Respondió Jesús y les dijo: “En verdad, en verdad os digo que el Hijo no puede hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; pues lo que Él hace, eso hace igualmente el Hijo. Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que Él hace, y le mostrará obras mayores que éstas para que vosotros os maravilléis. Pues así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, del mismo modo el Hijo da vida a quienes quiere. El Padre no juzga a nadie, sino que todo juicio lo ha dado al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que le ha enviado. En verdad, en verdad os digo que el que escucha mi palabra y cree en el que me envió tiene vida eterna, y no incurre en juicio, pues ha pasado de la muerte a la vida.
En verdad, en verdad os digo que llega la hora, y es ésta, en la que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oigan vivirán, pues como el Padre tiene vida en sí mismo, así ha dado al Hijo tener vida en sí mismo. Y le dio la potestad de juzgar, ya que es el Hijo del Hombre. No os maravilléis de esto, porque viene la hora en la que todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron el bien saldrán para la resurrección de la vida; y los que practicaron el mal, para la resurrección del juicio. Yo no puedo hacer nada por mí mismo: según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad sino la voluntad del que me envió.”
Jesús no se deja intimidar por la hostilidad mortal a la que se enfrenta, sino que habla abiertamente sobre la autoridad que se le ha dado, dirigiéndose especialmente a aquellos del pueblo judío que deberían estar lo mejor preparados para reconocerle. Precisamente a ellos –y, de hecho, hubo algunos que creyeron en Él– se habrían aplicado las palabras de Jesús en el Evangelio de Mateo: “Todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante a un dueño de una casa que saca de su arca cosas nuevas y cosas viejas” (Mt 13,52), o aquellas otras palabras del Antiguo Testamento: “Los maestros brillarán como el resplandor del firmamento, y los que enseñaron a muchos a ser justos, como las estrellas para siempre” (Dan 12,3).
Jesús da testimonio de que todo lo que hace no lo realiza por sí mismo, sino en sintonía con el Padre Celestial. Toda su autoridad le viene del Padre, a quien quiere dar a conocer en la tierra. Así, actúa con la potestad de su Padre y en todo lo que hace se manifiestan las obras del Padre.
Es importante comprender que el Hijo de Dios fue enviado por el Padre y que, por tanto, su deseo es que el Padre sea glorificado a través suyo. Por grande que sea su autoridad, todo auténtico enviado quiere que sea honrado y reconocido aquel que le ha encomendado su misión. Lo mismo sucede con Jesús, que deja en claro que no puede hacer nada por sí mismo, sino que el Padre Celestial es el punto de partida de todo y en todo.
Una vez que se entiende esto, se hace patente el orden espiritual correcto: Jesús fue enviado para llevar a cabo las obras que el Padre Celestial le ha encomendado. Por tanto, es el que viene “en nombre del Señor” (cf. Mc 9,11). Este es el mensaje que Jesús quiere dejar en claro a sus oyentes, para que puedan conocer mejor tanto al Padre como al Hijo. Si entendieran las palabras y obras del Señor a esta luz, reconocerían quién es Jesús: es el enviado del Padre, que les trae salvación y redención por encargo suyo, el Mesías anhelado desde antaño.
En virtud de la potestad que se le ha conferido, Jesús puede resucitar a los muertos como lo hace el Padre, y le ha sido entregado todo juicio sobre la humanidad, para que “todos honren al Hijo como honran al Padre.”
El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 679) dice lo siguiente con respecto al Juicio:
“Cristo es Señor de la vida eterna. El pleno derecho de juzgar definitivamente las obras y los corazones de los hombres pertenece a Cristo como Redentor del mundo. ‘Adquirió’ este derecho por su Cruz. El Padre también ha entregado ‘todo juicio al Hijo’ (Jn 5, 22; cf. Jn 5, 27; Mt 25, 31; Hch 10, 42; 17, 31; 2 Tm 4, 1). Pues bien, el Hijo no ha venido para juzgar sino para salvar (cf. Jn 3,17) y para dar la vida que hay en él (cf. Jn 5, 26). Es por el rechazo de la gracia en esta vida por lo que cada uno se juzga ya a sí mismo (cf. Jn 3, 18; 12, 48); es retribuido según sus obras (cf. 1 Co 3, 12- 15) y puede incluso condenarse eternamente al rechazar el Espíritu de amor (cf. Mt 12, 32; Hb 6, 4-6; 10, 26-31).”
Luego Jesús pasa a describir la potestad que ha recibido: el que escucha su palabra y cree en el que lo envió no incurre en juicio y tiene vida eterna. Los muertos oirán su voz y vivirán, porque Jesús puede dar vida como el Padre. El juicio que le fue entregado por el Padre también lo ejerce en plena sintonía con su Voluntad.
Mañana seguiremos escuchando las posteriores declaraciones de Jesús en el capítulo 5 del Evangelio de San Juan.