La tierra de su descanso

Hb 4,1-5.11

Hermanos: puesto que la promesa de entrar en su descanso permanece en vigor, tengamos cuidado: no vaya a ser que alguno de vosotros piense que queda excluido. Porque a nosotros se nos ha anunciado el Evangelio igual que a ellos; pero a ellos de nada les aprovechó la palabra que oyeron, porque no estaban unidos mediante la fe a los que la habían escuchado. Porque los que hemos creído hemos entrado en el descanso, según está dicho: ‘Por eso juré en mi ira: ¡No entrarán en mi descanso!’, aunque las obras divinas estaban ya hechas desde la creación del mundo. Porque en un lugar se dice sobre el día séptimo: ‘Y descansó Dios el día séptimo de todas sus obras’. Y en este lugar repite: ‘¡No entrarán en mi descanso!’ Apresurémonos a entrar en ese descanso, a fin de que ninguno caiga en la misma clase de desobediencia.

¡El “lugar de su descanso”! ¡Qué bello término emplea este texto bíblico, al mismo tiempo que nos exhorta a esforzarnos por llegar a este “descanso”!

El “lugar del descanso” de Dios es desde ya accesible para nosotros, aunque aún bajo las condiciones de este mundo caído. Jesús exclama: “Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga es ligera.” (Mt 11,28-30)

Este descanso lo encontramos en el seguimiento del Señor, porque en Él nuestra alma halla su hogar. “Señor, ¿a dónde iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” –le dice Pedro a Jesús (Jn 6,68). Y nosotros repetimos junto a San Pedro: ¿A dónde iremos, Señor? Todo lo que no seas Tú no es el lugar de nuestro descanso ni de la verdadera paz. “Nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti” –confiesa San Agustín, después de haber buscado a Dios y recorrido muchos caminos con no pocos errores.

Entonces, no encontraremos nuestro descanso en ninguna otra parte sino en el Corazón de Nuestro Padre Celestial, que nos lo ha abierto de par en par en Su Hijo. Allí está nuestro hogar; allí nuestra alma encuentra reposo y puede sumergirse en el amor de Dios.

El “lugar de su descanso”… No es un “lugar” cualquiera; ni tampoco es irrelevante si se lo encuentra o no; ni tampoco es un sitio distinto para cada uno. Es el lugar de Su descanso: allí donde Dios mora, allí donde su mirada complacida puede posarse sobre nosotros, así como permaneció sobre la Santísima Virgen María: “Ha puesto sus ojos en la pequeñez de su esclava” (Lc 1,48); allí donde Dios puede reposar de todas sus obras en el corazón del hombre, de tal forma que nosotros mismos nos convertimos en el “lugar de su descanso”, en el “sábado” de Dios. Cuando reposamos en Dios y Él en nosotros, se aplican estas bellas palabras del Cantar de los Cantares: “No despertéis ni desveléis a mi amor hasta que quiera.” (Ct 3,5).

Hace dos días, habíamos hablado en la meditación de que deberíamos edificar una “celda interior”, un “templo en nuestro corazón”, en el cual podamos adorar a la Santísima Trinidad y tener una íntima relación con Ella. Así surge en nosotros el “lugar de su descanso”, cuando el Espíritu Santo, junto con el Padre y el Hijo, ponen en nosotros su morada (cf. Jn 14,23).

En el “Mensaje del Padre” a Sor Eugenia Ravasio, el Padre Celestial nos dice lo siguiente a este respecto:

“La obra del Espíritu Santo se realiza en silencio, y a menudo el hombre no lo percibe. Pero para Mí es un medio muy apropiado para permanecer, no solo en el Tabernáculo, sino también en el alma de todos los que están en estado de gracia, para establecer allí Mi trono y morar siempre ahí, como el verdadero Padre que ama, protege y asiste a su hijo. Nadie puede imaginar la alegría que siento cuando estoy a solas con un alma.”

Como empieza diciendo la lectura de hoy, aún está en vigor la promesa de entrar en el “lugar de su descanso”; aún están abiertas para los hombres las puertas de la gracia; aún no ha culminado el “año de gracia del Señor” (cf. Lc 4,19). ¡Pero no sabemos hasta cuándo! Por eso el Apóstol exhorta a cuidar de que nadie quede excluido. Esto significa que hemos de cuidar a nuestro hermano y a nuestra hermana, para que el tiempo no quede desaprovechado.

En estos tiempos en que vivimos una confusión casi podríamos decir global, es particularmente importante tanto profundizar la relación personal con el Señor, como también estar atentos a cómo podemos servir a las otras personas.

Sabemos muy bien cuánto miedo se está difundiendo en relación con la crisis del coronavirus. ¿A dónde han de ir las personas, si no conocen el “lugar de su descanso”? Ponen su esperanza en esto o en aquello, y anhelan poder retornar a la “vida normal”. Pero, ¿qué es la “vida normal”? ¿El pecado forma parte de ella?

Si el Señor permite una crisis tal, tiene un sentido más profundo y es una reprensión para que busquemos el “lugar de su descanso”; es decir, a Él mismo. Los hombres han de abandonar las sendas del mal y volver al camino de los mandamientos de Dios, si no quieren perder la vida eterna.

La Palabra de Dios es lo único seguro en este mundo, y ha de ser acogida en fe. De lo contrario, como dice la lectura de hoy, los hombres no entrarán en el “lugar de su descanso”. Precisamente cuando aumentan las tinieblas, las personas necesitan una clara luz. ¡Y esta luz es Dios mismo!


Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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