Meditaciones sobre el Espíritu Santo
¡Qué adorno tan precioso es un alma modesta, oh Espíritu Santo; un alma en la que habita este fruto tuyo! Se ha refrenado en ella la apetencia desordenada y ha llegado a la calma. No piensa constantemente en sí misma, y se contenta fácilmente con lo que recibe. No quiere ser el centro de atención, sino ocupar el sitio que Tú has previsto para ella. Por eso, el precioso don de la gratitud y el fruto de la humildad actúan en el alma modesta. Ella irradia serenidad y contento, no tiene que llamar la atención y está libre de toda arrogación o presunción. Sin embargo, en lo que respecta al amor, quiere ser grande: grande en el amor a ti y en el amor a los hombres. ¡El alma modesta tampoco se contenta con una fe pequeña!
¡Qué dulce y suave brillo podemos percibir en un alma así! ¡Con cuánto gusto y facilidad puedes Tú, y también nosotros, agasajarla! En el alma modesta se hacen realidad estas palabras de San Pablo: “Tened los mismos sentimientos los unos hacia los otros, sin dejaros llevar por pensamientos soberbios, sino acomodándoos a las cosas humildes. No os tengáis por sabios ante vosotros mismos.” (Rom 12,16)
El alma modesta no es complicada, sino sencilla. Tampoco está atrapada en un sinnúmero de deseos e ideas propias.
Pero, ¿cómo llegaremos a ser modestos, oh Espíritu Santo? ¿Cómo podrá actuar en nosotros este delicado y suave brillo tuyo? ¿Cómo alcanzar esta actitud de serenidad y contento?
Una de las claves, oh Espíritu Santo, será entender que todo es un regalo, que somos personas agasajadas y que obtenemos de la sabiduría de Dios todos los dones materiales y espirituales que Él ha dispuesto para nosotros. ¡Muchas veces estamos tan ocupados en velar por nuestros derechos, en poseerlo todo, en “tener que tener”, en querer asegurarnos…! Fácilmente se manifiesta aquí aún una avaricia oculta, tanto hacia los bienes materiales, como también la búsqueda de honor, de reconocimiento, de alabanzas y de atención de las otras personas.
En cambio, si aprendemos a considerarlo todo como un regalo, aceptándolo y valorándolo tal como lo recibimos, entonces, oh Señor, descubriremos en todo una expresión de tu amor. Podremos ser sensibles para el derecho ajeno; mientras que, en ocasiones, sabremos renunciar a nuestro propio derecho por razones más altas.
Oh Espíritu Santo, a cada uno el Señor le ha dado dones. ¡Y a los talentos no podemos enterrarlos (cf. Mt 25,14-30)! Esto no sería modestia, sino falta de comprensión. Incluso podemos y debemos aspirar los dones espirituales, como nos dice San Pablo: “Buscad la caridad; pero aspirad también a los dones espirituales, especialmente a la profecía.” (1Cor 14,1)
Vemos, entonces, que la modestia no significa, de ningún modo, renunciar a aquellas cosas que son importantes para nuestro crecimiento espiritual y para servir en el Reino de Dios. Más bien, se trata de alcanzar, a través de la modestia, una paz interior y gratitud ante las situaciones tal como Dios las dispone, dejando atrás nuestras propias exigencias y expectativas…