MEDITACIONES PARA LA CUARESMA: “¡No hay situación desesperada para Dios!”

La «discreción» nos ha llevado a reconocer la crisis actual de la Iglesia como un peligro para los fieles, a percibir cómo su testimonio para el mundo se ha oscurecido y a ver, más allá del ámbito humano, a los «principados y potestades» que traman maldades contra «el Señor y su ungido», y que a menudo son los que mueven los hilos de todo aquello que usurpa la gloria a Dios y perjudica a los hombres.

Para tener un cuadro más exhaustivo en el sentido del discernimiento de los espíritus, también conviene que echemos un vistazo a la situación actual del mundo. No es difícil constatar que naciones enteras se encuentran bajo el dominio de las tinieblas. Incluso países que en otros tiempos eran cristianos han abierto las puertas a grandes males, introduciendo políticas abstrusas, tales como el aborto, la ideología de género, entre otras. Como resultado, los poderes del mal han logrado que tales estados –con unas pocas excepciones– pertenezcan a aquellos reinos sobre los cuales gobierna Satanás. Si a esto sumamos las guerras y las injusticias asociadas a ellas, nos encontraremos frente a un mar de espanto, lleno de corrupción e impureza.

Desde el punto de vista humano, prácticamente no hay esperanzas de que se produzca un cambio para bien. Si la Iglesia Católica, debido a su liderazgo actual, pierde su voz profética de corrección frente a un mundo cada vez más anticristiano, si incluso llega a cooperar con poderes políticos corruptos, entonces aumenta el peligro de que se erija un gobierno anticristiano que empiece a perseguir a aquellos que se aferran a los mandamientos de Dios y al testimonio de Jesús. Este gobierno anticristiano puede materializarse en el “hijo de la perdición” (2Tes 2,3): en un Anticristo o incluso en el último Anticristo que ha de manifestarse al Final de los Tiempos y ejercerá una especie de gobierno mundial satánico durante un tiempo.

Lo trágico para nosotros, los católicos, es que no podemos contar con que las autoridades eclesiásticas actuales lo identifiquen y adviertan al rebaño, sino que incluso podrían ser promotores de este «falso rey», que traerá grandes sufrimientos para toda la humanidad y, en el peor de los casos, será venerado como una especie de Mesías.

Sin duda, el resultado al que nos ha conducido la «discretio» es grave. Sin embargo, nuestra respuesta ante esta amenaza global para la fe y la humanidad en general debe ser depositar toda nuestra confianza en nuestro Padre Celestial. Por más que el enemigo se presente como omnipotente y parezca haberse apoderado de todas las salidas, sigue siendo el embaucador que se engaña a sí mismo.

Recordemos nuestras meditaciones sobre el Evangelio de San Juan: al Señor le bloquearon todos los caminos para que pudiera continuar su misión de llevar su palabra a los hombres y hacerles experimentar la bondad del Padre celestial. Incluso sus signos y milagros eran vistos con sospecha y, al final, tras la traición de Judas, fue apresado y llevado ante Pilato. ¿Una situación sin salida?

Si lo miramos de cerca, veremos algo más: Jesús no estaba simplemente a merced del poder de sus enemigos, manifestados particularmente en las autoridades religiosas de la época, sino que cumplió voluntariamente la voluntad del Padre Celestial. Él, a su vez, aceptó las atrocidades que su Hijo tuvo que soportar como expiación por los pecados de la humanidad. Al fin y al cabo, era Dios quien tenía la última palabra. Se valió de todo para la salvación de los hombres. Volveremos sobre este tema el Viernes Santo.

Este es el punto de partida de nuestro combate espiritual. La «discreción», es decir, el discernimiento de los espíritus sobre la situación actual de la Iglesia y del mundo, es necesaria, aunque no sea preciso conocer todos los detalles, no sea que corramos como a la ventura y luchemos como quien golpea al aire (cf. 1Cor 9,26).

Debemos saber dónde están los engaños, dónde el enemigo encontró las rendijas para infiltrarse en el castillo de la Iglesia y cómo intenta aprovechar cualquier oportunidad para destruir. Hay que evitar cualquier tipo de cooperación con el enemigo y, por el contrario, ofrecerle resistencia con el poder del verdadero Rey.

Aquí es donde entra en juego nuestra vida espiritual, que es de enorme importancia en el combate. En efecto, esta es la armadura con la que nos revestimos: nuestra vida con Dios y en Dios. Cuanto más unidos estemos al Señor, más podrá Él luchar a través nuestro y ocuparemos nuestro lugar en el ejército del Cordero.

San Pablo nos ha equipado para el combate espiritual con las armas que describe en el capítulo 6 de la Carta a los Efesios. Volviendo al inicio de estas meditaciones cuaresmales, durante los próximos días queremos detenernos en las diferentes propuestas que hicieron los padres del desierto. Lo haremos acompañados por la virtud de la discreción, que nos fue sugerida por san Antonio Abad.

Revestidos con esta armadura, podremos marchar al ineludible combate con la confianza puesta en el Señor. Muchos santos también lo afrontaron e innumerables ángeles acompañarán a aquellos que se aferren al testimonio de Jesús aun en la tribulación. Si permanecemos con el Señor, nada podrá sucedernos. Pase lo que pase, podremos afrontar todos los desafíos con su fuerza, porque pertenecemos al Señor.

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