Confiar en Dios en horas oscuras

Bar 4,5-12.27-29

¡Ánimo, pueblo mío, memoria de Israel! Habéis sido vendidos a las naciones, mas no para la destrucción. Por haber desatado la cólera de Dios, habéis sido entregados a los enemigos. Pues habéis irritado a vuestro Creador, ofreciendo sacrificios a los demonios y no a Dios. Olvidasteis al Dios eterno que os alimentó y afligisteis a Jerusalén que os crió. Cuando ella vio caer sobre vosotros el castigo de Dios, dijo: “Escuchad, vecinas de Sión, Dios me ha enviado una gran pena. 

He visto el destierro que el Eterno atrajo sobre mis hijos y mis hijas. Yo los había criado con gozo y los he despedido con lágrimas de duelo. Que nadie se regodee conmigo, una viuda abandonada de tantos. He quedado desierta por los pecados de mis hijos, porque se apartaron de la Ley de Dios. ¡Ánimo, hijos, clamad a Dios, porque aquel que os castigó se acordará de vosotros! Ya que entonces decidisteis alejaros de Dios, convertíos y buscadlo con un empeño diez veces mayor. Porque el que atrajo sobre ustedes estos males les traerá, junto con su salvación, la eterna alegría”.

La confianza en Dios es un concepto clave para que la relación con Él pueda desplegar toda su fecundidad. El Señor mismo invita al Pueblo de Israel a confiar en Él, en medio de una situación de mucho sufrimiento. Su Pueblo ha de cobrar consciencia de su elección y no olvidar nunca que es el Pueblo de Dios ni lo que el Señor ha hecho a su favor, atrayéndolo con amor hacia Sí.

Ahora, los sufrimientos que padecen los israelitas son consecuencia de haberse apartado de Dios. Y Él, movido precisamente por el amor, permite que el Pueblo experimente en carne propia lo que significa darle la espalda y dirigirse a los ídolos. En lugar de servir al Señor, habían caído en las trampas de los demonios, de manera que su conocimiento de Dios quedó oscurecido…

A nosotros, los hombres, suele resultarnos difícil confiar en Dios; aún más cuando nos encontramos en situaciones difíciles. Una de las consecuencias más graves del pecado original fue la de haber perdido la relación cercana y confiada que originariamente teníamos con Dios en el Paraíso. Ahora, hemos de reconquistarla… Y precisamente a eso nos invita una y otra vez el Señor. ¡Son tantos pasajes del Nuevo Testamento que hablan sobre esta confianza! En la persona de Jesús, que dio su vida por nosotros, se nos muestra hasta qué punto Dios ama a los hombres, y cómo Él está dispuesto a llegar hasta el extremo en este amor. En vista de ello, la confianza puede resurgir en una gran profundidad.

Al recuperar la confianza en Dios y acrecentándola día a día, podemos entender y aceptar mejor todo lo que nos sucede. Esto cuenta precisamente para aquellas situaciones que no tenemos bajo nuestro control y que nos resultan dolorosas. No siempre podremos verlas con la claridad con que el Señor se las presenta a su Pueblo a través del profeta en la lectura de hoy. Habrá muchas situaciones que para nosotros permanezcan en la penumbra; incluidas situaciones que van mucho más allá de la dimensión personal.  Sin embargo, ante cualquier circunstancia y aun cuando la necesidad se vuelva asfixiante, hemos de poner en práctica la exhortación de la lectura de hoy: “¡Ánimo, hijos, confiad en Dios!”

Actualmente, no pocos católicos están preocupados por la Iglesia. Algunos se dan cuenta de que un espíritu de confusión está difundiéndose y se preguntan cuáles serían las causas… Las conclusiones e interpretaciones a las que unos y otros llegan, difieren mucho y a veces incluso se contradicen entre sí. Otros católicos ni siquiera advierten la confusión…

Probablemente siempre sea así… No todos huelen el peligro que traen los lobos cuando invaden el rebaño. Por eso, las ovejas necesitan pastores que les adviertan y les indiquen cómo actuar ante la amenaza. Sin embargo, la cosa se pone muy difícil cuando aquellos que están llamados a ejercer el ministerio de pastores han caído en confusión; cuando ya no identifican los peligros o los relativizan, y, en todo caso, no se los hacen ver al rebaño que les ha sido confiado.

En tales circunstancias, la Palabra de Dios se convierte en el gran consejero para los fieles.

En lo que refiere a la Iglesia, podemos confiar en que Dios la sacará a salvo de la crisis actual. ¡Es su Iglesia y el Señor la custodiará! Así, estos tiempos se convierten en una prueba: o bien nos aferramos a la fe tal como nos ha sido transmitida por la Tradición; o nos dejamos arrastrar hacia unos campos que son ajenos a nuestra santa fe, y que, a fin de cuentas, están influenciados por los demonios.

Ciertamente la confusión actual en la Iglesia es también consecuencia de muchos pecados; consecuencia de haberse apartado de los caminos de Dios; consecuencia del debilitamiento de la fe; consecuencia de haberse abierto al mundo de forma irreflexiva; entre muchas otras cosas…

¡También en este contexto la Palabra de Dios nos ofrece un consejo!

Si nos lamentamos por la situación actual de la Iglesia, deberíamos interiorizar y poner en práctica esta exhortación de la lectura de hoy, para contrarrestar este estado desolado: “Convertíos y buscad a Dios con un empeño diez veces mayor”. ¡Quizá entonces el Señor acorte el tiempo de la prueba, y vuelva a llegar un tiempo de consolación!

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