Jn 15,1-8 (Lectura correspondiente a la memoria de Santa Teresa de Ávila)
A la hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús dijo a sus discípulos: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado. Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos.”
Santa Teresa de Ávila es doctora de la Iglesia, y su enseñanza estuvo particularmente enfocada en la vida espiritual. Ella se lamentaba de que muchos fieles no entienden que es necesario atravesar purificaciones en el camino espiritual, para que Dios pueda comunicarse plenamente al alma y unificarla a Él.
El evangelio de hoy también nos habla de las purificaciones y de la permanencia en Cristo. Ahora bien, ¿qué significan las purificaciones en el camino de seguimiento de Cristo y por qué son tan importantes para la fecundidad de la vida espiritual?
En primera instancia, es importante perder el temor que las personas suelen sentir cuando escuchan hablar sobre las purificaciones interiores, y también hay que llegar a comprender que éstas son inevitables para entrar en el Reino de Dios. El que las evade, seguirá siendo un niño en el plano espiritual, que no quiere crecer. Y el peligro cuando no se quiere crecer consiste en que puede darse un retroceso en la vida espiritual. Entonces, no solo se seguirá siendo un niño, sino que incluso se podría llegar a perder lo que ya se había logrado en el camino espiritual.
El proceso de purificación es un proceso del amor de Dios. En el evangelio escuchamos que el Padre mismo limpia los sarmientos para que den más fruto. En otras palabras, lo hace para que el sarmiento esté tanto más unido a la vid, que es el Señor mismo.
Habiéndonos encontrado con el Señor y experimentado una verdadera conversión a Él, Dios inicia la obra de nuestra transformación interior. El Espíritu Santo, quien es el amor entre el Padre y el Hijo, entra en nosotros con Su luz. Él es el amor divino, que ha sido derramado en nuestros corazones (cf. Rom 5,5). Y este amor quiere impregnar todos los ámbitos de nuestra vida, y es ahí donde se encuentra con diversos obstáculos.
Hay pasiones desordenadas en nosotros, y a menudo estamos muy atados al mundo de los sentidos. Esto limita nuestra libertad interior y ata nuestra capacidad de amar, al dirigirla a cosas pasajeras. El Espíritu Santo nos lo hará notar, porque “allí donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt 6,21).
No es que tengamos que despreciar el mundo visible hasta el punto de ya no querer tener nada que ver con él. Éste podría ser un camino para personas particularmente ascéticas, aunque también en este caso hay que tener cuidado de no caer en extremos, pues Dios todo lo creó bien (Gen 1,31).
Lo que hay que combatir son las inclinaciones desordenadas, que nos hacen darle demasiada importancia a ciertas cosas pasajeras: nos apegamos a ellas, les damos demasiada atención y no podemos desprendernos…
Es la obra del Espíritu Santo el colocar todo en nosotros en su orden espiritual. En este orden espiritual, el amor a Dios debe ocupar el primer lugar y dominar nuestra vida (cf. Mt 22,37).
Ahora, si el Espíritu Santo encuentra en nosotros algo que ata esa capacidad de amar, que en realidad debería estar más centrada en Dios, entonces Él nos invitará a poner aquello a lo que estamos apegados en el sitio que le corresponde. Esto implicará también dar pasos ascéticos de renuncia.
Supongamos, por ejemplo, que estamos demasiado apegados a la comida, a la comodidad, a la riqueza, a los deleites de los sentidos, etc. Esto es para nuestra alma un obstáculo más grande de lo que pensamos, porque nuestra atención interior está demasiado enfocada en el placer pasajero. El Espíritu Santo quiere que preservemos la belleza y la dignidad de nuestra alma, y quiere llenarla de Dios, para que reluzca en toda su belleza y no esté embotada por las carencias de libertad, perdiendo así su receptividad ante Dios.
El proceso de purificación no se refiere solamente a los apegos al mundo de los sentidos; sino que también toca otros campos en nuestra alma que requieren ser purificados. En otro momento, retomaremos este tema y lo ampliaremos…