“Ven, Espíritu Divino” (Parte I – Retiro de Pentecostés)

A partir de hoy, en las meditaciones diarias iremos desarrollando parte por parte las conferencias del retiro de Pentecostés. Quien quisiera escuchar directamente estas charlas, podrá encontrarlas en el siguiente canal: Elijerusalem

“Ven Espíritu Divino,
manda tu luz desde el cielo,

Padre amoroso del pobre;
don en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas.”

Una traducción alemana de la Secuencia de Pentecostés parafrasea esta parte en los siguientes términos:

“Ven, oh Espíritu Santo; Tú que desgarras la noche oscura, irradia luz a este mundo.”

¿Cómo fue aquel momento en que el Espíritu Santo descendió en Pentecostés e iluminó a los discípulos del Señor?

Su Venida estuvo acompañada de un gran milagro, y se podría decir que en aquel momento quedó superada aquella confusión de lenguas de Babel. Todos los presentes entendían la predicación de los apóstoles en su propio lenguaje. Antes de entrar en ello, recordemos el pasaje del Génesis que nos relata cómo sucedió aquella confusión de lenguas:

Todo el mundo era de un mismo lenguaje e idénticas palabras. Al desplazarse la humanidad desde oriente, hallaron una vega en el país de Senaar y allí se establecieron. Entonces se dijeron el uno al otro: “Ea, vamos a fabricar ladrillos y a cocerlos al fuego.» Así el ladrillo les servía de piedra y el betún de argamasa. Después dijeron: «Ea, vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cúspide en los cielos, y hagámonos famosos, por si nos desperdigamos por toda la faz de la tierra.” Bajó Yahveh a ver la ciudad y la torre que habían edificado los humanos, y dijo Yahveh: “He aquí que todos son un solo pueblo con un mismo lenguaje, y este es el comienzo de su obra. Ahora nada de cuanto se propongan les será imposible. Ea, pues, bajemos, y una vez allí confundamos su lenguaje, de modo que no entienda cada cual el de su prójimo”. Y desde aquel punto los desperdigó Yahveh por toda la faz de la tierra, y dejaron de edificar la ciudad. Por eso se la llamó Babel; porque allí embrolló Yahveh el lenguaje de todo el mundo, y desde allí los desperdigó Yahveh por toda la faz de la tierra. (Gen 11,1-9)

La interpretación más común y ciertamente acertada de este pasaje explica que, en la pretensión de edificar la Torre de Babel, los hombres quisieron elevarse a la altura de Dios. Aquí se expresa físicamente esta realidad, pero ciertamente ha de ser entendida aún más profundamente a nivel espiritual… Se trata del intento del hombre de ponerse en el lugar de Dios, bajo inspiración del espíritu de rebeldía. En efecto, ésta es una de las intenciones del ángel caído; una intención que persigue hasta el día de hoy, y para la cual lamentablemente encuentra suficientes cooperadores de entre los hombres.

Fijémonos ahora en las consecuencias de esta pretensión que nos describe el relato bíblico: el lenguaje, que anteriormente los hombres tenían en común, queda confundido. Las personas ya no se entienden entre sí, no tienen una lengua común y se dispersan. Un estado deplorable, que permanece hasta el día de hoy.

Ahora, para poder comprender aún mejor lo que Dios obró en Pentecostés, reflexionemos una vez más sobre el concepto de la “confusión de lenguas”… Podemos asumir que no sólo se confundió el lenguaje como tal; sino que a menudo las personas ya no se entienden en el corazón y frecuentemente están confundidas en lo que refiere al conocimiento de Dios. Recordemos tantos relatos del Antiguo Testamento que nos hablan de los ídolos, detrás de los cuales se ocultaban los demonios.

¡Cuánta confusión y extravío en el verdadero conocimiento de Dios! ¡Con cuánto esfuerzo Dios tuvo que enseñar a la humanidad Sus mandamientos, a través del pueblo de Israel, e instruirles en la forma correcta de adorarle! ¡Cuánto tuvo que luchar para evitar que una y otra vez caigan en la noche del pecado y de la confusión! ¡Cuánta paciencia y amor de nuestro Padre Celestial se requiere para ello!

Ahora, para centrar nuestra mirada en el acontecimiento de Pentecostés, escuchemos lo que sucedió:

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar.
De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse. Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Con gran admiración y estupor decían: “¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua? Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios”.

Todos estaban estupefactos y perplejos y se decían unos a otros: “¿Qué significa esto?” Otros en cambio decían riéndose: “¡Están llenos de mosto!”  (Hch 2,1-13)

Prestemos mucha atención a lo que aconteció… Dios mismo, a través del Espíritu Santo, suscitó una unidad, dándoles a los presentes la gracia de escuchar en sus respectivos lenguajes la predicación de los apóstoles, que anunciaban las maravillas de Dios. ¡Y eso que los apóstoles no hablaban más que su lengua materna! Éste es un suceso más que extraordinario, y, en efecto, las personas “estaban estupefactas y perplejas”, y se cuestionaban: “¿Qué significa esto?”

Sí: ¿Qué significa esto?

Esta pregunta la trataremos en la meditación de mañana…


Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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