: “Mira, hoy pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Si escuchas los Mandamientos del Señor tu Dios (…), vivirás (…). Pero si tu corazón se desvía (…), yo os declaro que pereceréis sin remedio.” (Dt 30,15-18).

¿Es que la humanidad hoy escogerá el sendero de la muerte? ¡Cada uno tiene que decidirse!

Descargar PDF