V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi (Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos)
R. Quia per Crucem tuam redemisti mundum (Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo).
Si el Señor acababa de ser consolado por el encuentro con su Madre, que lo amaba con todo su corazón, experimenta ahora la ayuda forzada de Simón. Las Escrituras no nos revelan lo que pudo sentir el Cireneo al encontrarse de repente tan estrechamente unido al destino del Señor. ¿Será que simplemente cumplió su obligación para después retomar su camino? ¿O acaso el Señor pudo tocar su corazón, de manera que algo sucedió en su interior? ¿Era antes un mero espectador de los acontecimientos en torno a Jesús de Nazaret o ya tenía su corazón abierto hacia el Señor? ¡No lo sabemos!
Pero, ¿cómo reaccionamos cuando, sin querer, nos vemos de pronto involucrados en la cruz de otra persona? ¿Acaso decimos: «Yo no tengo nada que ver con esto»? ¿O tratamos de ayudar en la medida de nuestras posibilidades, aunque sea solo con nuestra oración?
Cuando nos veamos forzados a cargar con una cruz, sea cual fuere, ayúdanos, Señor, a llevarla con la mirada puesta en ti y a aceptarla voluntariamente por amor a ti. Así, la cruz se transformará desde dentro y se convertirá en bendición.
Las enfermedades, los achaques de la edad u otras circunstancias difíciles de la vida pueden parecernos cruces forzadas y agobiarnos. Pero, al aceptarlas por tu causa y sobrellevándolas con la mirada puesta en ti, todo puede transfigurarse y servir para la salvación.
Oración: “Señor, concédenos clemente la salvación y la paz, para que tu Iglesia, tras haber superado todos los obstáculos y errores, te sirva en plena libertad, por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.”
Padre Nuestro, Ave María y Gloria